El kilómetro extra

OM
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9 de enero de 2021
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12:07 am
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El kilómetro extra

 

Fue una constante que durante mis 31 años de docencia universitaria (1989-2020) nunca me conformara únicamente por cumplir con las enseñanzas del contenido programático de cada asignatura que me fue asignada, sino además, siempre me mostré dispuesto a caminar el kilómetro extra en la formación integral de cada alumno. Para alcanzar estos objetivos me auxilié de dinámicas, charlas, libros, poesías, frases y pensamientos, fábulas y películas ejemplares motivantes.

 

Cómo olvidar para el caso este par de reflexiones de autores anónimos: “Para cada uno de nosotros la vida va a terminar algún día, estemos listos o no. Tu riqueza, fama y poder se harán irrelevantes. Las pérdidas y ganancias que parecían tan importantes…simplemente se irán. No importará si eras bello o brillante… ¿qué será importante? Lo importante no será lo que hayas comprado, sino lo que construiste. No lo que conseguiste, sino lo que diste. Lo que va a importar no es tu éxito, sino tu significancia. Lo que va a importar es cada acto de integridad, compasión, coraje o sacrificio que haya enriquecido, empoderado…o animado a otros  a seguir tu ejemplo”.

 

Ahora veamos esta otra: “No sé si la vida es corta o demasiado larga para nosotros, pero sé que nada de lo que vivimos tiene sentido, sino tocamos los corazones de la gente; y más los de aquellos a quienes queremos. A menudo basta con ser: brazo que envuelve, palabra que consuela, silencio que respeta, alegría que contagia, lágrimas que corren, mirada que caricia, deseo que satisface, amor que promueve. Y esto no es cosa de otro mundo, es lo que da sentido a la vida. Es lo que hace que la vida, no sea ni corta ni demasiado larga. Más que sea intensa, verdadera, pura…mientras dura”.

 

Como tampoco pasaba desapercibido el siguiente proverbio africano para aconsejarles que estuviesen cada día prestos a sus estudios, dispuestos a sus tareas cotidianas y disciplinados a la hora de asistir a clases: “Todas las mañanas, una gacela se despierta en África. Sabe que debe correr más velozmente que el león más rápido o será atrapada por éste. Todas las mañanas un león se despierta en África. Sabe que debe correr más rápido que la gacela más lenta para no morir de hambre. Moraleja: No importa si eres una gacela o un león. Cuando el sol salga en África, mejor que empieces a correr rápido”.

 

Así mismo, les repetía que necesitábamos darle un buen nombre a la profesión del derecho, limpiar su imagen, pues ésta había sido asaltada por una manga de malhechores que se matriculaban en nuestra facultad para agenciarse un título que cual patente de corso, les iba a servir como licencia para legitimar sus fechorías. “La gente –les dije- nos mete a todos en un solo saco, y necesitamos hacer la diferencia”. Muy a menudo, ponderaba las virtudes de la profesión de la abogacía, y comentábamos por ello el decálogo de Eduardo Couture.

Les hacía saber que no todos podemos ser astronautas, médicos, futbolistas, o cualquier otra profesión u oficio, pero que lo más importante era, que lo que fuésemos lo practicáramos de la mejor manera posible, y para ello les recordaba el pensamiento de Martin Luther King, que señala: “Si un hombre es llamado a ser barrendero, debería barrer las calles como Miguel Ángel pintaba, o como Beethoven componía música, o como Shakespeare escribía poesía. Debería barrer las calles tan bien, que todas las huestes del cielo y de la tierra puedan detenerse y decir: Aquí vivió un gran barrendero que hizo bien su trabajo”.

Desde luego, era mención obligada la película “La Sociedad de los Poetas Muertos”, dirigida por el australiano Peter Weir en 1989, un extraordinario filme cargado de frases memorables como “No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que es casi un deber”. “Toma las rosas mientras puedas; veloz el tiempo vuela, la misma flor que hoy admiras, mañana estará muerta”.

 

“Hay un momento para el valor y otro para la prudencia y el que es inteligente, los distingue”. “La poesía, la belleza, el romance, el amor. Esto es por lo que nos mantenemos vivos”. “Me he subido a mi escritorio para recordar que hay que mirar las cosas de modo diferente. El mundo se ve distinto desde aquí arriba”. La cinta tuvo como protagonistas a Robin Williams (como John Keating) y a Ethan Hawke (como Todd Anderson), entre otros, que narra el encuentro de un profesor de literatura (interpretado por Williams) con un grupo de alumnos durante 1959 en la Welton Academy (Vermont), donde se postulan los valores de tradición, honor, disciplina y excelencia.

 

John Keating, intenta motivar a sus alumnos con la frase símbolo del filme: “Carpe diem”, una expresión de raíces latinas, cuyo contenido intenta alentar el aprovechamiento del tiempo para no malgastar ningún segundo. Keating les resalta que Carpe diem “no es una simple combinación de palabras, y que para comprenderla por completo y aprovechar su sentido, es necesario utilizar la razón y saber cómo enfrentar de forma anticipada las consecuencias que su cumplimiento supone”.

 

“Así, habrá quien se atreve a escribir un texto criticando el hecho de que en el colegio se mantengan absurdas tradiciones machistas y también se establecerá la iniciativa que toma otro joven, Neil Perry (Robert Sean Leonard) que decide luchar por su vocación teatral, aún en contra de los deseos imperativos de su progenitor, lo que le lleva a una fatal decisión que desemboca en el injusto despido del maestro, hecho reflejado en la antológica secuencia final del filme, mientras Todd Anderson subido en un pupitre le despide recitándole “Oh capitán, mi capitán”, un poema que el poeta Walt Whitman dedicara a Abraham Lincoln, solo que ahora es Keating quien se hace merecedor al título de capitán”.

 

“El resto de los compañeros de Anderson –salvo unos pocos dominados por temor al establishment-, también se suben a sus mesas y secundan el “oh capitán, mi capitán”, mientras se escuchan los victoriosos acordes gaiteros de Maurice Jarre”.

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