DERRUMBES Y DESLAVES

ZV
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6 de diciembre de 2020
/
12:50 am
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DERRUMBES Y DESLAVES

CASI todos los días, en las últimas semanas, nos han llegado informaciones puntuales relacionadas con derrumbes, deslaves e inundaciones inesperadas de riachuelos y quebradas, predominantemente en la región noroccidental de Honduras. Y de manera más específica en el departamento de Santa Bárbara, y luego en la llamada montaña del “Merendón”, frente a San Pedro Sula.

La gente se pregunta “qué es lo que está pasando en el país, si se supone que las dos tormentas tropicales ya días se fueron de América Central.” Las respuestas más inmediatas es que son coletazos de los huracanes o se añade que se trata de un nuevo “frente frío”. De hecho, los llamados frentes fríos llegan a Honduras todos los años en forma de “vaguadas” en la temporada de otoño, desde finales del mes de septiembre hasta llegar a diciembre. A veces las vaguadas se convierten en aguaceros, sobre todo en la costa norte de Honduras.

El problema actual es que las dos tormentas tropicales saturaron los suelos, y no pueden absorber más lluvia. Motivo por el cual se desbordan hasta las quebradas (que pasan sin agua casi todo el año) más allá de lo normal, y se meten sus aguas en las aldeas, colonias y ciudades, como ha sido el caso del río Nace en Choloma y en la colonia Siboney, de Villanueva, departamento de Cortés, para sólo mencionar dos casos.

Los derrumbes y deslaves de cerros y montañas se relacionan con lo anterior; pero, además, con algunas diferencias que valen la pena señalarse. Algunos de los deslaves ocurren sobre tierras de “aluvión”, que se han acumulado durante siglos y décadas en algunos recodos de los ríos y de las faldas de los cerros mismos. Son tierras sedimentarias que con gran facilidad se disuelven con las lloviznas continuas o con fuertes aguaceros, sean éstos el resultado final de huracanes o de vaguadas. Pero la gente, sin ninguna información científica, construye sus casitas y poblados sobre esas tierras de aluvión, con las consecuencias fatales que en Honduras conocemos. Incluso la capital de nuestro país, aunque posee formación rocosa, también exhibe tierra roja sedimentaria con gran propensión a los deslaves y derrumbes.

Santa Bárbara es quizás el departamento que más ha registrado derrumbes y deslaves en las últimas semanas. Esto incluye la cabecera departamental y varios municipios y aldeas de la subregión centro-sur muy próxima a los grandes ríos. Se habla, por ejemplo, de un lugar cercano a la parroquia de San Roque, en donde un cerro sepultó prácticamente a toda una comunidad, dejando a sus pobladores en la absoluta desgracia, esperando el auxilio de los hondureños de buena voluntad.
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Al tema de las lluvias desmesuradas se agrega el viejo problema de la depredación sistemática de los bosques latifoliados y el incendio anual de los pinares. Encima de eso una agricultura extensiva que nunca deja descansar los suelos. En la Europa medieval había una disposición de dejar descansar la tierra por uno o dos años, con el objeto de volverla más fértil y productiva. Pero en pleno siglo veintiuno nuestros hacendados y pequeños minifundistas se han negado a aprender del conocimiento milenario, uno científico y el otro de simple sentido común popular. Como si la cosa fuera poca, hay gente que se opone a las represas y a las canalizaciones de los ríos más o menos caudalosos, como en los casos de los ríos Ulúa y Chamelecón. Hasta los más antiguos egipcios comprendieron que al crear lagunas artificiales y canalizar el extenso río Nilo lograban, con eso, aliviar las inundaciones anuales de un río impetuoso aparentemente incontrolable.

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