CARRETAS Y BARONESAS

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28 de febrero de 2021
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12:16 am
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CARRETAS Y BARONESAS

NADIE puede negar las ventajas técnicas y comerciales de las comunicaciones rápidas, llámense aviones, internet o telefonía celular. Pero la rapidez elevada a la máxima potencia, exhibe una vulnerabilidad que perjudica a los seres humanos como individuos y como familias. Se impone, paradójicamente, una desconexión en el trato personal y en la contemplación directa de los paisajes. Inclusive hay una tendencia a olvidar los gestos reales de los rostros de las personas que hemos conocido o abrazado.

Este tema nos conduce hacia la nostalgia positiva de ciertas tradiciones nacionales, especialmente de los pueblos del interior del país que, según un lexicógrafo europeo, son los más ricos y auténticos de Honduras, culturalmente hablando. La rapidez del mundo actual contribuye a que perdamos, además, un porcentaje considerable de la capacidad de meditación detenida, que suele denominarse reflexión.

Los hondureños, particularmente, hace unos cinco decenios aproximados, solíamos viajar en grupos, sobre carretas tiradas por bueyes y caballos; o en “baronesas” que se desplazaban de unos pueblos a otros, por carreteras polvorientas y serpenteantes; o también por los caminos de herradura. No sabemos con exactitud, más allá de las leyendas, en qué momento del siglo veinte aparecieron las “baronesas”. Se trataba de unos camiones a los cuales se les anexaban cobertores de madera o de lona, y se les instalaban unas bancas durísimas para que se sentaran los viajeros íngrimos. En la parte de atrás se acomodaban los costales de víveres; las valijas de cuero; las cajas con agujeros alrededor; las gallinas; los cerdos y los jolotes.

Las “baronesas” carecían de ventanas de vidrio. Así que los pasajeros recibían todo el polvo, blanco o rojizo, de las carreteras, al grado que al arribar a sus lugares de destino, se volvían irreconocibles para sus familiares. Pero existía una enorme ventaja de viajar en tales carretas y baronesas. Durante muchas horas, y a veces durante varios días, las personas podían contemplar con lentitud la variedad de los paisajes todavía vírgenes, por aquel entonces, de nuestro país. Pero lo más importante es que en los caminos y carreteras aparentemente interminables, los viajeros meditaban profundamente sobre la vida y el entorno, según fuera su nivel cultural. Otros conversaban.

No había prisa por salir o llegar a ningún lugar, salvo que se tratara de un problema de salud. O de alguna posible montonera. Tampoco se extraviaban las maletas, como ocurre actualmente en muchos aeropuertos. Ni había cobro por exceso de equipaje. Las personas tomaban sus valijas o sus salveques y se marchaban para cualquier parte, especialmente en dirección a la costa norte con el objeto de conseguir “chamba” en las plantaciones bananeras; y en el mejor de los casos, en los comisariatos.

Dos ejemplos de lo anterior es que para moverse desde Tegucigalpa hasta San Pedro Sula, originariamente eran dos días de viaje, a vuelta de rueda. Se hacía un interludio en el Lago de Yojoa, en donde había que abandonar la “baronesa” y montarse en un “ferry-bote”, para luego buscar otra “baronesa” o el ferrocarril, según fuera cada situación. Para llegar a Dulce Nombre de Culmí, en Olancho, había que salir, de Tegucigalpa, a la una o dos de la madrugada y arribar a Juticalpa como a la una de la tarde, en donde había que pernoctar y luego tomar otra baronesa al día siguiente. Los viajes a la zona del Bajo Aguán, o hacia el occidente de Honduras, eran más tardados. A menos que las personas decidieran gastar unos centavos extras y pagar el pasaje en los pequeños aviones que ya circulaban por el espacio aéreo hondureño.

Naturalmente que un viaje sobre carreta tirada por bueyes, era más propicio para la meditación y la contemplación del paisaje. Pero incluso en las “baronesas” tradicionales, que ya desaparecieron de nuestro mapa, las lentas jornadas de desplazamiento entre los pueblos, permitían también la meditación y la asimilación visual de las riquezas potenciales de nuestro país, malogradas en estas últimas décadas.

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