Estado: ausente

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24 de noviembre de 2020
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12:05 am
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Estado: ausente

Por: Jairo Núñez

Como si no bastaba con el virus y Eta, apareció Iota, y con este llega-ron fuertes lluvias, inundaciones y derrumbes, afectando directamente a más de medio millón de compatriotas, múltiples víctimas mortales, comunidades enteras incomunicadas debido a puentes y carreteras destruidas, entre muchos otros daños que no bastaría esta columna para describirlos.

Si bien es cierto que la crisis no comenzó con Iota, Eta ni con la pan-demia, estos eventos han venido a agudizar las ya crecientes dificultades que veníamos atravesando como país. Han venido a poner más al des-cubierto el desnudo desastre de administración pública con el que con-tamos. Ya ni sabemos si contamos o no con él, porque ha abandonado a su población, a quienes se debe, por quienes son.

Max Weber, célebre sociólogo alemán del siglo pasado, define al Esta-do moderno como “una asociación de carácter institucional que goza del monopolio de la fuerza y de la violencia legítima dentro de un terri-torio determinado”. Este concepto queda muy alejado de la popular falacia de que “el Estado somos todos”, la cual tradicionalmente se nos hace creer y repetir constantemente como propaganda publicitaria.

Otro punto es que, aunque el Estado no puede resolver todos los pro-blemas que se presentan en la población, este sí debería atender las vicisitudes más trágicas, por lo menos, y apoyar a los más vulnerables ante este tipo de situaciones extremas. Queda claro que no podemos contar con “esa entidad”. Resulta infructuoso y desgastante clamar y reclamar a esa asociación institucional que se ve menos presente en las necesidades, pero que crece día a día con una masa ya cada vez más insostenible de personas que lo componen, – burocracia- lo llamaría el mismo Weber.

Pero no todo es malo. Surge como siempre una luz al final del túnel oscuro: la solidaridad. Hemos visto cómo los mismos hondureños en territorio nacional, como en el exterior e incluso países hermanos, hemos comenzado a ayudarnos recíprocamente. Ha quedado claro, que no queda de otra y que, aunque el Estado no somos todos, sí somos un pueblo que unidos logramos grandes cosas.

Por otro lado, tenemos a ese Estado que, representado con personajes escondidos en sus trincheras, pero con la mano extendida, ebrios de poder, esperando las ayudas internacionales y confiando en la aproba-ción de nuevos préstamos que no sabemos dónde irán a parar, pero que seguramente no serán para beneficiar a los que realmente lo necesitan. Desenfrenados, viendo de dónde obtener más recursos mediante sus dos formas de financiamiento: impuestos y deuda. Ausentes y alejados de toda realidad.

Hemos sido testigos de cómo un pueblo noble, abatido por la pobre-za, cansado de injusticias y extrema corrupción se ayuda a sí mismo. Hombres que sin recursos ni experiencia como cantantes “reguetone-ros”, sí son capaces de rescatar a niños y ancianos. Mujeres valientes, que sin títulos sofisticados se han enlodado, salvando a propios, extra-ños, vecinos y propiedades. Esa es la gente que no espera. Ya lo saben. No pueden esperar.

Entonces, ¿dónde queda el rol del Estado? Definitivamente que to-mando al pie de la letra el concepto de Weber: solamente siendo el monopolio de la fuerza y de la violencia legítima en el país. Nada más que eso. Limitados neuronalmente. Sin voluntad ni estrategia para el desarrollo y el crecimiento. Pero, nos contenta saber que ha resurgido la frase más ilustre y realista que pudo salir a flote en estas inundaciones: que solo el pueblo salva al pueblo. Una gran realidad presente, ante el Estado ausente.

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