Rodeando la prosa de Molina

MA
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8 de noviembre de 2020
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01:38 am
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Rodeando la prosa de Molina

Las mascarillas y otros trilemas

SEGISFREDO INFANTE

Cuando me han invitado a escribir algo sobre la poesía de Juan Ramón Molina, nunca lo he pensado dos veces. Si la memoria no me juega una mala pasada, creo que comencé a escribir sobre J.R. Molina y otros poetas hondureños de finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, en el ya desaparecido diario “El Cronista”, allá por los años 1980-1981. Mi mejor ensayo-conferencia sobre este personaje, en el contexto del primer centenario de su fallecimiento, lo publiqué, eso me parece, en el año 2008 (probablemente en LA TRIBUNA y en “Caxa Real”), bajo el título “Estilo y Estilete de Molina”, el cual ha sido traducido al inglés por el joven Sergio Aguiluz, un apasionado genuino de la obra moliniana. Sergio ha traducido al inglés toda la poesía de Molina, y parte de la obra en prosa, a la espera que cierta editorial incógnita, en algún lugar ignorado de nuestro globo terráqueo, se digne a publicarla. Sergio Aguiluz es la primera persona, hasta donde yo tengo información, que ha traducido al inglés, por primera vez en la historia, toda la obra moliniana que ha caído en sus manos.

La incomodidad se presenta cuando alguien me pregunta acerca de la calidad de la prosa de Juan Ramón Molina. No sé qué contestar. En primer lugar, por prejuicios fundados e infundados. Pues cuando yo era un muchacho escuché de la boca de ciertas “eminencias grises” de Tegucigalpa, que “Molina era mejor prosista que poeta”. Mi punto de vista en aquel entonces, de novato en la literatura, es que J.R. Molina había sido (y continuaba siendo) el más fuerte poeta lírico de Honduras durante los finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte. Esto sin desdeñar para nada el “Himno a la Materia” de José Antonio Domínguez, en la línea del positivismo materialista finisecular. El caso es que desde mi ángulo de observación la cosa, más bien, era al revés: Que Molina era mucho mejor poeta que prosista. O cuentista. Pero, para evitar contrariedades con las “eminencias grises” que imperaban en la capital, muchas veces me llamé a silencio, bajo la comprensión que aquella era una forma de restarle méritos poéticos a J.R. Molina, a fin de encumbrar a un nuevo personaje de la década del setenta, cuyo nombre prefiero ahora “cubrir con un piadoso manto de silencio”, según una expresión originaria de Miguel de Cervantes, transliterada o disociada por Umberto Eco.

Estoy utilizando, en este contexto, el método filosófico de Ortega y Gasset, que consiste en rodear con varias vueltas la ciudadela de Jericó, antes de tomarse por asalto sus murallas y apoderase de sus “rosas íntimas”. Para este fin ulterior he revisado apresuradamente ciertos artículos, ensayos, diálogos, relatos y cuentos de Juan Ramón Molina, convencido que mucha de su producción intelectual prosaica se encuentra escondida en los periódicos municipales de Tegucigalpa, en donde según una expresión de Paulino Valladares o de Rafael Heliodoro Valle, le fascinaba maltratar a las musas locales, es decir, a los adversarios suyos de ocasión, con lenguajes groseros y burlescos.

Sin embargo, hay artículos memorables, en donde el poeta se eleva por encima de “las miserias del medio” centroamericano, y aspira a encumbrar su pensamiento con el fin de que sea cincelado frente a la posteridad. Dos artículos que valen la pena subrayarse, son los siguientes: “Excélsior” y “El Estilo”, en donde el autor elabora una especie de proclama, o manifiesto, en torno de su concepción literaria y su comportamiento de hombre solitario, o ermitaño, alejado de las multitudes. En otros textos el poeta y prosista quisiera ser un profeta rebelde; pero un tanto distanciado del cristianismo.

Más de la mitad de los artículos de J.R. Molina son pomposos, altisonantes y declamatorios. Porque incluso en los periódicos este gran hombre continuó escribiendo prosa poética. Podría decirse que varios de sus artículos hacen recordar sus dos poemas “El Águila” y “Salutación a los Poetas Brasileros”. Padeció del mismo dilema de Pablo Neruda, quien nunca aprendió a escribir en prosa sobria, en tanto que siguió haciendo poesía en “Confieso que he vivido”, libro autobiográfico.

Pienso que Juan Ramón Molina poseía una inclinación favorable hacia la filosofía, razón por la cual citaba nombres de autores de esta disciplina universal. Pero creo que algunos nombres fueron mencionados por salir del paso. Sin embargo, debemos reconocer que había leído apasionadamente los libros de Friedrich Nietzsche, y que para defenderlo citaba, contradictoriamente, los nombres de Von Goethe, Guillermo Hegel e Immanuel Kant. Era como mezclar el agua con el aceite. Sospecho, preliminarmente, que Juan Ramón Molina jamás leyó la obra monumental de Hegel. Quizás porque murió demasiado joven. O porque estaba excesivamente enamorado del anti-occidentalismo de Nietzsche. Sin embargo, su poema magistral “Una Muerta”, evidencia su proximidad con la obra de Goethe, y una nueva cercanía con el judeocristianismo. ¡¡Sea!!

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