EN OTRA COLA Y LOS SEMÁFOROS

ZV
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26 de febrero de 2021
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12:25 am
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EN OTRA COLA Y LOS SEMÁFOROS

IMAGÍNENSE. Las carencias de la educación nacional contrastadas con el avanzado sistema educativo en otras partes del globo. Aquí la apremiante preocupación de maestros, estudiantes y padres de familia en la remota ruralidad es la ausencia de conectividad para recibir clases virtuales. Nunca hubo internet gratis, y a donde llega –clientes acabados bolseándose para pagar el servicio– los alumnos deben caminar kilométricas distancias, ir al pico de una montaña a probar si agarran señal. Sin olvidar el analfabetismo que pasó de ser una deficiencia de ayer, de los que no sabían leer ni escribir a una ironía estructural del presente, de los que, aún sabiendo, nada leen y nada escriben. UNCTAD concluye que “EE. UU., Suiza y Reino Unido son los países mejor preparados para tecnologías nuevas y emergentes como la inteligencia artificial (IA) o el big data”. “Latinoamérica, con Brasil y Chile a la cabeza, ocupa discretas posiciones”. Y “en la cola de la región Nicaragua (que ocupa el puesto 125 en el índice global), Honduras (122), Bolivia (116) y El Salvador (106)”.

Pero no hacen caso. Igual al caso de las vacunas, cuando les advertimos a tiempo que la OPS y su COVAX no iban a dar el ancho en la entrega de las dosis ofrecidas a estos pintorescos paisajes acabados. Sería tanta la dependencia o la ingenuidad que poca atención dieron a lo que anticipamos. Sobre esto otro, si el país está adaptando su sistema educativo para lidiar con la nueva realidad, DC, después del coronavirus, ya rayamos en la necedad. Pero no solo escribiendo. Lo llevamos como propuesta de debate a la AMC. Ello motivó la invitación a un conversatorio con los rectores universitarios. (Tampoco es invento nuestro. Se basa en las conferencias que por doquier ofrece el pensador más leído de los últimos tiempos, el israelita Yuval Noah Harari. El mismo que ofreció a Honduras de ejemplo dentro de países con probabilidades de no sobrevivir los retos del futuro). Partiendo de la siguiente premisa: Que la inteligencia artificial sustituirá las capacidades de la mente humana. Llegará el momento cuando el entrenamiento recibido por la persona durante toda una vida sea obsoleto. (Esa maldición no es que va a suceder, ya está ocurriendo). Ello nos lleva a la necesidad de revisar si lo que se enseña, si el plan de estudios para escuelas, colegios e institutos, públicos y privados, y el currículo académico de las universidades –en fin, comprendido a todos los niveles del sistema educativo– es todavía relevante al mercado laboral.

Yendo más allá, ¿si los planes de enseñanza de la actualidad –la naturaleza de las asignaturas para las profesiones que se ofrecen, y la índole de los títulos que se entregan– van a colocar al país en un nivel de ventaja o desventaja respecto a los demás. Ya no de aspirar competir en el mundo; tan solo superar la condena tercermundista. Así de grave es el problema. Lo que nos hace recordar un editorial de Oscar A. Flores Midence, Director Fundador de LA TRIBUNA, planteando, en broma y en serio, los linderos del rezago a través de una sencilla observación. Sucedió cuando habitantes de toda la Tierra observaban atónitos –pegados a las pantallas de la televisión– la extraordinaria proeza de aquellos días. Los tripulantes del Apolo 11 aterrizaban en la Luna. La potente señal transmitía las imágenes del hito histórico de los siglos desde el lejano espacio. Uno de los astronautas sería el primer hombre en poner pie sobre la superficie lunar. Todo el planeta en desbordante expectativa. Sin embargo, no así los vecinos de la ciudad capital, entretenidos en lo doméstico. Multitudes de curiosos se habían agolpado aceras opuestas en las esquinas de las calles, pendientes de otro espectacular suceso. A las 11 en punto de la mañana, en los 9 puntos de Tegucigalpa y de Comayagüela escogidos por la alcaldía para colocarlos, encenderían los semáforos. Para aquellos días, en cualquier avenida de cualquier ciudad avanzada del mundo colgaban una docena de semáforos. Aquí, la luz roja intermitente con la verde y la amarilla, para regular el tránsito –policías daban vía a los vehículos– era la palpitante novedad. El mundo atento al descenso en la Luna; los capitalinos al coqueto guiño de los semáforos. Por allí deduzcan cómo estamos.

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