Aferrarse a la “Esperanza”

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31 de diciembre de 2020
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12:03 am
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Aferrarse a la “Esperanza”

Por: Segisfredo Infante

Aferrarse a la “Esperanza”. Mientras el viento aúlla con poder sobre las ventanas, apaciento mi soledad y otros sentimientos inexpresables. La gente ha estado de fiesta en la temporada navideña, con el deseo incontrolable de salir a la calle a saludar a alguien, por aquello de las intensas cuarentenas, los huracanes devastadores y por el problema que genera el aislamiento que a veces conduce a la dura depresión sicosomática. Algunos llegan mucho más lejos: organizan francachelas alcohólicas suicidas porque parecieran preferir la muerte que continuar encerrados en sus casas, mesones y apartamentos. El problema con los suicidas, o que padecen del síndrome del suicidio, es que consciente o inconscientemente desean llevarse al hospital, o a la tumba, las vidas de los demás: sean niños, jóvenes, adultos o ancianos. De nada sirve explicarles, todos los días, que si abandonan las medidas de bioseguridad y los indispensables distanciamientos individuales, la peste invisible se propaga; mueren médicos y enfermeras; los hospitales colapsan y luego le achacan la culpa a cualquier gobierno de turno, según sea el país de que se trate. En Honduras, pongamos por caso, somos expertos en buscar las causas y todos los defectos en los demás, porque nunca miramos nuestros propios defectos, motivo por el cual escondemos nuestras colas de dinosaurios y con tal actitud enfermiza le hacemos daño al prójimo.

Es comprensible, hasta cierto punto, que la gente se desespere por salir a saludar a sus parientes, amigos y otros seres amados. Pues contrariando a los suicidas irresponsables, la gente consciente utiliza mascarillas dobles y guarda las respectivas distancias, porque el deseo de encontrarle un sentido a la vida es más fuerte que cualquier otro deseo, por encima de las amenazas de una peste que sigue acorralando a la humanidad. No es lo mismo el amor y la “Esperanza” de las personas conscientes que aman la vida, que la irresponsabilidad gigantesca de aquellos que, hace un par de semanas, se arremolinaron, en forma descerebrada, en la quinta avenida de Comayagüela (parte de la capital de Honduras): algunos usando mascarillas y otros casi desnudos, empujándose entre ellos, llevándose a los niños por delante, como si alguien, nuevamente, les hubiese convencido que el virus es “inexistente”. Porque estoy informado que algunos segmentos neopopulistas de la “ultraizquierda” y de la “ultraderecha” (¡¡vaya cómo se pusieron de acuerdo!!), se encargaron de convencer a millones de personas que el coronavirus “no existía”. O que era inofensivo. Es más, muchas de estas personas ni siquiera se bañan cuando retornan a sus hogares. O porque carecen de agua potable o porque descerebradamente “reducen” al mínimo los riesgos.

La esperanza, con “e” minúscula, es una palabra cualquiera que utilizamos todos los días, venga o no venga al caso. La “Esperanza”, con “E” mayúscula, es un principio filosófico que se ha venido extendiendo, poco a poco, desde algunos postulados del pensador Ernst Bloch. No sólo para especialistas de la gran Filosofía sino, de ser posible, para la humanidad entera, que ahora mismo se auto-observa al borde del abismo, por una plaga invisible cuyas causas concretas desconocemos. Con la posibilidad, según dicen los expertos y los tremendistas, que el “bicho” puede mutar y fortalecerse, para desgracia completa de la especie humana. Hablo de la especie del “Homo Sapiens”, en tanto en cuanto que algunos futurólogos creen que solamente ellos van a salvarse. Es más, en el caso remotísimo que tal “bicho” hubiese sido fabricado con malévolas intenciones, o con el propósito de una reducción demográfica drástica, tales individuos poderosos (hipotéticos también) han perdido de vista que la vida es única y sagrada, y que las epidemias y pandemias son como un gigantesco bumerán de dos filos, que se vuelve rápidamente contra aquellos que lo manipulan o lo lanzan. La “Historia” demuestra que nadie sale ganando con guerras bacteriológicas o gaseosas, tal como quedó evidenciado durante la “Primera Gran Guerra”. E, incluso, posiblemente, con el pandemonium reciente de la guerra civil en Siria y sus alrededores, que lo único que ha dejado es un país demolido como pocos en el planeta. Pero claro, los sirios, a pesar de sus desgracias extremas, nunca han salido al exterior a jactarse ni mucho menos a colocar por los suelos el nombre de su patria. Al contrario, muchos desean retornar a sus “patrios lares”, a reconstruir sus casitas y edificios bombardeados y derrumbados, como si hubiese sido una especie de nuevo apocalipsis.

Debemos y podemos aferrarnos a la “Esperanza” de sobrevivir, como individuos y como especie, frente a todas las pestes habidas y por haber. Los médicos y laboratoristas encontrarán poco a poco la manera de neutralizarlas. Es más, a la par de los fenómenos anteriores, los catrachos debemos prepararnos para subsistir frente a todos los huracanes futuros. Contamos con hondureños archi-talentosos que debemos incorporar a los tinglados del Estado, al margen de quiénes sean los gobernantes de turno.

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