Levantar la bandera desde el fango

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19 de noviembre de 2020
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12:03 am
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Levantar la bandera desde el fango

Por: Segisfredo Infante

Durante la temporada de la tormenta tropical “Mitch” (1998), salí a las calles a enlodarme hasta las rodillas y los codos. A quitar lodo, madera y basura en dos puntos de Tegucigalpa y Comayagüela. A nadie le pregunté. Ni le pedí permiso a nadie, para tratar de auxiliar a los demás. Cuento con testigos oculares sobre esto. Lo mismo hice frente a las secuelas previas del huracán “Francelia” (1972-1973), coyuntura que me permitió crear casi de la nada (como líder estudiantil del Instituto Central), el patronato y la colonia “Las Brisas”, ahora muy poblada, dicho sea de paso. Recuerdo que conseguimos bastante madera de orilla; cobijas; medicamentos varios; leche para niños tiernos; etc.; y traspasamos personalmente las cosas a los desamparados. Creo que ahora nadie recuerda, en la colonia “Las Brisas” de Tegucigalpa, nuestro esfuerzo personal por organizar aquella comunidad. Ahí perdí una parte sustantiva de mi salud.

Poco después del huracán “Fifí” (1974), viajé mucho por la zona norte del país, percibiendo que casi siempre, todos los años, en temporadas de otoño, se inundaban los bajíos entre las ciudades de La Lima y El Progreso, en el valle de Sula. Pero las familias tenían junto a sus casas un cayuco, una lancha y una casita de madera construida, por norma general, sobre altos polines, previendo las inundaciones anuales de los ríos Ulúa, Pelo y Chamelecón. Mi señora madre (que en paz descanse) vivió a la orilla de un río entre El Progreso y Tela. Pero siempre disponían de una lancha con motor. Después de la tormenta tropical “Mitch”, el gobierno del presidente Ricardo Maduro Joest construyó, a la altura de La Lima, un enorme desagüe llamado “Canal Maya”, que neutralizaba el desborde de los ríos; canal que ha quedado destruido bajo las presentes inundaciones del famoso y enigmático “Eta”, causando tragedias humanas y económicas descomunales.

En esta nueva tragedia hemos observado el lado hermoso del pueblo hondureño, respecto del cual nunca hemos perdido nuestra esperanza. Las muestras de solidaridad moral y económica frente a los damnificados y recluidos en los albergues, se han materializado de la noche a la mañana. Un escritor sampedrano que vive en las proximidades del desastre, me expresó que se sentía “inmensamente agradecido” por las ayudas que estaban llegando de parte de la gente de Tegucigalpa. Al comentario le añadí que también los sampedranos estaban auxiliando. Esta es la faceta magnífica que sale desde lo más hondo del alma de los mejores catrachos: civiles y militares.

Pero también he recibido informes directos de un lado negativo que han estado exhibiendo las maras y pandillas, que despojan de lanchas y cayucos a los voluntarios que buscan familias menesterosas subidas en los techos de sus casas. Al robarse las lanchas se dedican a extorsionar a los desamparados. Se trata de un crimen inaudito en el cual se aplicaría, en casos similares, algo relacionado con el “casus belli”, por crímenes de guerra contra la humanidad. (Esto me lo enseñó el abogado, que en paz descanse, Francisco Sambulá, en el colegio “Alfonso Guillén Zelaya”). A la par de los pandilleros se ha rumorado que existe, cuando menos, un aspirante presidencial que lanza bombas de desinformación. Ejemplo: hace más de una semana regaron la bulla que la represa hidroeléctrica del “Cajón” había sido vaciada, desencadenando la histeria y el caos colectivo de la ciudadanía sampedrana y de muchos otros habitantes.

Al punto. Recuerdo haber saboreado una película de la guerra de independencia de Estados Unidos. Un joven oficial encuentra una bandera en medio del fango, despedazada, y llena de lodo y sangre. El muchacho la costura, la limpia, la recompone y la utiliza, junto con su padre, en el fragor de las batallas. Aquella bandera era el símbolo de los independentistas que los pensadores y juristas actuales clasifican como una “guerra justa”. Esta imagen simbólica tiene para mí una conexión indirecta con el ánimo actual de los hondureños sumergidos, involuntariamente, en el fango de los siniestros naturales, de la pandemia y otras calamidades.

Los políticos hondureños, a propósito de todo lo anterior, devienen obligados, como nunca antes, a desburocratizar el sistema administrativo esclerotizado del gobierno y del Estado, incluyendo las instancias municipales y privadas. Si realmente desean reactivar toda la economía nacional, comiencen por establecer una ventanilla única, en cada municipio, para montar una pulpería; un criadero de tilapias; un negocio de plátanos, papas y tomates; o cualquier otra bisutería. Para instalar un pequeño negocio se deben utilizar veinticuatro horas. Y la misma ventanilla para cobrar impuestos justos.

El camino tenebroso de destruir los institutos (semiprivados) de jubilaciones y pensiones, es el peor camino para restaurar el aparato económico nacional. Los políticos que hagan eso se estarán clavando, ellos mismos, una espada filosa en el estómago, de cara a las futuras elecciones y a los futuros huracanes, vengan de donde vinieren.

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