Roger Gutiérrez

MA
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15 de noviembre de 2020
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01:55 am
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Roger Gutiérrez

Algo más sobre la numismática

Mario Hernán Ramírez
Presidente vitalicio Consejo Hondureño de la Cultura Juan Ramón Molina
eramirezhn∂yahoo.com

En medio de esta incertidumbre y zozobra que envuelve a la humanidad, a cual más, a cuál menos, por razones harto conocidas por la inmensa población del planeta, es bueno traer a colación temas que distraigan un poco esa inquietud que a veces afecta la salud mental entre nuestros congéneres.

Pero, para hablar del tema que nos ocupa, es necesario referir un poco de historia vinculada al personaje de hoy, por ejemplo, trayendo a cuentas los nombres de algunos gigantes del pincel que marcaron huella indeleble a su paso por estas hibueras como Teresita Fortín, Carlos Zúñiga Figueroa, Ricardo Aguilar, Arturo López Rodezno, Max Euceda, Horacio Reina, Ramón Moncada (Moncadal) y más acá en el tiempo otros grandes como Miguel Ángel Ruiz Matute, Moisés Becerra, Benigno Gómez, Mario Castillo, Ezequiel Padilla, Juan Ramón Laínez, César Rendón, Gustavo Armijo, Dino Fanconi, Rafael Cáceres, Dante Lazzaroni y entre los jóvenes valores Lucy Ondina Martínez, Celsa Flores Facussé, Allan y Johnny McDonald, Ángel Darío Banegas, Armando Lara, Bey Avendaño, Napoleón Ham, Roberto Ruiz, sin olvidar a Miguel Ángel Montoya, Hermes Bertrand Anduray y otros que en su momento también glorificaron con su arte esta patria del confalón azul y blanco y las cinco estrellas cubierta por dos mares, llena de fértiles valles, de frondosos bosques, minerales de diferente especie y una fauna y flora extraordinarias, que lamentablemente con el paso devastador de la “bendita” Eta ha sufrido los más terribles golpes en su seno.

Este hombre al cual deseamos ubicar en el pedestal que le corresponde y que por décadas ha pasado ignorado por la gran mayoría de los hondureños, es nada más y nada menos que Roger Gutiérrez, originario del próspero municipio de la Villa de San Antonio, Comayagua, y que vio la luz del mundo a principios de la década de los años treinta del pasado siglo.

Roger, es un ciudadano humilde, sin posturas rimbombantes, que a lo largo de su vida ha tenido la oportunidad de permanecer en países como México y Cuba, para solo mencionar dos, que le han servido para enriquecer su caudal intelectual y perfeccionar su arte, que no es más que la pintura al pincel, en la que retrata rostros de personas y personajes de diferente naturaleza. Es el caso nuestro en el que hemos tenido la oportunidad de que Roger nos haya obsequiado varios retratos al óleo de nuestros seres más queridos y fundamentalmente del gran Juan Ramón Molina, de quien es apasionado admirador.

Durante su permanencia en México, logró codearse con hondureños ilustres, lamentablemente ya desaparecidos como Paco Medina, Jacobo Cárcamo, Rafael Helidoro Valle, Alfonso Guillén Zelaya, Álvaro Canales, Martín Paz, la familia Laboriel, Horacio Cadalso, Remberto Martínez, Luis Díaz Chávez, entre otros, lo que sirvió de mucho para aumentar su caudal intelectual.

Aquí en Tegucigalpa, logró ubicarse en la Editorial de la Universidad Nacional Autónoma -UNAH-, cuando este organismo fue dirigido por hombres de la categoría de Ramiro Colindres Ortega, Óscar Acosta, Juan Ramón Martínez, Segisfredo Infante, Manuel Salinas Pagoaga y actualmente, parece que es Mario Hernán Mejía, organismo en el que desarrolló sus conocimientos y laboró con resonante éxito.

A propósito de la Villa de San Antonio, su lugar de origen, aquí traemos una anécdota de agradables recuerdos, cuando con Catacamas, Olancho; Danlí, El Paraíso y San Marcos de Colón, Choluteca, competía por la elaboración de la mejor mascadura que jamás antes se ha saboreado en estas tierras de pan llevar, sobre todo las elaboradas con maíz, cuajada y queso, convertidas en quesadillas, rosquillas y empanadas del más exquisito sabor, que felizmente logramos degustar los que ya sobrepasamos las ocho décadas. Tiempos idos que jamás volverán.
En la Villa de San Antonio residió una honorable dama que había nacido en la segunda mitad del siglo antepasado, de nombre Amalia Suazo, dicho sea de paso, entrañable amiga y ferviente admiradora del General Tiburcio Carías Andino, al que mensualmente le traía desde ese histórico lugar, sendos manjares del pan arriba señalado, enormes sandías que se cultivaban en las vegas del río Humuya y carne seca de la más alta calidad.
En cierta ocasión con Rolando y Guido; Moisés y Mario Arriaga y quien suscribe, acompañábamos a la anciana allá por 1940-41 señora Naya, hasta el palacio presidencial, portando todo un cargamento de golosinas caseras que hacían las delicias del gobernante y que nosotros en nuestra tierna edad admirábamos con inocente reverencia.

Para cerrar nuestro capítulo dominical de hoy, deseamos, que nuestro querido y virtuoso amigo Roger Gutiérrez junto a Alexis Castillo Aguiriano y todos los demás mencionados líneas arriba lean con agrado esta crónica, que no tiene más objetivo que rescatar del anonimato a un ciudadano que por mil méritos merece el reconocimiento de la sociedad en general y sobre todo de las autoridades competentes, ya que su obra es inconmensurablemente grande y se encuentra diseminada en universidades y bibliotecas públicas y privadas.

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