Daños, y Fuerzas Armadas

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13 de noviembre de 2020
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12:51 am
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Daños, y Fuerzas Armadas

Juan Ramón Martínez

Daños, y Fuerzas Armadas. En los tiempos difíciles, en las derrotas y en los embates naturales, mostramos la calidad de la que estamos hechos. Algunas personas y pueblos, en las dificultades, agachan la cabeza, huyen despavoridos y pierden el orgullo y el honor. Otros, se crecen ante lo imposible. Los daños que nos ha ocasionado el huracán Eta, nos desnudaron. Mostramos tantas debilidades, fortalezas, orgullos, e incluso infantilismos y mezquindades.

La incapacidad para prever los daños; la falta de mantenimiento de los bordos; la escasa actualización de los códigos de construcción, son debilidades que corregir. La resistencia para evacuar las zonas de riesgo, muestra la escasa memoria histórica colectiva, la falta de confianza en las autoridades, y la resistencia para entender que tenemos la obligación de defender nuestra vida, y de nuestros familiares.

Y que, en forma organizada debemos responder frente a las desgracias que nos afectan. Con mayor fortaleza, los compatriotas que se engulleron las aguas, estarían con vida, celebrando con sus familias, el haber enfrentado un momento difícil. Pero no se hizo caso a las autoridades. En cambio, otros compañeros mostraron su coraje y su orgullo, incluso exponiendo su propia existencia, salvando la vida de miles de compatriotas, llenándonos de orgullo y dándonos fe, que tenemos fuerza para enfrentar los retos que el futuro, inevitablemente, nos planteará.

En lo personal, me ha impresionado el desempeño de las Fuerzas Armadas que, en el cumplimiento de su deber, disciplinadamente, cumplieron una extraordinaria labor de rescate y de rápida reconstrucción de tramos de carretera vitales, afectados por los derrumbes en diferentes lugares de las zonas afectadas. Los pilotos de la Fuerza Aérea, los helicópteros –que algunos no quieren que tengamos en el país– desempeñaron una obra titánica, rescatando desde diferentes lugares a miles de compatriotas amenazados por las aguas. Además, trasladaron víveres, agua y medicinas, para que el resto del aparato de auxilio, continuara operando.

Ver a jóvenes soldados, inclinados peligrosamente, presionando con su cuerpo los arneses de protección, mientras le daban la mano o lanzaban escalerillas para que subieran los compatriotas angustiados por las aguas que les rodeaban, me llenó de orgullo. Pero también tuve la seguridad del riesgo que corrieron mientras los helicópteros, bajo la conducción de diestros jóvenes pilotos, se mantenían estacionados sobre las aguas enfangadas y amenazantes. Los testimonios de las personas salvadas por los pilotos de la Fuerza Aérea, que actúan profesionalmente sin buscar aplausos, me dieron confianza que, nuestro país puede sobrevivir a las peores amenazas. Solo pensé en la falta de respeto de algunos que, en la comodidad fecal del anonimato, se preguntaban para qué necesitamos adquirir equipo militar.

Pero, inmediatamente me recuperé, leyendo los testimonios de las personas agradecidas, por los esfuerzos de los miembros de nuestras Fuerzas Armadas. Muchos de los cuales, guardo con afecto, incapacitado de compartirlos por razones de espacio.

Siempre he creído, en la necesidad de potenciar nuestro dispositivo armado para defender la soberanía nacional y proteger a nuestro pueblo de las amenazas externas e internas. Cuando he escuchado críticas, insustanciales e ilógicas, he creído que se actúa partidariamente, queriendo instrumentalizar un dispositivo defensivo que, hemos creado para garantizar la existencia de la nación. Durante los ochenta del siglo pasado, me opuse a la instrumentalización que nos hiciera víctima Estados Unidos, para favorecer sus intereses. Pero nunca creí que la solución era eliminar a las Fuerzas Armadas.

Por ello, esta crisis que atravesamos, nos ha enseñado que debemos aumentar los recursos humanos, modernizar los equipos obsoletos e invertir en aparatos nuevos con los cuales, enfrentar las amenazas que nuestro país siempre tendrá. Tanto desde intereses extraños, como también por parte de fuerzas internas que, se pliegan a proteger objetivos que conspiran en contra de la existencia de Honduras. Los narcotraficantes quieren usarnos para lo suyo. Y hay que oponer el músculo hondureño para impedirlo.

Sin perder el orgullo. Ni para obedecer órdenes contrarias al interés patrio, y mucho menos, para renunciar al orgullo nacional, echándonos a llorar cuando los salvadoreños, en una acción recíproca y generosa, cooperan con nosotros. Hay que ser agradecidos sin perder el honor. En las tragedias lo último que se entrega, incluso cuando se pierde la vida, es el orgullo, que hay que mantener como un pino enhiesto que no se doblega frente a los rayos; ni se aflige frente a las tempestades.

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