CAPITALINOS Y EL AEROPUERTO

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19 de noviembre de 2020
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12:30 am
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CAPITALINOS Y EL AEROPUERTO

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTO. “COMO que revolviste el avispero” –(tratándose de la ciudad sería el hormiguero capitalino)– escribe en un mensaje uno de los expresidentes del COHEP. Y a renglón seguido agrega su propia perspectiva al editorial de ayer: “Cuánto hemos insistido sobre Toncontín, el único aeropuerto que ha sobrevivido los embates de la naturaleza”. “Dicen que lo quieren dejar solo para vuelos nacionales, ya que si lo usan para vuelos internacionales no van a poder cubrir los costos de Palmerola”. “Si siempre van a recibir el canon”. Y aquí viene la sugerencia: “¿Por qué no hacen una consulta de lo que desean los capitalinos?; que nos dejen escoger entre Palmerola y Toncontín”. “Entonces sería la voz del pueblo la que se manifieste y no la de…” (hasta aquí llegamos por respeto al amigo y para no comprometerlo, ya que el mensaje era de índole privado, no para divulgación).

Un pequeño recado del asiduo lector –miembro de la Cámara de Comercio de Tegucigalpa– cuyo mensaje motivó que abordásemos el tema del aeropuerto capitalino: “Gracias por el editorial de Toncontín; quienes cuidamos el patrimonio de la capital nunca perdemos la esperanza y tal vez eso contribuya”. Uno de los emblemáticos expresidentes de la Cámara de Comercio e Industria de Tegucigalpa nos participa sobre las reacciones de compañeros suyos de chat: “Como uno de los defensores del aeropuerto Toncontín por parte de la CCIT, sugiero que le digan a José Luis que envíe una carta a LA TRIBUNA, apoyando el editorial y abriendo las puertas para que se someta a licitación el manejo de Toncontín y no se regale el canon para beneficio de otros”. (La carta, si es que la mandan, sería preferible dirigida al alcalde que cuenta con autoridad de decisión). Otro empresario opina: “De acuerdo con usted. Según IATA, Palmerola no es, por su lejanía, ubicación de un aeropuerto para Tegucigalpa”. “Para IATA la distancia máxima debe de ser 50 kilómetros”. “A mí me preocupa más el costo macroeconómico de mover pasajeros de Tegucigalpa a Comayagua”. “Todos los medios son importados: automóviles, combustibles, repuestos, seguros y pavimento”. “Para que un pasajero viaje debe recorrer 170 kms. Son 900 mil pasajeros al año”. “Métale la pluma”. “Insólito”. Otro devoto lector comenta: “Aunque usted no lo crea, sus editoriales tienen impacto e influencia. Lo que pasa es que a saber qué tienen en la cabeza los que tomaron la decisión de llevarse el aeropuerto a Comayagua”. “Todas las grandes aerolíneas se van a ir para Palmerola, y a la larga el aeropuerto de San Pedro Sula va a pasar por iguales condiciones que Toncontín”. “Ya lo verá usted”.

Una expresidenta del Cohep, parca en sus mensajes ya que solo emojis manda, esta vez se explayó “texteando” –este verbo, que conste, es inexistente según la Rae– y puso: “Gracias por ese editorial de hoy”. Así que allí tienen una muestra. La vaina es que mientras los oriundos de Comayagua y de San Pedro Sula, defienden su localidad a capa y espada, aquí muchísimos capitalinos –este es receptáculo de una gran inmigración– no sienten apego ni mucho menos cariño a la ciudad. Nunca supimos –de ser exacto eso que dicen directivos de la Cámara de Comercio que quisieron defenderlo pero no hubo apoyo de la municipalidad– las razones de trasfondo. En su oportunidad en esta misma columna –después de cronometrar, tiempo y distancia, lo que toma la ida y regreso a Comayagua– objetamos la inconveniencia del largo viaje. La hora de agarrar vuelo, más ahora con todo ese control y tiempo que se gasta en la terminal antes de abordar. Inquirimos, sin recibir respuesta satisfactoria, sobre la naturaleza de la autopista apta para evitar atasco vehicular. Y eso que la COVI acababa de montar el peaje, y no contábamos con el aumento anual –por lo que pavimentó y lo que ya estaba asfaltado– que le clava a los que cruzan, sin que la interventora se mosquee. Si mal no recordamos, lo que nos dijeron en aquella ocasión fue: “¿y de qué se preocupa, si usted no viaja?”. (Lo cual es cierto. Pero uno escribe no por interés propio sino colectivo). Así que allí murió la flor. Hasta ahora que Toncontín vuelve a aparecer resistiendo la emergencia.

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