Armonía entre la Biblia y la ciencia

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5 de enero de 2021
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01:08 am
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Armonía entre la Biblia y la ciencia

Carlos Eduardo Reina Flores

“YHWH” es el tetragrama con el que Dios reveló su nombre al pueblo de Israel. Los hebreos para pronunciar su nombre le insertaron vocales a las cuatro letras, formando el nombre Yahweh. Con el tiempo bastantes apelativos fueron utilizados para describir su grandeza, como Eloah, Shaddai, Adonai y Él. Los romanos lo tradujeron al latín: Jehová. Los primeros libros de la Biblia hablan de la ley, su grandeza y la semejanza de Dios. Él es el todopoderoso y creador de los cielos y de la tierra. ¿Pero qué armonía hay entre la Biblia y la ciencia?

De nuestras primeras enseñanzas orales, escuchando sermones o conversando sobre el cristianismo, no alcanzaba entender del todo la relevancia del primer testamento. Hasta donde alcanzaba entender, si Dios envió a su hijo a la tierra a invocar el perdón en un nuevo reino de gracia ¿qué vigencia podría atribuirse, entonces, a la ley anterior? Pensábamos que los escritos antiguos solo revelaban la ley que la fe invalida. Sin embargo el libro Romanos nos sacó de la equivocación. Léase el tercer capítulo, versículo 31: ¿Luego por la fe invalidamos la ley? De ninguna manera, sino que confirmamos la ley.

La ley se presenta en el Pentateuco que son los primeros 5 libros de la Biblia. El segundo testamento confirma su utilidad. Nos informa que el Mesías es el hijo del Rey David. Un monarca que apegado a la ley guio al pueblo de Israel. Su cumplimiento es fuente de sabiduría y riquezas como lo demuestra el Rey Salomón. Su incumplimiento arrastra consecuencias.

Del caos al orden solo se llega siguiendo la ley. La misma que rige cuando creó los cielos y la tierra. Eloah, por intercesión de Moisés, comunicó sus mandamientos. Para que como hombres transitemos, prosperemos y disfrutemos de larga vida sobre la faz de la tierra. Es decir, cada precepto suyo conduce a un fin. Si no codiciamos, levantamos una carga del alma y mantenemos la paz. Pero si lo hacemos, perdemos la calma.

Si Adonai es infinito, todo tiene su orden. El Génesis en su segundo capítulo detalla: “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos”.

El universo una vez acabado en su totalidad no puede ser desfigurado. Eso mismo evidencia la primera ley de termodinámica. La ley de conservación de energía; la ley fundamental de toda la ciencia. La energía no se puede crear ni destruir, solo se puede transformar. Lo hecho por Dios, eterno es. Conocer la ley es comprender a Dios. Al crear al hombre, Yahweh nos dio su imagen y a imagen de Él gozamos de albedrío. Con libertad cultivamos la ciencia y entendemos que todo, para que haya orden, se ciñe a la ley. Como lo relata el Apóstol de los Gentiles a los Romanos “Instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad”. (2:20).

Las matemáticas son un ejemplo que la ciencia y la verdad coalescen a través de la ley. Por la ley se ordenan las ecuaciones y se resuelven las cuentas. En todo cálculo primero se resuelve lo incluido en el paréntesis; seguido por los exponentes, la multiplicación, la división, las adiciones y de último la sustracción. Este orden produce la verdad.

Explorar las ciencias naturales expande el conocimiento de Jehová. Como lo resalta el Rey Salomón en sus proverbios que “el alma sin ciencia no es buena”. En la Biblia no solo está escrito cómo es el cosmos, sino que predice lo que está por venir en cuanto al conocimiento científico. Isaac Newton, allá por el siglo 17 y 18, introdujo la mecánica como disciplina que permite entender cómo funcionan las cosas. Su tercera ley prescribe que a toda acción corresponde una reacción. Sin embargo, miles de años antes de ese postulado el libro de Gálatas, ya lo consignaba: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. (Gálatas 6:7).

A toda acción corresponde una reacción según la tercera ley de Newton. ¿Tomado de las Sagradas Escrituras?: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”. (Gálatas 6:10). Pero recíproco que si somos malos, estaremos mal. El físico Albert Einstein nos dice que “La ciencia sin religión es coja y la religión sin ciencia es ciega”. En 1905 introdujo 4 ensayos, revelando que el tiempo y el espacio son relativos, pero la luz es tenaz. A la vez nos presenta la equivalencia que la energía se equilibra con la masa multiplicada por la velocidad de la luz cuadrada (E=MC²).

De acuerdo a estos cálculos, cada observador dilata el tiempo y el espacio de distinta manera. Moviéndose de prisa se acorta el tiempo para llegar al mismo lugar que si el movimiento se realiza pausadamente. Veamos que decía Moisés: “Porque mil años delante de tus ojos, son como el día de ayer, que pasó; y como una de las vigilias de la noche”. (Salmo 90:4). O Simón Pedro en su epístola: “Pero no olviden, queridos hermanos, que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.

Einstein durante formuló sus teorías buscando explicar la existencia del universo. Conoció a George Lemaitre. Un sacerdote católico, estudioso de los astros. Defendió Bélgica, su tierra natal, durante la primera guerra mundial. Concluido el conflicto, dedicó su tiempo al estudio de la física, matemática y teología. Leyó a Einstein y estudió sus ecuaciones de relatividad general que permiten entender el universo. Einstein sin las herramientas necesarias para observar el cosmos concluyó que todo era estático. Pero ello no satisfacía las observaciones astronómicas y sus ecuaciones no daban las respuestas de lo acontecido. Lemaitre complementó los hallazgos observando los cielos.

Dios en el principio dijo “Sea la luz”. Lemaitre notó que el universo se expandía y por lo tanto tenía origen. Pero la luz, como descifró Einstein, es inmutable. Lemaitre formuló ecuaciones que son base del “Big Bang”. Introdujo el concepto que todo en este universo comienza de un mismo punto. Pero ya Génesis, en sentido equivalente a la teoría, establece ese único punto de inicio como base de toda existencia?: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

El clérigo George Lemaitre incursiona en la justicia del cosmos. Pero la ley aplica a todo. Los mandamientos de Moisés son la pauta para vivir éticamente, pero el hombre fue creado por Dios y todo lo creado por Él tiene su orden.

“Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”. (Romanos 12:4-5). Todo ser es miembro de algo más grande, pero a la vez cada quien puede ser derivado. Con sus diferencias para coexistir en este enorme cuerpo. El eclesiástico Gregor Mendel demostró que nuestras diferencias son ineludibles para la humanidad. Mendel, clérigo austro-húngaro, estudió diferentes organismos, concluyendo que existe la herencia. Cada cual le cede a su descendiente todo lo que posee; mientras todos los rasgos que se poseen vienen de un principio. Sin olvidar que desde el antes al después todos somos criaturas semejantes.

San Juan en su evangelio proclama: “El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en su mano”. Todo lo que tenemos lo engendramos y todo lo que somos lo heredamos. Cada uno es único en su espacio, pero coexistimos dentro de una misma ley. Nuestras leyes rigen para el momento preciso, pero la justicia de Dios es perdurable. Es por expresión de esa ley, desde el génesis hasta el apocalypto, que somos iguales. Escribe el Rey Salomón en Eclesiastés: “Generación va y viene; más la tierra siempre permanece. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol”.

La historia se repite porque la justicia de Dios es inalterable. Desde el más virtuoso hasta el más impío; a los ojos de la ley todos somos iguales. Es la fe regocijo del alma. “Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. ¡Amén!”.

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