LA ESTRELLA DE BELÉN

ZV
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24 de diciembre de 2020
/
12:49 am
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LA ESTRELLA DE BELÉN

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

POR un instante creímos habernos perdido el acontecimiento astronómico más esperado del mundo. Salir al patio, hacer perdidiza la mirada al infinito, para ver pasar, a lo lejos, en un cielo despejado, la mística Estrella de Belén. Supimos de ello por las noticias anticipando el fenómeno denominado la Gran Conjunción. Ello es la alineación de Júpiter y Saturno, alias la Estrella de Belén. El acontecimiento –trascendió en las informaciones– ocurriría el 21 de diciembre, el día del solsticio de invierno. Sin embargo, metidos en un “Zoom” programado inconvenientemente a la misma hora que presumiblemente ocurriría el enfilamiento de los astros, se nos fue por alto el magno acontecimiento. Hasta que al siguiente día el nieto, revisando la portada de LA TRIBUNA en horas de la mañana, reclamó un tanto contrariado. Nos perdimos la Estrella de Belén.

Algo que no sucedía desde hace 800 años y no volverá a ocurrir hasta que pasen otros 800 años. A propósito de nuestra efímera y mortal presencia en esta tierra contemplando el dilatado pasar del tiempo. No vemos de menos las fechas simbólicas. No dejó de ser un privilegio haber ostentado el más grande honor que nos confirió la Patria, en el vértice de fin del siglo y el advenimiento del milenio. Allá estuvimos en el foro de Naciones Unidas junto a otros líderes mundiales, rubricando el trascendente compromiso de los Objetivos del Milenio. Así que sentimos decepción perdernos la Estrella de Belén por un descuido. Pero estábamos mal informados. No solo es cosa de un día, así como ocurrió cuando nos dijeron años atrás de la llegada del cometa Halley. En aquella ocasión agarramos cuesta arriba rumbo a un mirador situado en uno de los cerros que rodean la ciudad capital. Fuimos unas horas antes de lo previsto, previendo agarrar asiento de palco en una falda, a orillas del accidentado camino de la empinada y el filo del abismo. Allí estuvimos en amena tertulia con otros curiosos que llegaban. Atenidos a que quienes iban arribando lo hacían con datos precisos que esa era la mejor ubicación. Hasta que a eso de la medianoche nos enteramos que los demás se habían parado allí confiando en nuestra buena orientación. Que resultó ser nula, porque nunca vimos pasar el tal cometa Halley. Con esa triste experiencia, prometimos a sí mismos, no volver a perdernos ningún otro espectáculo estelar. Incluso pasar pendientes de los eclipses, que tampoco hemos visto alguno. Raros han sido los cielos serenos. Cuando no es el humo tóxico de las quemas que cubren la ciudad, son las nubes negras de cielos encapotados.

Lo más que hemos logrado divisar, de vez en cuando, gracias a los avisos de Chema Agurcia, son las lunas llenas. Religiosamente por su WhatsApp comparte con sus contactos las fotos de la misma luna. Así que hoy, y todos estos días, antes que se oculte la luna, estaremos atentos de la penumbra de la noche. Aseguran que el resplandor es visible, una hora después de la puesta del sol. Se trata de una maravilla inédita a muchas generaciones. Simbólica a los cristianos. Todos crecimos –devotos y reconfortados– con el relato de la luz brillante en el cielo que guió a los Reyes Magos al bíblico pesebre de Jesús. Ahora es que los astrónomos descifraron que la potente luz desencadenada en el cielo no es otra cosa que el cruce entre Júpiter y Saturno. Quién sabe. Cosas parecidas, quizás. Los reyes –cuenta la historia– claramente vieron, no un resplandor, sino una brillante estrella. En ninguna parte del camino se cruzaron con Santa Claus. Sin embargo, los intangibles; la esperanza, la solidaridad, la bondad, la piedad, la gracia de compartir, la alegría, son valores imperturbables de la Navidad.

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