Legalidad y desarrollo

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15 de enero de 2021
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12:13 am
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Legalidad y desarrollo

Por: Juan Ramón Martínez

El publicista Alejandro Irías, ha compartido con nosotros una interesante encuesta. Al hondureño lo único que, le interesa es su familia- Lo notamos en los partidos políticos y en la distribución de los cargos públicos, en donde los vínculos familiares, se imponen sobre la idoneidad. E incluso en las duras peleas que, se dan en el interior de muchas familias, probadamente disfuncionales. Las lecturas de la historia de Honduras, nos permiten incluso, confirmar la fuerza de lo que conocemos con “familismo” y su pariente superior el caudillismo y su coetáneo pobre, el cacique rural. Estas dos conclusiones, permiten entender, las dificultades para lograr la unidad; los obstáculos para preservar el respeto a la ley, y la incompetencia para crear, instituciones consolidadas, sobre las cuales se asiente la estabilidad del país y, se obligue, el comportamiento individual y colectivo.

Estados Unidos nos está dando otra vez, ejemplos. El primero de ellos es que, el respeto a la ley, el control del “tirano” – como señalaban los teóricos de su independencia – y la defensa de las instituciones, incluso con las armas en la mano, les ha permitido un modelo de nación, cuestionado por muchos; pero celebrado por otros, como Alexis Tocqueville, que les ha permitido convertirse en la gran nación de los siglos XX y XXI. Detrás de su sistema legal, que no discrimina entre políticos y ciudadanos de a pie, hay un concepto que nosotros no manejamos: el castigo, como acción preventiva. Que, no siempre les ha dado buenos resultados, especialmente en el caso de la pena capital, que está en franco retroceso en la mayoría de los estados; y el juicio político. Este último ha obligado a los políticos – incluso a Trump que es el más tropical de los cuestionadores de sus sistemas institucionales – a entender que, nadie está por encima de la ley. En Honduras en cambio, la ley se ha subordinado a las consideraciones económicas y políticas. En el departamento de Colon, durante las últimas décadas del siglo pasado, los jueces discriminaban entre correligionarios y adversarios. Los primeros eran inocentes y los segundos, culpables. Escondiendo las pruebas o inventándolas, según de quien se tratase.

Entre nosotros, el juicio político no ha sido popular. Los políticos pueden ser poco leídos; pero tontos, no son. Y ellos, como decía mi abuelo, “se arropan con la misma cobija”. Por ello y solo, en forma de ejemplo, en el Congreso que dominaban los “caristias” – porque los partidos siempre han tenido dueños y detrás del propietario, siempre ha estado ansiosa, su familia, dispuesta a suceder a sus mayores – emitieron un voto de censura, en contra del vicepresidente que, se desempeñaba como ministro de Hacienda, lo que provoco su inmediata salida del gabinete de Mejía Colindres. Pero, en el eterno juego de manosear la constitución o emitir otras, en las que algunas veces, solo les cambiaron las fechas; o se redujeron avances, han quitado y vuelto a poner el juicio político; pero cuidando, de no aplicarlo.

Si hacemos una revisión del pasado reciente, con un Congreso valiente, comprometido con Honduras, habría sometido a juicio a Zelaya. Y, no lo tendríamos en el escenario político. Y seguramente, tampoco enfrentaríamos el continuismo de JOH. Porque ambos, son piernas del mismo pantalón. Si a Zelaya le hubiéramos castigado e inhabilitado, JOH, no se habría atrevido a alterar la frágil constitucionalidad; ni manipular a la Corte Suprema de Justicia para darle cierta legalidad a su cuestionado segundo mandato. En otras palabras, quiero señalar la poca competencia de los fundadores del país, de sus diputados – que han devenido en figuras populares, más que en legisladores – para prever los comportamientos irregulares. Y esto, no solo lo vemos en política. También con efectos en lo económico. Castigado Zelaya, no tendríamos la crisis económica actual. Ni estaríamos pidiendo la renuncia del presidente, cosa que cualquiera puede hacer, ni organizando tumultos para impedir un supuesto continuismo que inicialmente, fue avalado por Nasralla, y Zelaya.

El largo rodeo que hemos dado es, para explicar la dialéctica del subdesarrollo nacional. Mostrar, además, como el “familismo” impide el desarrollo democrático, porque los partidos son bandas familiares, de amigos o de paisanos, que los usan, para asaltar el presupuesto. Nacionalistas y liberales, lo han hecho. Y ahora, la disputa anunciada, como siempre, comprometerá la paz, la unidad; e impedirá, el desarrollo.

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