Esperanza para los hondureños
Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)
Recién ascendido Nayib Bukele al trono presidencial, escribí una columna donde resaltaba que el joven gobernante se enfrentaría a una férrea oposición que le impediría afianzar la supremacía de su partido en las instituciones del Estado.
Pensé que las crisis económicas, la creciente migración y algo de su autoritarismo personal, le traerían problemas con la oposición, tomando en cuenta esa generación de guerrilleros metidos a demócratas -engendros de la Guerra Fría-, poseedores de un soberbio sentido de la política y duchos en la maquinación de ardides para ganar espacios como en los buenos tiempos de la lucha armada. Pero me equivoqué: Bukele no solo supo sortear los escollos de sus adversarios, sino también que jamás pudieron torcerle el brazo para acorralarlo en los momentos más críticos de su gestión administrativa. De hecho, los ha derrotado dos veces en menos de dos años.
“Soy el más fuerte” escribió en su cuenta de Twitter en el 2019, y el tiempo le ha dado la razón. Cuando asaltó el palacio legislativo junto a los militares, y se sentó en la silla del presidente de la Asamblea, lo hizo con el propósito de demostrar quién era el “capitán” de los tres poderes. Me recordó a Fidel Castro la vez que puso su pistola en el atril en la Biblioteca Nacional en junio de 1961 proclamando aquella famosa frase dirigida a los intelectuales: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución, nada”. Fidel era la Revolución y nadie podía estar en contra de ella. Eso se llama un verdadero absolutismo. En un principio la gente aplaude con efervescencia estas actitudes machistas, pensando que el líder obra bien al mostrar los colmillos, pero, con el tiempo, esos mismos fanáticos comienzan a experimentar el fastidio y el miedo. O se alinean, o salen.
Pasadas las elecciones del 28 de febrero donde se eligieron los representantes al Congreso y alcaldías, el mandatario salvadoreño se alzó arrolladoramente con la victoria, dejando en la lona al derechista partido Alianza Republicana (ARENA) y al izquierdista FMLN. Ahora Bukele y su partido -aunque él es el partido, recuerden que el partido se escribe con “N” de Nayib, tal como decía la propaganda electoral-, controlarán la mayoría de los escaños de la Asamblea Legislativa.
El absolutismo democrático que representa Bukele, no es más que un “remake” de las dictaduras de antaño, es decir, la concentración de los poderes del Estado se obtiene, ya no por medio de las armas, sino, por la vía de la democracia electoral. Las causas de este fenómeno radican en la pérdida de confianza en los partidos tradicionales, la angustia frente a las crisis económicas y en la errónea concepción de la gente de que el Estado es el todopoderoso de nuestras vidas, como sugerían los clásicos del siglo XVII, y, “modernamente”, los intervencionistas seguidores de Keynes. Pero hay otra razón más fuerte: la escasa formación política de los votantes que no distinguen cuando les dan gato por liebre. El ciudadano promedio se deslumbra con el baratillo del mercado político que ofrece el populista moderno, sin consignar la verdadera esencia de los problemas de su país. Consume lo “cool” del momento, lo que desafía a la tradición y al conservadurismo, con tal de estar en primera fila haciendo añicos el inmovilismo institucional. Aunque existen muchas razones psicológicas detrás del asunto, “es lo de hoy”, como dice la gente que se emboba con cualquier oferta política que le ofrecen las redes sociales sin medir las consecuencias del mañana.
La concentración del poder que ofrece el absolutismo democrático es la puerta de entrada a las dictaduras, pero también a la corrupción del poder político; un retroceso de más de cien años; una vuelta a los autoritarismos y a los cacicazgos de antaño, un peligro inminente para las libertades más fundamentales entre ellas el derecho a disentir, la libertad de prensa y el mercado libre. Se acordarán de esto.
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