Faro de “Utopía”

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7 de enero de 2021
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12:03 am
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Faro de “Utopía”

Por: Segisfredo Infante

No debemos hacer predicciones al estilo de los futurólogos e ideólogos que se ponen de moda cada cierto tiempo “cíclico”. Pues con las buenas excepciones de la regla, la mayoría de ellos suelen equivocarse, por desestimar el factor “equis” del ser humano; por sus propios prejuicios personales; por el fetichismo y el exhibicionismo que los subyuga; y por minimizar las disrupciones de la naturaleza, que a veces se sale de sus cauces normales, cuando menos lo esperamos. Tal vez porque hemos olvidado releer las antiguas enseñanzas, que ya son propias de la cultura occidental. Me refiero en este caso a una de las traducciones del primer libro de la Torá o Pentateuco (versión en hebreo y en español) en donde literalmente se expresa: “Y los bendijo Dios diciéndolo: Procread y multiplicaos. Colmad la tierra, sojuzgadla y dominad a los peces del mar, a las aves de los cielos y a todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado planta que da semilla, que está sobre toda la faz de la tierra y todo árbol que tiene frutos y que da simiente, lo cual será para vosotros como alimento”. Pero también he consultado esto mismo en la Biblia de Jerusalén, cuya traducción católica es similar. Me falta, desde luego, escudriñar otras versiones. Pero casi estoy seguro que ninguna Biblia dice: “Destruid la atmósfera y la tierra, convertidla en un desierto, para que os quedéis sin frutos y perezcáis”. Una cosa es domesticar la naturaleza y enseñorearse sobre ella, y otra cosa muy distinta es destruirla, tal como ha venido aconteciendo desde comienzos del siglo diecinueve, y quizás desde antes, hasta llegar a nuestros días, sin ningún beneficio colectivo para sociedades pobres como la hondureña, que son las que reciben los mayores golpes naturales e invasiones “infectológicas”.

Pero a pesar de todo, incluyendo las nuevas incertidumbres que se avizoran en el horizonte, nos asiste el derecho inalienable de soñar con un mundo superior y con una Honduras mejor, espiritual y materialmente, en tanto que en ambos niveles andamos sustantivamente mal. No me refiero solo a nuestro país, sino que también al mundo entero, en donde se ha demostrado, bajo la luz del mediodía ecuatorial, que los sistemas sanitarios nunca fueron pensados para resolver los problemas masivos de la humanidad. Ni siquiera para la mitad de los seres humanos. El fenómeno conecta con un bajón acelerado de la educación en los colegios y universidades de todo el orbe, en donde las humanidades han sido abandonadas gradual o drásticamente (o se han ideologizado), afectando sobre todo la enseñanza de la Filosofía y los cursos de “cultura universal”. Me niego a creer que en algunas universidades de los países poderosos, se haya tirado al crematorio la asignatura de “Filosofía”, y que incluso se celebre que los estudiantes nunca más volverán a leer la “Ilíada” de Homero. (Arnold Toynbee se horrorizaría). Solo falta que desechen las lecturas de Shakespeare, Cervantes y Descartes, para que el bajón educativo sea más abismal. Esto me niego a creerlo. Ojalá sean inventos de ciertas redes sociales.

Pareciera que los sistemas educativos actuales (o anti-sistemas) le dan preferencia a la formación de expertos en socar o en aflojar un tornillo y una tuerca. O en hacer conexiones electrónicas de diversos colores. Tales expertos son importantes en un marco y una óptica “fordistas”, pero son, por regla general, individuos incapacitados para dirigir correcta y estratégicamente el mundo, en tanto que este mundo se encuentra entrelazado y al mismo tiempo disperso por seres humanos concretos, oriundos de diversas culturas y cosmovisiones, cuyas diferencias múltiples solo pueden ser encauzadas e iluminadas por el faro de la gran Filosofía. Y en ausencia de la Filosofía sistemática a veces podría aceptarse la “Utopía”, con solo su amor a la sabiduría, siempre y cuando sepamos tomar distancia de los totalitarismos conocidos o por conocerse.

El faro de la Filosofía, o de la Utopía, puede percibirse y describirse desde varias dimensiones: Por un lado ayuda a dirigirnos hacia un puerto más o menos seguro en medio de la noche. Por otro lado ese faro señala los límites de las tinieblas hasta donde podemos racionalmente llegar, a fin de cambiar de rumbo o retornar a tierra firme. Esa Utopía se convierte en “Esperanza”, y permite que suspiremos, profundamente, en momentos angustiosos, a fin de que sigamos avanzando en el curso de la “Historia”. Sabemos que hay márgenes tenebrosos en derredor. Pero también comprendemos que de nada sirve vomitar injurias contra otros navegantes perdidos en las aguas nocturnas. La Historia se construye con ladrillos; con esfuerzos personales y colectivos; con mucha lucidez y con libros que proveen conocimientos sólidos. No con lecturas superficiales para salir eventualmente del paso. En consecuencia, los hondureños tenemos derecho a soñar y a trabajar por una Honduras superior, en medio de torbellinos, sin aplastar a los humildes.

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