LA MISMA ESPADA

MA
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11 de noviembre de 2020
/
12:25 am
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LA MISMA ESPADA

GANADORES Y PERDEDORES

OTRA sucesión constitucional. Nada más que en esta de Perú sí hubo un juicio político antes de declarar la vacancia y ponerle la pijama. A Vizcarra lo fueron a traer de Canadá, donde purgaba el exilio diplomático, para llenar la vacante de PPK. Uno más de los muchos salpicados por los escándalos de Odebrecht. Esas son las coimas de una gigantesca empresa constructora brasileña, repartidas como quien quiebra una piñata para tentar gobiernos alagartados. La bulla de los presuntos untados tumbó a unos y enjauló a otros. Fuera PPK, lo reemplazó su vicepresidente. Sin partido propio. Molesto con la “sucia” clase política, ganó popularidad arremetiendo contra diputados y dirigentes de los partidos. En una cruzada contra la corrupción. Vaya ironía, víctima de la misma espada. Igual costra le embadurnan ahora para expulsarlo por “incapacidad moral permanente”. El destituido durante sus 32 meses de gobierno –sin el respaldo, por no adscribir compromiso con ninguna agrupación política– se echó la opinión pública a la bolsa. Atacando –como outsider– lo percudido de la política vernácula.

Triste que así sea. Como diría José María Sanguinetti: “La partidocracia es tomada como un elemento negativo”. “La partidocracia es lo que le ha dado consistencia a la vida democrática”. “La opinión pública es diversa. La opinión de los ciudadanos es veleidosa”. “Los partidos políticos son los que encauzan, los que orientan, los que vertebran, los que articulan”. Y en cierta forma, en países con partidos históricos alternándose el poder, –no el surtidor de agrupaciones variopintas que complica la gobernanza– también aportan estabilidad política e institucional. Sin embargo, basta una mirada hacia arriba, abajo y a los lados, para enterarse que el sistema político, por doquier, se encuentra en alas de cucaracha. La clase política –en descrédito a lo largo de Latinoamérica– es trompo de ñique de gente que quiere adecentar las cosas. De indignados furiosos dizque “nada funciona y en su país nada mejora”. Pero igual de algotros posando de “buenos” para subir su perfil personal. Hasta que, con las manos untadas, les toca el turno en la cola. Vizquerra, alegó en su juicio que los cargos que le imputan son “falsos e infundados”. Contraatacó a sus inquisidores recordando que “hay 68 parlamentarios con procesos en curso”. Sin embargo, nada de ello impidió la avalancha de votos que se le vino encima. Manifestaciones y cacerolazos salieron a las calles a apoyarlo. Pero la bullaranga, ya muy tarde, frente a hechos consumados.

Se despidió diciendo “me voy para mi casa con la frente en alto y la conciencia tranquila del deber cumplido”. El desquite de los políticos peruanos. Quizás la resistencia popular hubiese sido mayor, si el alud que lo entierra hubiese sido derrumbe provocado por el congreso anterior. Pero a aquel lo disolvió, refinando el autoritario estilo fujimorista. Este congreso es el que eligieron los peruanos en elecciones legislativas después que clausuraron el anterior. Así que –pese a los lamentos– alguna fuente legítima de representatividad tiene. Esto asemeja el caso boliviano. Cuando Mesa sustituyó al derrocado Goni Sánchez de Lozada. Igual, como académico y escritor, subió como la espuma agarrando del gañote al sistema de los partidos políticos. Hasta que se le atravesó una crisis en el camino. Y con la misma velocidad que subió se le desplomó la imagen. No tuvo respaldo político. ¿Cómo? Si él mismo puso tanto empeño en deshacerlo. El momento que Evo aprovecha para encumbrarse en el trono. Casi para siempre. De no ser porque un tumulto –reclamando el fraude de los “votos rurales”– fue a arrancarlo de la silla. Hueso duro de roer. Porque su partido MAS en corto tiempo, logra treparse nuevamente. Gracias al descrédito de un interinato muy largo, debilitado por la pandemia. La oposición desperdicia la oportunidad de ganar. Por egoísmos que los separan; compiten con candidaturas distintas que les dispersa la fuerza del bloque. Se les escurre la coyuntura por los torpes dedos de las manos. Sucede que la historia, muchas veces, no da una segunda oportunidad. La barajustada de Mesa, la vez pasada, frente a la crisis, le cobró factura. En cuanto al caso de Perú. Posiblemente al destituido mandatario peruano le estará resonando en los oídos aquella sentencia bíblica que llama a “enfundar la espada”. Porque “quien a hierro mata a hierro muere”.

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