Lluvia sobre Honduras

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7 de enero de 2021
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12:05 am
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Lluvia sobre Honduras

Por: Cnel. ® José Luis Núñez Bennett

Originalmente publicado en el 2009. Por los acontecimientos recientes creo es meritorio modificarlo, actualizarlo y compartirlo con nuestros lectores. Los cursantes de la Escuela Militar General Francisco Morazán en la década de 1960, tuvieron el privilegio de contar con varios de los mejores profesores de su tiempo, a decir: Carlos M. Gálvez, Constantino Marinescu, Enrique Flores Valeriano, Abelardo R. Fortín, Miguel Ángel García, J. Alfonso Berganza, César A. Paz, Eliseo García, Jesús Castro, José Bercián, Juan A. Vega, Marcelino Pineda López, Yester Hernández, Héctor Gálvez, Santiago y Nury Toffee y Guillermo Durón (hijo de Rómulo Durón).

Particular atención nos merecía el doctor Durón, profesor de inglés, director del Instituto Hondureño de Cultura Interamericana, maestro de generaciones, con estudios en universidades de EEUU., hombre sobrio y ameno, de comportamiento ejemplar, de actuar y hablar impecable. Por sus dotes de maestro y mentor inspiraba respeto y admiración. Adornaba sus clases con historias y anécdotas de tiempos pasados, particularmente del gobierno del General Carías y su gestión administrativa, y de vez en cuando, de la intimidad familiar del controversial expresidente.

En 1968, mientras nos impartía la asignatura, en un momento de relajamiento, rompiendo su acostumbrada solemnidad, comenzó a relatarnos la historia de un afamado poeta sudamericano, bohemio y amante de placeres mundanos, quien, precedido de fama y fortuna, visitaba y disfrutaba en un recorrido de placer y ocio por la costa atlántica, con escala final en la antañona Tegucigalpa. Corría la década del treinta, años de estricto tradicionalismo y puritanismo, pero del deleite por las artes literarias y la poesía. La llegada del bardo a la capital se convirtió en un evento social inédito, a grado tal que el secretario de Educación, decidió homenajear al ilustre seguidor de Atenea. Al acontecimiento, programado en el Teatro Nacional, se invitó lo más granado de la sociedad capitalina. Nos relataba el profesor Durón, que justo en la mañana de la planificada exaltación, llegaron a los oídos del ministro, algunos cuentos relacionados con los “gustos carnales encontrados y poco ortodoxos” (palabras del profesor Durón) del trovador.

Aquello fue una ofensa para el puritano funcionario, quien poco amigo de la diversidad, en un arranque de cólera y vergüenza, ordenó cancelar el evento. Uno de los adláteres del aedo le comunicó la infausta noticia y su motivación. Como era de esperar, el candidato a tal laurel se sintió ofendido en su amor propio y mientras endulzaba su amargura con los néctares de la caña y la uva, vociferó una maldición: …“¡Que una lluvia de m… caiga sobre este país!”. Los alumnos nos quedamos impávidos ante la expresión del doctor Durón, acto seguido imperó un solemne silencio. El admirado profesor, al observar nuestra reacción, se volvió hacia el pizarrón y luego, rotando lentamente su cuerpo, giró hacia nosotros y levantando su índice derecho, en un tono ceremonioso, suave y elegante, pero con voz grave y determinante, nos dijo… “¡Y todavía está cayendo señores!”.

Nuestra historia atestigua que en dos siglos de vida republicana hemos sufrido lo indecible. Ante esa realidad tan cruda me pregunto si esta maldición sigue vigente, y, preocupado por lo que acontece, y dada las circunstancias, viendo un futuro incierto para esta noble patria, resuena con insistencia la anécdota del vate austral y su deseo de lluvias putrefactas sobre mi patria. Por eso a veces me pregunto ¿qué hemos hecho los hondureños para sufrir estas penitencias tan severas?

Ya reflexionando y analizando lo vivido, el año 2020 fue de aprendizaje y revelación. Descubrimos que tenemos más fortalezas que debilidades, más humanismo que salvajismo, más empatía que egocentrismo, más optimismo que desesperanza. El 2021 está aquí presente, esperando por nuestras acciones para convertirlo en un año de éxitos, de renovación, de reconstrucción, de cambios políticos, de acabar con la corruptela, etcétera. Pero sobre todo un año de triunfos para encontrarnos con la Honduras que siempre soñamos. Este nuevo año, el del bicentenario, Dios nos lo da bendecido, como una oportunidad para reivindicarnos, nos lo entrega en blanco, de nosotros depende llenarlo de triunfos, de sueños cumplidos, de cambios para mejorar o de fracasos. Hay cantos de optimismo y reivindicación, un grupo de connacionales nos lo está demostrando el sector salud, bomberos, militares, rotarios, y nuestros héroes olvidados, los expatriados, cuya contribución para la reconstrucción de Honduras, este año será de US$5,678.0 millones, esos hondureños, marginados y vilipendiados por algunos, también dan la cara por su patria y sus familias. Es tiempo de cambios positivos buscando un mejor futuro para Honduras. “No hay mal que dure cien años”.

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