Sin crítica no puede haber democracia

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23 de enero de 2021
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12:05 am
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Sin crítica no puede haber democracia

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Hasta antes del 28 de junio del 2009, a nadie le interesaba mucho la política en nuestro país, ni nadie reparaba en el comportamiento de los gobernantes cuando metían la pata en sus decisiones públicas.

Las formas anómalas de alternarse en el poder entre los dos partidos tradicionales y los militares, rara vez pasaban por el tamiz de la censura pública, muy por el contrario: se formó un “ménage à trois” donde los actos ilícitos se convertían en secretos de alcoba, y todo pasaba sin que pasara nada, como dicen los cronistas deportivos.

Desde los años 50 del siglo pasado, los desmanes cometidos en el poder se mantenían encubiertos por dos razones mutuamente necesarias: una, no existían los entes fiscales, sino, hasta mediados de los 90; y dos, los medios de comunicación de masas no cumplían con su cometido de señalar los escándalos que se perpetraban en las covachuelas del poder central. De hecho, los corruptos en el Estado vivieron sus días de gloria enriqueciéndose a costa de la hacienda pública, aunque la corrupción aún no había alcanzado el nivel sofisticado que presenta hoy en día.

En la capital política, muchos han sido testigos de los desmanes de los funcionarios públicos, o han sabido de oídas sobre las irregularidades institucionales, pero prefieren callar y santificarse para no perder la amistad de los pillos de trajes elegantes con los que han compartido nexos de todo género: desde el café de la mañana, hasta el banquillo en el Congreso. Desde entonces, el pensamiento que prevalece es aquel que reza: “Nadie sabe las vueltas de la vida”, o quizás este otro más utilitario: “Hoy por ti, mañana por mí”.

En todo caso, en Honduras no existe la crítica formal como un medio institucionalizado que señale los desafueros de los políticos, ni existe la cultura de la confrontación entre una verdadera oposición y el poder institucionalizado que, como todos sabemos, es la base para construir gobiernos de fuerte catadura moral, al mismo tiempo que se erige como una fuente de conocimiento para tomar las mejores decisiones en tiempos de elecciones. En todo caso, la crítica formal no ha sido nuestro fuerte, como ocurre en Sudamérica o en México donde existen organizaciones del pensamiento que denuncian los excesos del poder e interpelan a los funcionarios cuando delinquen en sus puestos públicos.

Como debate formal y serio, la crítica opositora se corrompió debido a dos razones muy evidentes: la primera es que, cuando los opositores esperan alguna retribución del poder, permanecen en silencio, o les resulta difícil tocar los asuntos éticos con la profundidad arqueológica necesaria. La denuncia se convierte en un zigzagueo discursivo que se desvía de la esencia del escándalo. Se trata de opiniones cargadas de sofismas en que sus autores se desmarcan de la médula del problema para no “quemarse”, políticamente hablando. La segunda sucede cuando el fanatismo y los rumores obnubilan el sentido de la crítica fundamentada en la verdad, lo cual es típico de algunos periodistas de medios de comunicación alternativa, y de ciertos candidatos de partidos de oposición que caen en el error de mezclar la emotividad con las creencias ideológicas. El resultado es una peligrosa invitación al caos, donde la consigna, que sustituye a la reflexión responsable, es el punto de partida desde donde surgen los malos liderazgos que desorientan a la opinión pública.

En esencia, nos hace falta recorrer mucho trecho para forjar una verdadera cultura de la denuncia pública y un seguimiento permanente de los actos de corrupción en el Estado, factores esenciales para construir una auténtica democracia, sobre todo en este momento, cuando los países del Continente están atravesando la peor de las conspiraciones de su historia bajo los signos aciagos del autoritarismo y las dictaduras.

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