EL ARPA CELESTIAL

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17 de febrero de 2021
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12:25 am
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EL ARPA CELESTIAL

GANADORES Y PERDEDORES

DESDE que cobró la primera víctima esta terrible tragedia sanitaria que azota con virulencia a la familia hondureña, a diario salen en el periódico las fotografías de quienes perdieron la batalla de sus vidas, luchando contra la espantosa enfermedad. Médicos, enfermeras, socorristas, en fin, todos ellos, ya sea los enlistados en la primera línea del frente de guerra o en sus diversos oficios, profesiones u ocupaciones, dedicados a cualquier otro menester, cuando sus organismos no resistieron la embestida mortal de ese virus miserable. No hay fallecimiento, e inclusive, por supuesto, los muchos desconocidos –algunos de ellos héroes anónimos– a quienes solo lloraron sus cercanos familiares y amistades, que no produzca un sentimiento de pérdida en la sociedad. Sin embargo, hemos recibido mensajes de muchos lectores consternados por este último caso del joven médico que cumplía su servicio social quien, ni por gestiones del Colegio Médico fue atendido en el Seguro Social.

A continuación la explicación ofrecida por las autoridades: “Yasser (Emir Cuéllar) que en paz descanse, era un médico que estaba a dos días de finalizar su servicio social; el IHSS tiene un convenio con el Colegio Médico de Honduras que deja inscribirse al Seguro Social a los médicos que ya son con colegiación definitiva”. “Lamentablemente la ley impide que una persona que no tenga Seguro Social, no cotice o no esté inscrito sea recibido en el instituto”. “La ley definitivamente –agrega– usted no se la puede saltar, ya que puede ser considerado un abuso de autoridad, aunque sea una buena acción”. Lo insólito es que la ley no haga excepciones, o permita desarrollar protocolos más amplios de atención, en períodos excepcionales de emergencia como el que se atraviesa en la actualidad. Los hospitales públicos tienen responsabilidad distinta hacia la población que los centros privados de asistencia. Se sabe que, en muchas de esas clínicas privadas, el cliente tiene que empeñar lo que no tiene, hasta la mascota de la casa, como garantía de pago por la atención que le dan. De lo contrario no ingresa, así llegue con el arpa en la mano rumbo al destino celestial. Y que se aliste para vaciar sus libretas bancarias de los ahorros de toda la vida. O a darle duro a la tarjeta de crédito, dejando a los parientes enjaranados, si es que con la curación no pudo agenciarse tiempo adicional aquí en la tierra. Hay médicos que, por ir a tomar la temperatura, llenar expedientes y, de paso, aprovechar para que otros colegas especialistas lleguen a lo mismo, cobran honorarios exorbitantes.

Ni remedo de lo que cobran por la consulta en sus oficinas particulares. Aparte de la factura por la estadía, las caras medicinas y otros insumos, los exámenes clínicos procesados usando las maquinitas con las que el centro asistencial hace clavos de oro y, en caso de requerirlo, el uso de quirófanos, salas de recuperación y de cuidados intensivos. No todo ni siempre es así, que conste. Pero –por más que insistimos en esta columna de opinión– tampoco hay regulación para evitar los abusos. Ni código de ética de la práctica médica. No se nos vaya a mal interpretar. La mayoría de profesionales de la medicina –incluso a riesgo de sus propias vidas– hacen honor al juramento hipocrático, como ha quedado demostrado a lo largo de esta pandemia. Pero también hay alagartados lucrándose de la necesidad ajena. Contrario a la ejemplar conducta de muchos de sus catedráticos universitarios –quienes sacaron título acá– los respetados doctores de antaño, que siguen dando a sus pacientes consulta a precio simbólico. Divagando nos apartamos del tema principal. Ahora al caso que nos ocupa. Ningún hospital público –y el Seguro Social cae en un híbrido de lo público privado– debiese despachar a un enfermo grave sin brindarle la atención. Menos en este tiempo de alarma colectiva. Todo hondureño tiene derecho a la asistencia médica, no que lo despachen con su arpa celestial sin que lo hayan atendido diligente y adecuadamente. Bien porque es la obligación del Estado pero, yendo más allá, por el más elemental sentido de humanidad. Pero como aquí, así son las cosas, y nadie responde por nada, el joven médico, rechazado de un centro asistencial, falleció en uno de los hospitales móviles instalados en la costa norte.

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