Mujer migrante (Feminización de la migración)

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22 de enero de 2021
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12:38 am
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Mujer migrante (Feminización de la migración)

Por: Ángela Marieta Sosa
Especialista en derechos humanos

La mujer en la sociedad es la gran constructora de la cultura de paz, influye en aspectos como ser educación en valores, sostenimiento de la solidaridad y la cohesión humana, además crean redes de afectividad y sensibilidad social, que fortalecen la sana convivencia en su comunidad. Consecuentemente, cuando la mujer, debido a su situación de vulnerabilidad migra, estos aspectos claves del tejido social se ven deteriorados, la familia se desintegra y los niños pierden la oportunidad de ser educados en valores por sus progenitoras, formándose un capital humano expuesto a un alto nivel de riesgo social.

La feminización de la migración implica no solo el reconocer el aporte al crecimiento económico de parte de la mujer migrante y lo referente al desequilibrio en la remuneración proporcional al esfuerzo y al costo de vida de la mujer migrante obrera, artesana, doméstica o intelectual, también este concepto se resume en “el rostro de una madre que llora con su hijo en brazos en una frontera que le impide avanzar, en una ruta que ella cree, es el camino de la esperanza para un futuro mejor”.

Las aproximaciones de las cifras y datos reflejados por todos los organismos internacionales, apuntan a que la mitad de migrantes y refugiados en el mundo son mujeres en situación de vulnerabilidad y alto riesgo contextual, lo que debe llamar a la intervención socioeconómica inmediata por parte de los gobiernos y sistemas de apoyo a la mujer de sociedad civil, para proyectar en un período de diez años mínimo, un cambio estructural en la situación de la mujer según su ocupación, estatus migratorio, edad, discapacidad, origen, preferencia sexual y como persona sujeta de medidas decretadas por los sistemas judiciales nacionales y por los Organismos Internacionales de Derechos Humanos .

Como antecedente, en el año 2006, el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) en su informe anual respectivo, sobre el estado de la población mundial, “Hacia la esperanza: Las mujeres y la migración internacional”, destacó que 95 millones de mujeres constituyen casi la mitad del total mundial de migrantes internacionales. Asimismo, ONU mujer sobre refugiadas y migrantes destaca que el 50 por ciento de los refugiados y migrantes del mundo son mujeres y niñas.

Ahora los medios de comunicación y redes sociales nos muestran crudamente las estadísticas advertidas por organismos internacionales, y describen cómo la están pasando las mujeres migrantes, aleccionando con ello a quienes están pensando migrar. Lo cierto es que la desigualdad humana se profundizó con la pandemia, y ante un contexto sombrío, las “mujeres madres” deciden llevar consigo a sus menores hijos al momento de migrar irregularmente. ¿Quién, en su sano juicio, expondría de tal manera a sus pequeños?, fácilmente podremos imaginar el grado de desesperación, impotencia y desamparo en el que están estas mujeres, que ahora son detenidas en los que yo denomino “retenes del garante estatal, para la limitación violenta e inhumana del paso fronterizo”.

Varias mujeres migrantes en una entrevista en plena calle, recién gaseadas y exhaustas de tanto sufrir, exclamaron: “Lo poco que traía ya lo gastamos… y no tenemos para hacernos la prueba de la covid-19”. Es evidente que no migran por ambición, o por “querer tener más”, es porque están desarticuladas, de los sistemas de protección de sus derechos humanos, sin incentivos para emprender, sin sentirse parte de un Estado que les debe garantía, respeto y protección de sus derechos humanos.

Las causas por las que una mujer migra son: pobreza, violencia y ahora devastación por fenómenos naturales, pero la máxima causa es la falta de atención de los garantes, para prevenir esa pobreza, combatir la violencia y recuperar a las más vulnerables del desamparo y extrema pobreza a la que se enfrentan día a día.

La responsabilidad internacional de los estados en relación con las mujeres vulnerables, no se cumple implementando empoderamientos aislados, ni a través del emprendedurismo focalizado y desarticulado del sistema económico arrollador y salvaje, tampoco impartiendo “cursitos de capacitación sobre derechos que si no se aplican se vuelven letra muerta”; la responsabilidad internacional de los estados se cumple mediante una intervención socioeconómica anclada, articulada, derivada de un plan diseñado según la capacidad real presupuestaria del Estado, que implique la ineludible inclusión de todas las mujeres que se encuentran en su país, no solo de un reducido número, que, al ser comparado con el dato desagregado sobre población mujer, se vuelve un impacto paupérrimo.

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