El efecto mariposa

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10 de noviembre de 2020
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12:22 am
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El efecto mariposa

Armando Euceda

El efecto mariposa. Llueve torrencialmente en Tegucigalpa mientras escribo. Me recuerdo del “efecto mariposa” que se hizo popular desde que lo describiera el actor Jeff Goldblum en la película Jurassic Park, hace un par de décadas: “Una mariposa bate las alas en Pekín y en New York llueve”. Pequeños cambios en las condiciones iniciales pueden producir grandes efectos en un sistema a medida que pasa el tiempo. Es parte de las ideas que popularizó la teoría del caos.

En medio del caos que estamos viviendo, ¿puede usted agitar sus ideas y ponerlas en acción para ayudar a generar las soluciones, a gran escala, que el momento actual nos demanda?

La idea nació en un artículo científico que publicara en 1963 el meteorólogo del MIT Edward Lorentz. Mientras estudiaba en su computadora modelos para entender el clima, el científico introdujo accidentalmente un pequeño cambio en un número de doce dígitos -fue a buscar un café, regresó una hora después- y encontró, para su asombro, resultados totalmente diferentes a los anteriormente generados. En diciembre de 1972, Lorentz usó por primera vez la provocativa expresión en el título de una conferencia: “Previsibilidad: ¿Puede el aleteo de las alas de una mariposa en Brasil desencadenar un tornado en Texas?”.

Más que de ciencia, se trata de una metáfora agradable al oído. La lección real es que en meteorología, dada la complejidad de las ciencias atmosféricas, el científico no tiene como fin último hacer pronósticos exactos, sino usar las ciencias de la atmósfera para hacer los mejores pronósticos que la naturaleza nos permite. Sin embargo hemos heredado, en sentido positivo, la frase “efecto mariposa” para recordarnos y motivarnos que una “pequeña causa” puede producir un “largo efecto” después de cierto tiempo.

Compartamos un ejemplo del efecto mariposa. El coronavirus tiene un tamaño aproximado de 1/10,000 veces el tamaño del punto sobre la “i”, de tal manera que ocuparíamos un microscopio electrónico para recrear una aproximación de su imagen. En una provincia de China, un murciélago portador de un virus que los científicos llamarían COVID-19, bate sus alas, interactúa con los humanos y se propaga por todo el mundo. Así logra, sin tener un propósito, poner una máscara en el rostro de 7.8 mil millones de humanos que habitamos en un planeta, cuyo radio es 6 mil millones, de millones, más grande que el nuevo coronavirus.

El virus logra cerrar las escuelas, colegios y universidades en todo el mundo; hace colapsar los sistemas de salud, paraliza la economía mundial y muestra a todos los líderes políticos que el gran arsenal nuclear y de armas convencionales, incluyendo los buques de guerra, no serán útiles para esta exponencial batalla entre genes de virus y memes de la inteligencia humana.

La policía y los militares, así como los maestros y actores de la sociedad civil, juegan un papel muy útil ya tipificado en el sustento legal que les constituye.

¡Es la ciencia!, nos grita el sentido común. Son los sicólogos, sociólogos, trabajadores sociales y economistas ayudándonos a ordenar las ideas y tareas en el sector social; son los periodistas desplegando la verdad sin condiciones ni comparsas; son los microscopios de última generación en manos de los microbiólogos, es la biotecnología del siglo 21 y la formación del personal de salud en todas las especialidades posibles. Son los geofísicos, geógrafos, meteorólogos, ingenieros, los expertos en la gestión de riesgos, matemáticos especialistas en estadística y manejo de grandes cantidades de datos, los que deben conducir al país en crisis.

Aunque todos somos importantes haciendo lo propio para salir de esta crisis, primero debemos reconocer que, esto no es cuestión de correligionarios, amigos o paisanos, es cosa de estadistas tomando decisiones serias para enfrentar un problema mayúsculo con el personal adecuado.

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