Pedacitos de vida: Las mitades que hacen falta

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29 de diciembre de 2020
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03:16 pm
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Pedacitos de vida: Las mitades que hacen falta

Pedacitos de vida: Las mitades que hacen falta. Por: Iris Amador

Iris Amador

 

 

 

“Cómo se cuentan las historias, quién las cuenta, cuándo se cuentan y cuántas se cuentan realmente depende del poder”. ~Chimamanda Ngozi Adichie

 

El problema de que nos cuenten una historia a medias es que no sepamos que hay otra mitad. El pesar es lo mucho de lo que nos perdemos sin la otra parte. A lo largo de generaciones, la historia ha sido así, parcial. Las narrativas que hemos recibido, casi en su totalidad, son masculinas, efectivamente orillando a la mitad de la población a la invisibilidad; y a todos en general, a conformarnos con relatos incompletos que se aceptan como totales.

Seguro has escuchado de los padres de la aviación, los hermanos Wright. ¿Pero conoces de Katharine Wright, la hermana menor? Katharine fue la única en la familia con una educación universitaria, lo cual le permitió obtener un empleo como maestra; lo cual le garantizó un salario constante, con el cual ella financió los experimentos aeronáuticos de sus hermanos mayores.

Pedacitos de vida: Las mitades que hacen falta
Katharine Wright

Por si fuera poco, ella se había encargado del hogar desde que tenía 15 años, cuando perdió a su madre. Tenía intereses propios, sin duda. Participó en la lucha para ganar el sufragio de las mujeres en Estados Unidos. Pero no pudo dedicarse a lo suyo plenamente porque la familia le pidió, además, manejar la tienda de bicicletas en la que Wilbur y Orville comenzaron a jugar con sus tuercas y tornillos.

Cuando se hicieron famosos, ella aprendió francés para ser su relacionadora pública durante visitas a Europa, en vista de que ellos no eran sociables. Cuando Orville tuvo un accidente y se fracturó las costillas, fue ella quien estuvo al lado de su cama hospitalaria semanas enteras. Siguió cuidándolo, hasta el punto de tener que abandonar por completo su trabajo de maestra.

“Estoy muerta de cansancio, tanto, que al amanecer no puedo ni tomar un lápiz”, escribió Katharine en una carta. De nuevo volvieron a recaer en ella todos los quehaceres de la casa.

Así pasó el tiempo, hasta cuando ella y un excompañero de la universidad reanudaron su comunicación y comenzaron un romance por correspondencia. Tenía 52 años cuando anunció que se casaría con su amigo Henry Haskell, propietario y editor de un periódico en Kansas. Al saberlo el hermano, por el cual se había sacrificado sirviendo, se enojó y le dejó de hablar.

La lastimó y le empañó su alegría, pero procurar para sí misma un poco de felicidad fue una decisión acertada. A los dos años de vivir con Henry, Katharine contrajo neumonía y falleció. Le había dado toda su vida a la familia; era justo que la vida la recompensara con alguien que la quisiera y la apoyara a ella. Lo justo ahora es reconocer que gracias a Katharine, un aeroplano alzó vuelo por primera vez el 17 de diciembre de 1903; y decir que si la aviación tuvo padres, tuvo una madre también.

 Lustres y deslustres

Mientas en algunos casos ha hecho falta el reconocimiento debido a personas como ella, no se ha cuestionado la admiración sin medida que se le brinda a otras. Por ejemplo, a Picasso. No me refiero a su arte. Me refiero a su forma de expresarse sin lienzo ni pincel.

Miren lo que decía: “Cada vez que cambio de pareja, debería de quemar a la pasada. Así me desharía de ellas. No estarían cerca para complicar mi existencia. Quizás eso me devolvería mi juventud. Matas a la mujer y borras el pasado que representa”.

Eso lo escuché por primera vez cuando vi el especial “Nanette”, de la comediante australiana Hannah Gadsby en Netflix el año pasado. Resulta que Hannah es historiadora de arte y como tal, expresa que no hay que separar al hombre de su obra.

El pintor ha sido glorificado, mientras tan importantes detalles han sido omitidos. Para comenzar, nadie tiene porqué dañar a nadie al dejar de amarle. Tampoco si son ellos a los que han dejado de amar. Los seres humanos no son pertenencias, ni el amor tampoco.

¿La gente tiene derecho a que les guste Picasso, con todo y su misoginia? Pues sí. De hecho, no le faltan aficionados, ni defensores, que lo excusen aún después de muerto. Lo censurable es esconder debajo de sus cuadros, sus palabras y actos.

Quienes sí ignoraríamos su arte, porque nos parece detestable que hubiera querido prenderles fuego a sus amantes, no tendríamos datos relevantes para hacer nuestras propias valoraciones. Nueva información tiene que movernos siempre a evaluar viejos pensamientos.

Marina Picasso, nieta de él, dice que era abusivo con su propia familia y que muchos parientes sufrieron trauma sicológico a consecuencia. El pintor dejaba encerradas a sus amantes en el estudio, privándolas de su autonomía. Y no es el único con biografías lustradas, como un par de botas a las que se les ha sacado brillo, pero están lodosas por debajo.

Pablo Neruda para el caso, plagió al escritor Rabindranath Tagore y violó a una empleada doméstica cuando era embajador en Sri Lanka. Después, el escritor, cuyo nombre original era Neftalí Reyes, hasta un poema sobre el hecho haría. Por si faltaba, tuvo una niña y la abandonó a los dos años porque nació con hidrocefalia.

No es que no pudo haber roto la relación con la madre, es que dejó de hacerse responsable de la beba. Es que al “poeta del amor” le faltaba compasión. Es que mientras se jactaba de redactar palabras bonitas, le sobraban palabras feas para la pequeña: “un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”.

Punto y aparte con él mejor.

Pedacitos de vida: Las mitades que hacen falta
Malva Marina

La niña se llamaba Malva Marina. La madre, Marietje Hagenaar, en penurias le suplicaba ayuda desde Holanda, bajo ocupación nazi. Le pidió un salvoconducto para que ellas estuvieran más seguras en Chile y no lo facilitó, como sí hizo con otras personas. “Mi último centavo lo gastaré en enviar esta carta”, le escribió angustiada. De más está decir que Neruda no respondió, ni cuando le comunicaron que había fallecido la niña en 1943, a sus ocho añitos, por telegrama.

A los estudiantes se les enseñó a idolatrarlo, sin mencionarla. En el 2018 la poeta neerlandesa Hagar Peeters publicó su primera novela, que trata sobre la nena. Al libro le dio el nombre de la niña y en sus páginas, la pequeña trata de averiguar porqué su padre la rechazó y no la ayudó.

Finales felices

Pedacitos de vida: Las mitades que hacen falta
librería Busboys & Poets en Washington, D.C. (Foto Iris Amador)

Las voces femeninas importan. Escucharlas importa. Leerlas importa. Picasso no les hubiera contado lo que les contó Marina en su libro o lo que nos contó Hannah en su presentación. Quizás no hubiéramos conocido a Malva, sin que Hagar Peeters la hiciera su protagonista.

¿Por qué les cuento esto? Porque importa quien cuenta la historia. El peligro de narrativas parciales es pensar que son completas. ¿Tienen derecho los hombres a escribir y a contar historias desde su punto de vista? Desde luego. Sin embargo, no debe ser la única perspectiva. Ni se debe creer que lo es.

Las mujeres no han podido hacerlo sin obstáculos. Consideremos que algunas pudieron escribir y publicar solo usando seudónimos masculinos o neutros. Hoy en día, los libros que más reseñas literarias reciben son los de hombres, no en menor parte porque quienes los escriben son hombres también.

El proceso es sesgado de principio a fin. Los libros escritos por mujeres se venden a menor precio y en algunas librerías hasta los colocan en estantes inferiores. Todo tiene un efecto acumulativo perjudicial.

Isabel Allende cuenta que en ocasiones se le han acercado señores que encontraron irresistible decirle que ellos no leen libros de autoría femenina. Miren nada más. En un planeta en el que es posible leer a la canadiense Alice Munro, a la inglesa Zadie Smith, a la turca-británica Elif Şhafak, a la peruana-estadounidense Marie Arana, a la mexicana Laura Esquivel, a la chilena Marcela Serrano, solo por mencionar a algunas, es como tener manjares enfrente y decidir nunca comer. Así terminan mentalmente desnutridos.

Son muchas historias en las que lo que no se ha dicho, es tanto o más importante que lo que sí. Mi énfasis no es exponer lados oscuros, sino en no limitarnos a un solo punto de vista, a una visión estrecha. Una experiencia masculina, es eso, una experiencia masculina. No es la verdad universal que se pretende que es. La experiencia humana, para que sea universal, la deben contar múltiples voces diversas.

Las mujeres hemos hecho mucho más que nuestra sana parte. El problema es que no se nos ha escrito dentro de la historia. Como si no existiéramos. Si buscan a Katharine Wright en una enciclopedia, no aparece. Hemos sido excluidas de registros, de créditos y absurdamente, de linajes de vida, en los que hombres solos, engendran solo a hombres. Esos no son finales felices.

Cuando seguimos tratando de abrirnos espacios para contar nuestra mitad, ustedes son agentes de progreso leyendo palabras de mujeres, escogiendo sus obras, deteniéndose en el diario con nosotras. La perspectiva se vuelve más amplia, la mente más abierta. La riqueza es inmensa. Y en un mundo con tanto desequilibrio, leer a mujeres es una manera sencilla de contribuir a hacerlo más equitativo; más justo, más variado y más rico. [email protected]

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