BREVES APUNTES SOBRE LA PERSONALIDAD DE GAUTAMA FONSECA

ZV
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28 de febrero de 2021
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12:30 am
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BREVES APUNTES SOBRE LA PERSONALIDAD DE GAUTAMA FONSECA

Juan Ramón Martínez

Distinguida concurrencia:

Es un triple honor, en mi condición de director de la Academia Hondureña de la Lengua, presidir este acto. En primer lugar, porque se presenta un libro con el que se honra a un hombre digno y ejemplar que fue, durante su vida terrenal, ejemplo de valor cívico, fortaleza moral e integridad moral como lo fuera Gautama Fonseca Zúñiga. En segundo, porque presentamos un primoroso libro, una antología de las contribuciones periodísticas escritas por la pluma de Fonseca Zúñiga, primorosamente seleccionadas por el colega académico de número Óscar Aníbal Puerto Posas, antecedida por un juicioso, exacto y vibrante homenaje, a un hombre que con su pluma nos dejara a las futuras generaciones, un estilo singular con el cual pueden orientarse en sus esfuerzos por honrar y amar a Honduras por encima de todas las cosas. Y, en tercer lugar, por el hecho que, pese a la pandemia que nos abate, la AHL, sigue abierta; la mayoría de sus miembros trabajando y sirviéndole, como corresponde a la cultura nacional, por medio de la presentación de obras como estas, en las que se confirma que mientras esté viva la cultura, el hombre sobrevivirá sobre la tierra.

Oí hablar de Gautama Fonseca Zúñiga, en Olanchito. El mismo en un artículo dedicado a comentar mi libro “El Asalto al Cuartel San Francisco”, ocurrido el 1 de agosto de 1956, lo dice en un artículo que generosamente me dedicara, cuando afirma que “es seguro que cuando el suceso tuvo lugar aún vivía en Olanchito, llevaba pantalones cortos y se solazaba matando jamos y comiendo su sabrosa carne”. Posteriormente, oí su nombre cuando la Junta Militar de gobierno le nombrara el primer gobernador político del recién creado departamento de Gracias a Dios. Posteriormente, ya estudiando aquí en Tegucigalpa oí hablar mucho de él, de su calidad humanística y su enorme vocación magisterial. Para entonces, era profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNAH, donde servía Civil I. Cuando ingresé a la misma, él había dejado la docencia y solo conocimos y estudiamos en su texto sobre los derechos de la familia. No tuve la suerte de ser su alumno; pero sí en el curso de los años, presumo que fui su amigo.

No olvido que la primera ironía que me dispenso en público fue cuando escribió que se trataba, no recuerdo a quien se refería, de un analista político, como le gusta a “Juan Ramón Martínez que le llamen”. Creo, me corrijo que, casi fuimos sus amigos. Era muy selectivo. Pero sí me consta que, goce de su respeto y consideración. Siempre que nos veíamos, me llamaba “doctorcito”, piropo que le devolvía sonriente, porque con ello, confirmábamos que la mayoría de los doctores de Honduras, no eran tales, porque siguiendo la definición de Humbold, no habían producido nunca, una idea singular siquiera que les justificara como tales. Mientras fui encargado de la Reforma Agraria, cuando esta ya empezaba a dejar de ser el quehacer fundamental que señala la Constitución de la República, me visitaba con frecuencia y con la generosidad que les dispensaba a los pobres y especialmente a los campesinos, me aconsejaba sobre lo que no debía hacer. Es decir que, los errores que no cometí, se los debo en mucho a la paciente confianza, a la esperanza en mis juicios y en el amor a los campesinos, de Gautama Fonseca. De la misma manera cuando él fue Ministro de Seguridad, le visité en varias oportunidades, no para aconsejarle – porque carecía de competencias para ello – sino para devolverle las generosas visitas y los sabios consejos que, me había dispensado en la oportunidad en que fui servidor público.

A estas alturas creo que es obligado hablar de la personalidad de Gautama Fonseca, de la obra periodística y su inteligente selector; de su escala de valores y de la disciplina y la honradez con las que rodeo siempre, todos sus actos, privados y públicos. En primer lugar, hay que decir que se trataba de un humanista como tal, al que nunca le daño el juicio pasión sectaria alguna. Aunque Liberal – creo que de los de antes – y que, como tal, todos los temas atingentes al hombre suscitaron su interés. Honró a sus padres, quiso a su esposa Sidalia, a sus hijos y sus nietos y respeto a sus amigos que, repetía siempre que, “los quería y no los juzgaba, jamás”. Por ello, cuando el escándalo de bananagate, después que se conoció el informe, una de las primeras visitas solidarias que recibió Abrahán Beneton Ramos mencionados en el mismo, fue Gautama Fonseca. De la misma manera, cuando se involucró a un señor Sikafy, en un presunto tiranicidio en contra de Suazo Córdova, Fonseca escribió un artículo, con su firma, defendiéndolo. Posiblemente, y este es un juicio que posiblemente no me lo perdonaría, por ello era un hombre de pocos; pero probados amigos.

Creo que no puedo pasar por alto que amó a Honduras como nadie. La sirvió hasta el último momento de su vida, dejándonos a quienes le seguimos, el compromiso de seguir sus pasos, cosa que, en mi situación personal, trato de honrar, aún cuando él sabía que no tenía su fuerza, su valor y su carácter para enfrentarse a sus adversarios. Una vez en público, dijo que, aunque sabía escribir, jamás habría podido producir el Testamento de Morazán, sabiendo que solo tenía tres horas de vida antes de ser fusilado. Y aunque me dolió la comparación, por el público donde lo dijo, reconozco que dijo la verdad. Entre mis virtudes no está, ni en ínfima parte, la valentía, la entereza y el valor de Francisco Morazán.

Ahora, permítanme hablar del libro y de quien realizo la tarea de seleccionar los artículos, ordenarlos y proporcionarnos una aproximación a la personalidad del antologado, Óscar Aníbal Puerto Posas. Posas es un excelente escritor. Posiblemente de los mejores con que contamos en estos momentos, tiene una bella prosa, florida en algunos momentos que, como el cisne, consigue evitar los daños de los adjetivos a los cuales, por su vena poética, tiene algunas veces dificultades para no caer en sus brazos encantadores. Su descripción de Gautama Fonseca, es – lo menos que puedo decir — impecable. No le da espacio a la exageración; ni al ditirambo innecesario. Nos ofrece a un Gautama Fonseca impecable: tierno, hábil, sensible, cariñoso, respetuoso de sus padres, leal con sus amigos y amoroso con Honduras. No paso por alto Puerto Posas, las polémicas de Fonseca con Óscar Flores y no se mostró muy complacido, cuando el director de La Tribuna, lo llamó Gabufon (Gautama Buda Fonseca), en una evidente genialidad, para sacar de las casillas a Fonseca, que, no era precisamente, un hombre de gran sentido del humor, como me lo refiriera don Óscar Flores cuando llegue al periódico a pedirle que, por favor, pararan la polémica, porque iban “para abajo en los ataques”, descuidando la fuerza de los argumentos; y que los lectores estábamos cansados de seguir leyéndolos. Don Óscar, riéndose me respondió es que Gautama, no tiene sentido del humor. Pero, como terciara Emilio su hijo, cuando se encontraban se abrazaban como amigos entrañables, porque habían desarrollado la tolerancia para mostrar sus desacuerdos, sin llegar a la ofensa y al odio que nos tiene cercados actualmente a los hondureños, especialmente a las medianas y jóvenes generaciones.

Finalmente, quiero con el respeto de Sidalia su gran amor y esposa definitiva, referir una conversación con Gautama. Estábamos los dos en las oficinas del director del INA. Y en un momento en que habíamos agotado el tema agrario, le dije: “doctorcito”, creo que usted es un poeta “encamisado”. Sonrió. Calló. Agregue, estoy seguro que usted, le escribió muchos versos de amor a Sidalia Batres que algún día, los investigadores del futuro, descubrirán que usted más que fiero y temido columnista, fue más poeta que otra cosa. Se levantó y con una leve sonrisa, me dijo señalándome con el dedo, no diga nada, de lo que no le conste, nunca. Y cerro suavemente la puerta.

Estoy seguro que, si estuviera aquí, estaría muy contento por nuestra valentía de no “encuarentenar a la cultura” como dijera Jubal Valerio; se pondría de pie, con la sonrisa bajo la recta firmeza de su bigote encanecido, para darme la mano, sin decir una palabra. Pero todos, sabríamos que no solo estaría contento, sino que, como nunca, a punto de confesarme que, en verdad, era un poeta que nunca había querido que sus versos fueran vistos por otros ojos que por su amada Sidalia, que hoy ríe, se torna rubicunda, le brillan los ojos bajo la capa de una lagrima nostálgica; y me da la razón.

Muchas gracias.
Tegucigalpa 19 de febrero de 2021

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