Cine: discurso y retórica (3/4)

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13 de febrero de 2021
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12:11 am
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Cine: discurso y retórica (3/4)

José María Leiva Leiva

 

El cine, como fuente constante de inspiración y motivación, suele entregarnos a veces discursos extraordinarios. Fascinantes piezas oratorias que junto a las secuencias donde éstas se contemplan, forman parte de la historia audiovisual contemporánea de una manera antológica. En esta tercera y penúltima entrega nos vamos a referir al apologético discurso pronunciado por Marlon Brando, en la piel de Marco Antonio, pronunciado ante el cuerpo ensangrentado del emperador Julio César (interpretado por Louis Calhern), en la épica cinta de Joseph L. Mankiewicz, “Julio César” (1953), una fiel adaptación para el cine de la obra homónima de Williams Shakespeare.

 

Su argumento nos narra, que “terminada la guerra civil entre César y Pompeyo (49-46 a. C.), César se convierte en dictador vitalicio y concentra en su persona todos los poderes, lo cual implica, de hecho, la desaparición de la República. En el año 44 a. C., Casio (John Gielgud) y Bruto (James Mason), dos nobles romanos defensores a ultranza de las libertades republicanas, encabezan una conjura contra el emperador, que es asesinado en los idus de marzo de ese mismo año”. (FILMAFFINITY).

 

Tras su asesinato, y las palabras de Bruto, justificando la ejecución del crimen, Marco Antonio se dirige al pueblo romano congregado en el Foro, llevando en brazos el cadáver de César. Los ciudadanos se muestran eufóricos por la muerte del tirano y abuchean a Marco Antonio, el mejor amigo de Julio César. Es entonces cuando Marco Antonio les dice: “Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo. El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos.

 

Que así ocurra con César Bruto os ha dicho que César era ambicioso: si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Por la benevolencia de Bruto y de los demás, pues Bruto es un hombre de honor, como lo son todos, he venido a hablar en el funeral de César. Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable. Trajo a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más dura.

 

Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre de honor. Todos visteis que, en las Lupercales, le ofrecí tres veces una corona real, y tres veces la rechazó. ¿Eso era ambición? Pero Bruto dice que era ambicioso y es indudable que Bruto es un hombre de honor. No hablo para desmentir lo que Bruto dijo, sino que estoy aquí para decir lo que sé. Todos le amasteis alguna vez, y no sin razón. ¿Qué razón, entonces, os impide ahora hacerle el duelo? ¡Ay, raciocinio te has refugiado entre las bestias, y los hombres han perdido la razón!… Perdonadme.

Mi corazón está ahí, en esos despojos fúnebres, con César, y he de detenerme hasta que vuelva en mí… Ayer la palabra de César hubiera prevalecido contra el mundo. Ahora yace ahí y nadie hay lo suficientemente humilde como para reverenciarlo. ¡Oh, señores! Si tuviera el propósito de excitar a vuestras mentes y vuestros corazones al motín y a la cólera, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres de honor. No quiero ser injusto con ellos. ¡Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honorables!

 

Pero aquí hay un pergamino con el sello de César. Lo encontré en su gabinete. Es su testamento. Si se hiciera público este testamento que, perdonadme, no tengo intención de leer, irían a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada sangre. Sí. Suplicarían un cabello suyo como reliquia, y al morir lo mencionaría en su testamento, ¡como un rico legado a su posteridad! Tened paciencia, amigos. No debo leerlo. No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó César.

 

No estáis hechos de madera, no estáis hechos de piedra, sois hombres, y, como hombres, si oís el testamento de César os vais a enfurecer, os vais a volver locos. No es bueno que sepáis que sois sus herederos, pues si lo supierais, podría ocurrir cualquier cosa. ¿Me obligáis a que lea el testamento? En ese caso, formad círculo en torno al cadáver de César, y dejadme mostraros al que hizo el testamento. ¿Bajo? ¿Me dais vuestro permiso? Si tenéis lágrimas, preparaos a derramarlas. Todos conocéis este manto. Recuerdo la primera vez que César se lo puso.

 

Era una tarde de verano, en su tienda, el día que venció a los nervos. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved que brecha abrió el envidioso Casca! ¡Por esta otra le apuñaló su muy amado Bruto! Y al retirar su maldito acero, observad cómo la sangre de César lo siguió, como si abriera de par en par para cerciorarse si Bruto, malignamente, la hubiera llamado. Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh dioses, con que ternura le amaba César! Ese fue el golpe más cruel de todos, porque cuando el noble César vio que él lo apuñalaba, la ingratitud, más fuerte que las armas de los traidores, lo aniquiló completamente.

 

Entonces estalló su poderoso corazón, y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo, al pie de la cual se desangró… ¡Oh, qué funesta caída, conciudadanos! En aquel momento, yo, y vosotros, y todos, caímos, mientras la sangrienta traición nos sumergía. Ahora lloráis, y me doy cuenta que empezáis a sentir piedad. Esas lágrimas son generosas. Almas compasivas: ¿por qué lloráis, si sólo habéis visto la desgarrada túnica de César? Amigos, queridos amigos: que no sea yo quien os empuje al motín. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. Desconozco qué secretos agravios tenían para hacer lo que hicieron.  Ellos son sabios y honorables, y no dudo que os darán razones. No he venido, amigos, a excitar vuestras pasiones. Yo no soy orador como Bruto, sino, como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que quería a mi amigo, y eso lo saben muy bien los que me permitieron hablar de él en público.

Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria para enardecer la sangre de los hombres. Hablo llanamente y sólo digo lo que vosotros mismos sabéis. Os muestro las heridas del amado César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen por mí. Pues si yo fuera Bruto, y Bruto Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y amotinar los cimientos de Roma.

 

Escuchadme, ciudadanos. Escuchadme lo que tengo que decir. ¡Pero, amigos, no sabéis lo que vais a hacer! ¿Qué ha hecho César para merecer vuestro afecto? No lo sabéis. Yo os lo diré. Habéis olvidado el testamento de que os hablé. Tened paciencia y escuchadme. Lega, además, todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines, recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos, como parques públicos, para que os paseéis y recreéis. ¡Éste sí que era un César! ¿Cuándo tendréis otro como él?”. El video que se acompaña lleva la firma de Jorge Costas Miguélez, empleado para la realización de un trabajo de música con medios audiovisuales.

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