EL DÍA DESPUÉS

ZV
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20 de marzo de 2021
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12:53 am
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EL DÍA DESPUÉS

EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS

HAY instantes, muy breves por cierto, cuando se tiene la impresión que el moribundo paciente va a recuperarse. Pero no dura mucho la alegría. Después de un efímero abrir de los ojos, de un parpadeo intermitente, solo para cerciorarse de quiénes lo acompañan en su lecho de enfermo, exhala resignado y deja ir un suspiro. Se apaga la respiración y vuelve a desfallecer. El monitor conectado al aparato chirriador que mide los signos vitales señala un estiramiento horizontal de la curva. Revive momentáneamente con palpitaciones de tenues latidos interrumpidos. En los agitados intervalos del calvario, cuando pareció tener alguna resistencia residual, fue apenas de unos segundos. Interpretemos la metáfora. O sea, de la narrativa esperanzadora de un día, sobre elecciones ejemplares y denodado civismo de la gente se pasó a la queja del día siguiente. Al reclamo sobre la lentitud de la transmisión, y a la satanización del escrutinio –la “ponga”, al “fraude” argüido por los perdedores–, en la medida que se han ido oficializando los resultados.

En otras palabras, el país resolló durante 24 horas con entusiasmo, solo para caer desinflado en negativismo, el día después y de allí en adelante. Ya no solo víctima del remolino endemoniado de las redes sociales, –que deshacen cuanto se interpone en su afilada trituradora– sino que, para rematar, el agónico país cae en una batería inmisericorde de críticas, reproches, murmuraciones, desinformación y desguace de varios medios convencionales que se acreditan ser defensores del sistema democrático. En su ingenuo parecer –o tal vez no tan inocente perspectiva– piensan que desarmando la autoridad electoral a punta de golpes ganan simpatía popular. Cuando lo que consiguen es elevar los niveles de desconfianza de la ciudadanía –ya bastante incrédula del sistema– hacia las instituciones, hasta el punto de no retorno. Una vez ensuciado el pichingo, ni regándolo de lágrimas de arrepentimiento, podrá limpiarse lo percudido. Y si alguna vez reparan en el error es demasiado tarde. El torbellino arrasa también con los mismos medios que contribuyeron a darle fuerza al ciclón. La ruina es irreversible. Sintomático de esta torpeza destructiva es la ligereza con que algunas entidades emiten criterios y pronunciamientos. Pese a que con antelación se dijo hasta la saciedad que el escaneo y digitalización de actas, el escrutinio y transmisión de resultados oficiales tomaría varios días, nadie escuchó. Oyen –o fingen poner atención– pero no escuchan. Hasta el Cohep –lento y parsimonioso en entregar resultados en los asuntos de su incumbencia– emite un boletín exigiendo rapidez.

¿Cuántas noticias se dan y cuántos foros se montan para informar y debatir constructivamente y cuántos que multiplican las dudas, atizan el conflicto y la confrontación? Las potentes y bulliciosas bocinas que compiten por audiencia demandan mayor transparencia, renegando por la falta de observación. Como si fuera un hecho desconocido que hay observación nacional e internacional y que cada movimiento político cuenta con varios observadores acreditados en las bodegas donde se destusan las maletas. Además, gozan de acceso –también por medio de sus técnicos informáticos previamente acreditados– al sistema que procesa y transmite resultados. De manera que cada corriente, en su centro privado de cómputo, recibe la imagen de las mismas actas y goza de previo de la misma información que el CNE traslada al público en cada corte. No solo eso, sino que hay amplios salones acondicionados, en un hotel, con decenas de plasmas disponibles, desde donde representantes de los distintos sectores, de la sociedad civil, medios de comunicación, cuerpo diplomático, en fin, los que tengan interés, pueden monitorear en forma directa todo el proceso. ¿Cree, entonces, el amable público, que pueda haber salida a la crisis si el inmenso fardo de factores, como los arriba descritos, continúan conspirando para que no la haya?

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