CORTÁZAR Y HONDURAS

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27 de diciembre de 2020
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CORTÁZAR Y HONDURAS

Óscar Aníbal Puerto Posas

Julio Cortázar

En el contexto de la celebración del VII Congreso Internacional de la Lengua Española en la ciudad argentina de Córdova, la Real Academia Española (RAE), la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) y la Academia Argentina de Letras (AAL), rindieron merecido homenaje a uno de los autores más importantes de todos los tiempos y a su obra más emblemática “Rayuela”. Obvio, nos estamos refiriendo a Julio Florencio Cortázar (tal el nombre con que fue inscripto en Bruselas, Bélgica, donde su padre se encontraba integrando la representación diplomática argentina).

La “opus magna”, anteriormente dicha, tras presentaciones de Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Casares, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Sergio Ramírez. Que el nicaragüense vaya de último no significa que sea de inferior calidad literaria que sus colegas. Fue un capricho de los editores.

Además, en “Rayuela”, “hay otros lugares”, para otros autores y autoras. En lo personal me conmocionó María Alejandra Atadío con su boceto: “Julio Cortázar Biobibliografía”. No lleva pretensiones literarias excelsas. La dama se limita a presentarnos a Cortázar desde su nacimiento (1914) a su óbito (1984). Incluso, María Alejandra, nos contará la causa de su muerte: Leucemia y el sitio en que reposa: cementerio de Montparnasse, París.

Se inició en las letras con alguna timidez. Al grado de utilizar un seudónimo: “Julio Denis”. El que utilizó en 1941 al publicar su primer artículo “Rimbaud”. Se lo acepta “Huella” (de Buenos Aires). Un año después (1942), “Llama al teléfono, Delia”, cuento publicado bajo el mismo seudónimo y sin su consentimiento, (“El Despertar” (Chimilicoy).

Chimilicoy es un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, donde Cortázar fungía como enseñante de Historia, Geografía e Instrucción Cívica en la Escuela Normal Domingo Faustino Sarmiento.

Por seguir al escritor, nos hemos olvidado del hombre. En 1918 la familia regresa a la Argentina, y se instala en la localidad de Bonfield, a diecinueve kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, donde permanecieron hasta 1951. El padre (Julio José Cortázar) abandonó definitivamente el hogar. El futuro escritor no ha cumplido seis años. Se crió con su madre: María Herminia Descote, su hermana Ofelia y su abuelo materno. No volverá a ver a su padre. Es el clásico abandono filial latinoamericano. No se sabe hasta qué punto afectó la vida del grande autor. Las estrechas economías lo llevaron al magisterio. Se graduó de Maestro Normal en 1932. Tres años después obtiene el título de Profesor Normal en Letras. Sus destinos laborales son humildes: ciudad Bolívar, una pequeña ciudad en la provincia de Buenos Aires. Al principio hizo poesía: “Presencia” (1938), publicado bajo el seudónimo a que ya hicimos referencia: Julio Denis. Entendió que la poesía no era lo suyo y no insistió.

De Chiclayo, da un salto importante, pasa a ser catedrático universitario en la Universidad de Cuyo (provincia de Mendoza), donde da cursos de Literatura inglesa y francesa. Corría el año 1944. Ahí surge Julio Cortázar, publica bajo su nombre y apellido reales: “Bruja” (Correo Literario, Buenos Aires, 1945, fue su año vital: “Apenas apostando…”, ensayos y “Estación de la mano”. Reúne “La otra orilla”, su primer volumen de cuentos que permaneció inédita hasta su incorporación póstuma en los “Cuentos completos” (1994).

Renuncia a la docencia universitaria, en desacuerdo al peronismo. Vuelve a Buenos Aires. Es nombrado gerente de la Cámara Argentina del Libro. Donde se desempeña durante un trienio (1946-1949). A esas alturas el humilde maestro comarcano, ya era una celebridad. Había publicado: “Teoría del Túnel” (1947); “Los viajes”, pieza dramática. Y “Bestiario”, a no dudarlo una de sus obras más célebres.

Después hizo su viaje a París. No era un desconocido; pero, con todo no es fácil abrirse paso en París. Le vale que llevaba el título de traductor público de inglés y francés, obtenido en la Universidad de Buenos Aires. Se gana la vida como traductor de la UNESCO. En tanto escribe sin descanso. Conoce a una mujer extraordinaria: Aurora Bernárdez, muy vinculada con autores e intelectuales de la época. Se vincula a la izquierda.

Es galardonado repetidas veces. María Alejandra Atadía, nos descubre a un Julio Cortázar desconocido. El hombre en extremo generoso. Cedió el premio metálico, a los presos políticos argentinos, otorgado para Médicis, a raíz de su obra “Libro de Manuel” (novela).

Viaja, estuvo en Nicaragua luego del triunfo de la revolución sandinista. Escribió un libro bellísimo, al que le dio un título tierno: “Nicaragua tan violentamente dulce”. Recibe la Orden de la Independencia “Rubén Darío”, de manos de Ernesto Cardenal, Ministro de Cultura. Nunca la orden que lleva el nombre de nuestro poeta esencial estuvo en mejores manos.

Colabora en la mejor prensa mundial. Publica sus artículos: “Crítica de Buenos Aires”, y he aquí nuestra gran sorpresa: “El Día, Honduras”. Donde aparece su artículo “Octavio Paz y la estrella de Mar”, en 1971 (op. cit. p. 969). María Alejandra Atadía, lo encontró en el archivo del autor de “Rayuela”. Lo incluye en su excelente “Biobiografía”. ¿Cómo llegó al periódico que fundó en 1948 don Julián López Pineda?

Es un misterio. Mi noble amigo Mario Argueta, al informarle de este hallazgo me dijo: “En 1971, era miembro del Consejo de Redacción de “El Día”, el poeta Óscar Acosta”. Insinuándome que el poeta había cultivado amistad con Julio Cortázar. Acosta era un hombre muy bien relacionado.

Otro amigo exquisito, Juan Ramón Martínez, me pidió que le enviara por “WhatsApp” la página a que hago referencia. Así lo hice. Me respondió: “Es una honra para Honduras. Tienes que escribir un artículo sobre este acontecimiento”. A su petición lo he hecho.

Soy desafecto a quienes lanzan “epigramas y denuestos” (entrecomillada la frase de Luis Andrés Zúñiga), contra Honduras. Al contrario sensu, exalto cuanto contribuye a elevar su nombre, cual es el caso que nos ocupa.

Tegucigalpa, a 3 de noviembre de 2020

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