La ayuda internacional

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2 de enero de 2021
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12:03 am
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La ayuda internacional

Por: Rafael Delgado Elvir

Solamente juntos salvaremos el país, es el estribillo favorito hoy en día de las autoridades y sus aliados. Qué pena para el país ya que usualmente es precisamente esto lo que han olvidado ellos, los que ahora claman por respaldo y unidad. Preocupados por intereses particulares y con una desfachatez escandalosa han tomado decisiones de espaldas a la voluntad popular o han callado frente a situaciones que representan retrocesos para el país. Han estado ausentes de los llamados unitarios para que ocurra una larga lista de situaciones como el adecentamiento de la justicia, de los procesos electorales; parar la corrupción, el despilfarro y la ilegalidad. Han tomado su camino blindados con un presupuesto público multimillonario a su discreción, con el silencio de sus aliados claves en la justicia, la empresa privada y las fuerzas armadas.

Este divorcio de las élites del poder con la ciudadanía ha resultado fatal. Procesos de reforma que han sido impulsados desde abajo simplemente han sido anulados en su esencia. Las negociaciones de representantes auténticos y respetuosos de la legalidad, que indudablemente deben ser parte del juego político democrático, las hemos visto convertirse en simplemente repartición de puestos y de recursos que llenan los estómagos de algunos y aseguran posiciones de otros, sin que ocurra algo trascendental para el mejoramiento de las instituciones. Por eso no debemos sorprendernos de los grandes rezagos que, dicho sea de paso, no son el resultado ni de los fenómenos naturales mucho menos de la gente trabajadora. Por más que digan lo contrario los voceros gubernamentales, uno tras otro, los indicadores de desarrollo humano, de gobernabilidad, de respeto a las leyes, de corrupción y de ambiente de negocios que se utilizan a nivel mundial, ubican al país en la cola, presentando un país frágil.

Como todos los países del mundo, Honduras fue sorprendida en el año 2020 por la pandemia. De la misma forma que otros países han sufrido sin advertencia el paso de los fenómenos climáticos, también vivimos los embates de Eta y Iota. Sin embargo, al contrario de naciones mediana o totalmente encarrilados por la senda del desarrollo, aquí la respuesta fue débil e inefectiva, y lo peor, sin capacidad para aprender y fortalecer las mismas instituciones públicas ante futuros embates. Esto es el resultado precisamente de lo anterior: nos encontramos sumidos en esa fragilidad que no puede atribuirse a otra cosa más que al sistema económico y político carcomido que se ha ido consolidando. Esto lo saben claramente los organismos internacionales y todo aquel que se considere conocedor de América Central y especialmente de lo que recientemente se ha dado en llamar el Triángulo Norte.

La parálisis de la producción durante varios meses del 2020, la caída en el empleo y en los ingresos de la gente, la destrucción del patrimonio de miles de hondureños, de la agricultura y de la infraestructura han puesto al país en condiciones pocas veces vistas. Esto también lo saben los organismos internacionales. Ante esta explosiva combinación de diferentes fenómenos económicos y sociales agudos con desastres naturales no cabe otra cosa que ir a su auxilio. Por tanto, el apoyo de emergencia que han prometido desde afuera no es ningún espaldarazo al gobierno ni a su gestión.

Honduras recibirá algún apoyo de parte de la comunidad internacional básicamente por razones humanitarias y de contención de crisis. Ya es de pleno conocimiento el potencial que tienen las crisis domésticas de evolucionar en fenómenos que trascienden las fronteras, convirtiéndose en agudos problemas regionales. Nuestros vecinos fuertes más próximos, México y Estados Unidos, conocen ya el fenómeno de las caravanas de migrantes y las dificultades que estas generan. Aquí en el país, solamente esperamos que ese apoyo se entregue a las organizaciones civiles más fuertes y ligadas a la ciudadanía. Entregar dinero y recursos al gobierno central y a sus instituciones es fortalecer a los que hace años fracasaron, por decisión propia, de enfocarse exclusivamente en el bienestar de la gente.

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