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21 de noviembre de 2020
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12:02 am
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Nuestra responsabilidad compartida

Por: Leonidas Rosa Suazo

“Mi humanidad está atada a la tuya, puesto que solamente podemos ser humanos juntos”. Desmond Tutu.

El país colectivamente está sufriendo la angustia de los daños causados por el paso de no uno, sino dos huracanes, Eta e Iota, en el transcurso de un par de semanas. Hemos sido testigos de desgarradoras imágenes de personas refugiadas en techos, colonias enteras sumergidas bajo el agua, derrumbes de laderas y destrucción de calles, puentes e infraestructura en general.

Nos lamentamos de estas tragedias, agudizadas por el hecho de estar contenidas dentro de otra más generalizada, la pandemia COVID-19, que igualmente representa otra serie de estragos causados a la salud, economía y la vida; no solo de los hondureños, sino de todas las personas alrededor del mundo.

En el caso de la estela de destrozos de los huracanes Eta e Iota, principalmente por haber surgido una tras otra tan rápidamente, pero también porque son muy similar a las anteriores, parece indicar, que los daños a gran escala por tormentas tropicales no solo están dándose en la actualidad con mayor frecuencia, sino que posiblemente se están volviendo cíclicos.

Sin embargo, probablemente no hemos dado todavía un par de pasos atrás, para considerar que, el hecho de que sea iterativa esta situación, signifique, en primer lugar, que esta predictibilidad supone que este evento encaja dentro de otros patrones más amplios y, en segundo lugar, que, de existir estos patrones y estar identificados, deberían resultar (e incluso haber resultado) en algún tipo de esfuerzo colectivo para prevenir su recurrencia a futuro.

En cuanto a lo primero, debemos considerar desde una perspectiva amplia la confluencia de elementos que deriva en las catástrofes naturales, es un error considerar mayormente aleatorios estos fenómenos, por lo siguiente: Los huracanes claramente provienen de la naturaleza y consecuentemente siempre tendrán un elemento impredecible, pero mucho de lo que los seres humanos hacemos afecta su frecuencia y fortaleza; este año estableció un récord, en el que se ha llegado al número más alto de tormentas tropicales registradas en el Atlántico desde que comenzaron a llevarse registros desde 1878. Literalmente, se les han acabado dedos con qué contar a los científicos y, habiéndose acabado los nombres previamente designados, están ahora utilizando el alfabeto griego para designar los nombres de estas tormentas tropicales.

A pesar de mucha desinformación al respecto, principal pero infortunadamente generada en su mayoría, no por desconocimiento sino por otros motivos, existe un abierto consenso científico mundial de que las tormentas tropicales en el Atlántico están incrementándose en número e intensidad, al menos parcialmente, por causas antropogénicas, en particular aquellas relacionadas con el calentamiento global (y el consecuente aumento en la temperatura de la superficie marítima que potencia a las tormentas), debido al uso de aerosoles, combustibles fósiles y otras (véase, e.g., al Laboratorio Geofísico de Dinámica de Fluidos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los EE.UU. https://www.gfdl.noaa.gov/global-warming-and-hurricanes/).

También el alza de los niveles marítimos resultante de este mismo calentamiento global, por el derretimiento del hielo en las capas polares, resulta en mayor fragilidad ante las inundaciones de áreas costeras; no obstante lo anterior, es mucha la resistencia de la humanidad para reconocer, y mayor aún a responsabilizarse, sobre los efectos de nuestras actividades en la naturaleza.

Retomando el enfoque a situaciones locales, esta misma vulnerabilidad a la naturaleza la intensificamos, por motivos que de igual forma erróneamente vemos inconexos y ajenos, a nuestro propio perjuicio, como la construcción en áreas de riesgo, la falta de inversión en infraestructura apropiada, el abuso indiscriminado de los recursos naturales, la ausencia de planes de mitigación a largo plazo y, hasta detalles tan aparentemente frívolos, como poner la basura en su lugar.

Lo antes mencionado no tiene el objeto de polemizar un debate medioambiental (que tampoco es polémica sino un hecho científicamente comprobable), sino de establecer las premisas para poder deducir que, es significativo tanto nuestro comportamiento particular como colectivo, en cuanto a disminuir las consecuencias de fenómenos naturales como los huracanes, a pesar de su inherente incertidumbre.

Hasta la aparición de un nuevo virus como el Sars-CoV-2 parece haber sido pronosticado en cuanto a su probable proveniencia de un salto del virus entre especies, al cual somos más vulnerables por no tener protección autoinmune precisamente por su novedad. Esta ocurrencia será cada vez más frecuente debido al acelerado consumo humano de animales, así como la convivencia con especies que antes no estaban en cercanía o en la dieta de los seres humanos.

Es decir, que en ambas calamidades vemos, al menos en parte, consecuencias inesperadas pero que son reflejo de nuestras propias acciones. De tal manera que debemos concluir que, los huracanes Eta e Iota, no son solo una tragedia aislada, sino sintomática de la compleja y problemática relación entre la humanidad y la naturaleza, entre ciudadanos y su gobierno, entre nuestras necesidades presentes y nuestra supervivencia a futuro. En otras palabras, deberemos aceptar que, en parte, nosotros compartimos esta responsabilidad.

En este sentido, mucho de esta tragedia causada por los huracanes Eta e Iota era prevenible, mitigable y, en consecuencia, es evidente que en el futuro inmediato tenemos una responsabilidad de evitar similares tragedias que, como pronostican los científicos, serán cada vez más frecuentes e intensas.

Es loable y encomiable ver cómo se ha volcado la población hondureña para auxiliar a los afectados por esta tragedia, donando alimentos, ropa y bienes de primera necesidad, movilizando recursos, dándoles albergues a los desplazados, sin demostrar egoísmo alguno, aún en momentos de muchas necesidades propias; de igual forma ha sido heroica la intervención de los cuerpos de auxilio y de primera respuesta. Lo anterior, sin embargo, no nos debería limitar a pensar en un futuro en que, idealmente, estos esfuerzos no fuesen tan necesarios por existir medidas preventivas y de mitigación que eviten tantos daños.

Siguiendo este orden de ideas llegamos al segundo punto, sobre la predictibilidad de estos desastres naturales. Reconocer estos patrones, nos debería orientar a tomar acciones para prevenir y mitigar los daños de estas tormentas tropicales a futuro. Es decir, que deberíamos cambiar muchas de estas actitudes, con respecto a nuestro vínculo con la naturaleza, a la inversión en infraestructura y, en fin, a planear como país con metas y hacia un mejor futuro; sin embargo, se entiende que este enfoque es uno que no provoca titulares en los periódicos y que solamente nos permitimos repetir a manera de eslóganes durante campañas políticas y que miramos inapropiados tan pronto finalizan estas, por pensarlas absurdamente soñadoras. Sin embargo, no deja de ser cierto, que si nuestro comportamiento humano deriva en un mayor daño de los fenómenos naturales, este comportamiento colectivo tiene su origen en nuestro comportamiento individual, en actitudes respecto a actividades básicas, pero además cotidianas, como el desperdicio de recursos naturales, la prudencia en la conservación de estos y el ahorro para el futuro.

Lastimosamente, este es el cambio más importante, pero más difícil de actuar; citando al autor David Foster Wallace: “El tipo de libertad verdaderamente importante involucra atención, conciencia y disciplina y, poder verdaderamente querer a los demás y sacrificarse por ellos una y otra vez en numerosas maneras pequeñas y muy poco sexy, todos los días”.

Es tal vez poco impactante la lección en el sentido que, lo que exige de nosotros a futuro, como seres humanos es tener conciencia de nuestras acciones cada día, en cosas tan simples como utilizar el basurero, reducir el consumo de recursos no renovables, cuidar de los bienes públicos y tener algo de civismo.

No toma mucho esa lección y es una sabiduría quizás perdida, de atender prioritariamente estas pequeñas obras cotidianas, cuya suma y constancia, podría ser lo que nos aleje de un abismo; de valorar las personas y no las cosas, de ser menos egoístas y compartir con los demás, de pensar en el bien común antes del propio, y de hacer el bien sin esperar nada a cambio.

Pero lo más importante, como en cualquier lección, es comenzar a aplicarla. Como dice un conocido proverbio chino, “el mejor momento para plantar un árbol, fue hace veinte años, pero el segundo mejor momento, es este”.

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