Encíclica social del Papa: “La mejor política”

MA
/
21 de octubre de 2020
/
12:48 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Encíclica social del Papa: “La mejor política”

Óscar Lanza Rosales
[email protected]

El Papa Francisco recién ha publicado la encíclica social, a la que ha denominado Fratelli Tutti sobre la fraternidad y amistad social, inspirado en lo que escribía San Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos para proponerles una nueva forma de vida con sabor a Evangelio. Invitándolos a valorar y amar a cada persona, independientemente de su cercanía física, donde haya nacido o donde habite.

De los ocho capítulos de la encíclica, yo me voy a referir al quinto, que trata de “La mejor política” puesta al servicio del verdadero bien común, pero que desgraciadamente en la actualidad, la política asume otros enfoques que no nos conducen a ese objetivo supremo de promover y crear desarrollo.
Una de la distracciones de la verdadera política -menciona la encíclica- es el populismo, que lo conceptualiza como un desprecio a los débiles, al utilizarlo como una forma demagógica por algunos líderes para sus fines personales; una conducta que ignora la legitimidad de la noción de pueblo, con el riesgo de llegar hasta eliminar la “democracia”, es decir: el “gobierno del pueblo”; no permite pensar en objetivos comunes, y mucho menos, en proyectar algo grande a largo plazo, como un sueño colectivo, tomando en cuenta la identidad y los lazos sociales y culturales.

La encíclica reconoce, que hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y social; y el servicio que prestan -cuando actúan de buena fe- de contribuir a aglutinar y conducir, para emprender un proyecto duradero de transformación y crecimiento, pero que lamentablemente se desvían con frecuencia, a un nocivo populismo de derechas o izquierdas, cuando convierten esa habilidad para cautivar e instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, al servicio de su proyecto personal y hasta perpetuarse en el poder.

Menciona como signos del populismo irresponsable: el inmediatismo y los planes asistenciales, cuando el gran objetivo debería ser, promover una vida digna a través del trabajo, y asegurar a cada persona, aportar sus capacidades, iniciativas y esfuerzo.

La categoría de pueblo tampoco cabe en las visiones liberales, donde la sociedad es considerada una mera suma y coexistencia de intereses. Un sistema que fomenta una cultura individualista y los intereses económicos desenfrenados en provecho de los más poderosos. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. Un sistema que polariza, que no toma en cuenta el amor al prójimo, y que no garantiza para todos, un mínimo de bienestar, ni justicia social ni ciudadanía política.
Sus resultados llegan a unos pocos y la multitud de abandonados, no entran fácilmente en los cauces ya establecidos o quedan a merced de buenas voluntades.

El liberalismo y su neoliberalismo creen que el mercado lo resuelve todo. Según la encíclica, es un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío. Creen que recurriendo a la concentración de riqueza y esperando el mágico “derrame” se resuelvan los problemas sociales. Lo cual con el tiempo se ha visto que no es así. Lo que ha generado son mucho más ricos y mucho más pobres, y ha acentuado la inequidad. Ese modelo, de especulación financiera y de ganancia fácil, sigue causando estragos. La encíclica concluye que “sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica”. Con la pandemia se ha evidenciado, que es necesario crear una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, y que esté centrada en la dignidad humana y en crear las estructuras sociales que la sustenten, como la educación para inculcar hábitos solidarios, una vida más integral, hondura espiritual y más calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades y los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos.

Finalmente, la encíclica plantea a los gobernantes y políticos, algunas preguntas en su desempeño público y electoral y que todos deberían responder con franqueza: “¿Para qué me postulo? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?”. A los que ya se postularon: “¿Cuántos me aprobaron? ¿Cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”. Y para los que ya están ejerciendo un cargo: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo? ¿En qué hice avanzar al pueblo? ¿Qué marca dejé en la vida de la sociedad? ¿Cuánta paz social sembré?”.
Invito a todos los hondureños a profundizar en esta lectura, para tomar conciencia de su papel de gobernantes y gobernados y de candidatos y electores.

Más de Columnistas
Lo Más Visto