Para reconstruir y construir el país

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5 de diciembre de 2020
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12:22 am
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Para reconstruir y construir el país

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Para reconstruir un país, cuya infraestructura ha sido dañada por guerras o por fenómenos naturales, se requiere, en primera instancia, dinero, maquinaria y una buena cooperación entre sus habitantes. Por otro lado, para construir un nuevo país, se requieren ideas, un plan de largo plazo, un nuevo liderazgo, y un gobierno con ganas de cambiar el sentido de la historia.

Existen dos maneras para que la economía de una sociedad se pueda echar a perder: una es, la destrucción de su infraestructura productiva a partir de una guerra o un desastre natural; y, la segunda, más perniciosa aún, cuando la política económica de un gobierno es errática y no existen objetivos trazados para alcanzar el crecimiento y el desarrollo sostenido en el largo plazo. Tal es el caso de Honduras. Sin un plan trazado, resulta imposible que los recursos fluyan hacia el resto de la población. Por recursos entendemos lo que los economistas denominan el “stock” o los medios necesarios para satisfacer las necesidades de las familias, como ser el empleo, la buena salud y educación, o la facilidad para emprender un negocio sin las consabidas trabas burocráticas de siempre. Sin un plan trazado con responsabilidad patriótica, los ciudadanos seguiremos viviendo el día a día, con una gran incertidumbre sobre el futuro -como bien decía Murray Rorthbard-, debido a la falta de previsibilidad de nuestros gobernantes.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y luego de un rápido proceso de reconstrucción nacional, el Japón y Alemania llegaron a convertirse en potencias mundiales, merced a que sus economías lograron, no solo recuperarse, sino también despuntar florecientes hasta el punto en que sus productos compitieron exitosamente en los mercados mundiales, diez años después de iniciada la reconstrucción. Como consecuencia natural de esos resultados, la calidad de vida de sus ciudadanos alcanzó niveles pocas veces vistos en el mundo.

Ambos países tenían, hasta antes de 1940, un poder político concentrador, con una fuerte tendencia hacia el gasto público y al militarismo desenfrenado. El nuevo modelo económico sustituyó a la vieja práctica estatal del asistencialismo despilfarrador, estimulando la competitividad de la empresa privada por la vía de la mejora de la calidad de sus productos de exportación. Pensemos en Toyota, Mitsubishi, en Siemens y Volkswagen.

El sistema productivo de Honduras se encuentra seriamente dañado. En otras palabras, es bastante probable que nos encontremos en las condiciones similares a las que Japón y la Alemania se enfrentaron entre los 40 y los 50, con el agravante de que nuestros políticos se concentran más en el poder que en la economía. La construcción de un nuevo modelo económico exige algo más que picos, palas o plata prestada; requiere tener la cabeza puesta en diseñar una estrategia nacional para volvernos altamente productivos, menos corruptos y respetuosos de las leyes que se requieren para competir en mercados agresivos, y para atraer la inversión foránea. Una vez dibujado el trayecto, entonces el siguiente camino es comenzar a aplicar la frugalidad en el gasto y promocionar el ahorro, mientras nuestra empresa privada se vuelve más competitiva en términos de calidad, tiempos de entregas y precios. Desde luego que esto provocará fricciones institucionales y políticas, pero ese será el precio que deberemos pagar para sacar a
Honduras del atraso en el que se encuentra.

No existen los milagros económicos, como anuncian los clisés que explican las causas del éxito de países como Alemania, Taiwán o Japón. Para construir una economía sana, solo existe la férrea dirección de un plan que deberá ser manejado con disciplina y liderazgo, sin importar las sucesiones en el poder y los colores de los partidos. Porque, para llegar hasta el lugar donde yacen los países que han logrado salir del subdesarrollo el camino solo es uno: darle vuelta a la historia.

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