Desafíos

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4 de enero de 2021
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12:22 am
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Desafíos

Por: Edmundo Orellana

2021 será, probablemente, menos recordado que 2020, pero es el decisivo para comenzar seriamente a enfrentar la crisis generada por nuestro eterno subdesarrollo, la dictadura, la pandemia y los dos huracanes.

El primer gran desafío es la celebración de las elecciones porque las pretensiones continuistas del gobernante, que son evidentes, podrían frustrarlas, puesto que retener el poder es la salida para evitar los serios problemas que tendrá cuando pase a la condición de simple ciudadano. A este propósito sirven las necesarias medidas de excepción que provocaron las emergencias del 2020 y que, seguramente, continuarán durante el 2021.

Si se hubiesen atendido las advertencias de los expertos, seguramente el rebrote que experimentamos sería menor y no estaría colapsado, como lo está, el sistema de salud. Relajar las medidas propicia el contagio y la epidemia escapa a los controles. Lo inevitable ocurre: confinamiento, control policial de la calle y represión al infractor. Nadie sabe cuánto durarán estas medidas, pero cierto es que en estas condiciones la campaña electoral será muy difícil.

El propio proceso electoral está en cuestión. La nueva ley electoral no se aprueba, el presupuesto para los órganos electorales no está asegurado todavía y el censo electoral no es garantía porque el enrolamiento está seriamente cuestionado. Los plazos se agotan y las diligencias electorales no avanzan. El rebrote y las medidas que tendrán que adoptarse a partir de enero, obstaculizarán, sin duda, su desarrollo. Todo indica que para marzo es probable que no haya elecciones dentro de los partidos. Posponer las primarias afectará, sin duda, la fecha de celebración de las generales.

La suspensión de las elecciones y el continuismo del gobernante son propuestas de algunos legisladores gobiernistas, siguiendo los deseos de aquel, mientras la oposición ya no denuncia el fraude como antes de la convocatoria a elecciones. Indicios claros del peligro que se cierne sobre las elecciones.

El otro desafío es el manejo de los recursos que países amigos y organismos multilaterales han ofrecido para atender las consecuencias de la pandemia y los huracanes. El descrédito del gobierno genera dudas en la cooperación internacional, por lo que el mismo gobierno, consciente de esta percepción, decidió integrar una comisión para, supuestamente, administrar esos recursos y disipar las dudas de la cooperación. Sin embargo, sus mismos integrantes, en comparecencias ante los medios, parecían no tener muy claras sus funciones, hasta que renunció uno de ellos alegando, justamente, la ambigüedad de sus competencias. Y fue lo último que se supo de esa comisión de notables.

Nada cambió, entonces. La cooperación, si viene, será administrada por los mismos y, seguramente, tendrá el destino de siempre, y más casos de corrupción se sumarán a los ya innumerables ocurridos, amparados en las leyes que emitió y las sentencias judiciales que profirió este gobierno a favor de los corruptos, mientras millones, seguirán deslizándose hacia la pobreza más extrema, víctimas del desempleo, la falta de salud, educación, seguridad y un largo etc.

Mientras esto ocurre, los viejos políticos y los aspirantes a sustituirlos ofrecen sus candidaturas como si estuviésemos en situaciones de normalidad. Deben percatarse que las prioridades no serán las de siempre; atender las emergencias será su prioridad, particularmente las provocadas por la pandemia y los huracanes. En otras palabras, el nuevo gobierno será, inevitablemente, de emergencia, con medidas de excepción, probablemente, más extremas que las actuales. Paralelamente, para afirmar su propia legitimidad y comenzar la construcción de un Estado de Derecho, tendrá que desmontar la institucionalidad dictatorial que montó el gobernante desde sus tiempos de diputado-presidente del Congreso.

Todo favorece al continuismo. La oposición sigue absurdamente dividida, con mesiánicos caudillos que desdeñan cualquier alianza si no la lideran, seguros de que tienen la varita mágica para resolver la crisis sin el concurso de los demás, exacerban, hasta tornarlo rabioso, el sectarismo en los rebaños que pastorean, descalifican y reprimen al militante que se resiste ser parte del rebaño y alientan la división en la oposición, esfumando la posibilidad de alianzas, con lo que allanan el camino hacia el continuismo.

Si el gobernante no logra su propósito -supuesto altamente improbable-, y el nuevo gobierno sea de la oposición, difícilmente este será la respuesta idónea si no asegura desde ahora las bases de la estabilidad política mínima que necesitará para que las medidas de excepción a dictar sean aceptadas como sacrificios necesarios, lo que exige acuerdos de compromiso que solamente una alianza opositora garantiza. Exijámosles, pues, a esos providenciales que se despojen de sus inconmensurables egos por un instante y abandonen su triunfalismo como tributo a la nación, diciéndoles: ¡BASTA YA!

Y usted, distinguido lector ¿ya se decidió por el ¡BASTA YA!?

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