NORMALIDAD Y PRECIPICIO

ZV
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1 de noviembre de 2020
/
12:02 am
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NORMALIDAD Y PRECIPICIO

NO hay conciencia clara sobre aquello que está ocurriendo ahora mismo en el mundo. La canciller de Alemania fue precisa, desde el comienzo, que en su país no se había experimentado una crisis tan fuerte como esta de la pandemia, desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Algunos pensaron que se trataba de una frase más, para salir retóricamente del paso. Pero la verdad es que hay algo cierto en toda la madeja de esta problemática, que va desde la vulnerabilidad de los sistemas sanitarios de los países poderosos del mundo, hasta el descalabro de las economías y las finanzas nacionales e internacionales. No digamos si se aborda el tema de las sociedades frágiles como la nuestra.

El peor error originario, el más grave de todos, fue el de la indiferencia conectada con la lentitud de más de algún dirigente de un organismo sanitario internacional, al colocar la alerta roja mundial cuando ya era demasiado tarde. Si la alerta roja se hubiese puesto en marcha desde el mes de diciembre del año pasado, o cuando menos en los comienzos del mes de enero del año en curso, el siniestro hubiese sido más controlable. De repente el nuevo virus no hubiese llegado a Europa o por lo menos hasta América Latina. O quizás la carga viral hubiese sido de menor intensidad.

Alguien podría decirnos que “no se debe llorar sobre la leche derramada”. El asunto es que la leche continúa derramándose con declaraciones pesimistas a nivel mundial, y con el desborde de los consumidores a la hora de las reaperturas económicas. Los franceses y los españoles pueden contar al detalle los sucesos relacionados con los rebrotes de la pandemia por aquello de la irresponsabilidad extrema de los muchos que al salir a las calles, a los bares, a las playas concurridas y a las discotecas, abren las puertas de par en par a los rebrotes del famoso coronavirus.

Nadie, en su sano juicio, discute la necesidad de reabrir gradualmente las economías nacionales e internacionales con alto sentido de responsabilidad, siempre y cuando las personas que puedan continuar realizando sus trabajos desde casa, lo sigan haciendo con altos rendimientos, tal como se ha demostrado en los hechos. Y siempre y cuando la gente posea clara conciencia que el nuevo virus sigue merodeando nuestras existencias biológicas, con la posibilidad de nuevos confinamientos y muertes como ha ocurrido en Madrid y en otras ciudades europeas.

A los individuos, de ambos sexos, que les fascina aglomerarse en las calles, en los mercados y en los autobuses, sin tomar las precauciones básicas de bioseguridad; o que se colocan las mascarillas por debajo de la nariz poniendo en peligro al prójimo y a ellos mismos, son los primeros en quejarse a los cuatro vientos cuando los hospitales están mayormente colapsados. Mientras ellos y ellas “disfrutan de la vida” en sus respectivas francachelas, los médicos siguen muriendo en las clínicas y hospitales al atender a los inocentes y a los culpables que han desatendido las reglas básicas del juego, antes y después de estas reaperturas económicas.

No todos los que salen a la calle lo hacen por necesidad. Algunos salen a curiosear y a “respirar aire puro”, para luego regresar “asintomáticos” a contaminar a sus familiares y amigos del vecindario. Los anarquistas de diferentes tendencias les han dicho que el virus es un invento de los poderosos del mundo. Así que, para retornar a una supuesta normalidad con probabilidades de nuevos despegues económicos y financieros, es indispensable que los gobernantes, los empresarios, los dueños del transporte y toda la sociedad en su conjunto, hagan un pacto moral de respetar, al pie de la letra, las recomendaciones que hacen los expertos a fin de evitar caer en el precipicio absoluto en donde conjugan la vida y la muerte. Hay que evitar a todo trance que mientras varios irresponsables se divierten día y noche, los médicos siguen muriendo al pie de la bandera.

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