Don Mario, su hijo Martín y los algodones

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21 de marzo de 2021
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12:02 am
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Don Mario, su hijo Martín y los algodones

Por: David Salomón Amador
MBA – Sector Bancario y Financiero
[email protected]

Era domingo, casi las 3:00 de la tarde, venía manejando por la calle que conecta Prados Universitarios y La Hacienda, en una de las calles vi caminando a un señor con un niño de quizás unos 10-11 años, ambos llevaban los famosos algodones de dulces que todos en algún momento de nuestra vida los hemos comido, y quien diga que jamás los ha probado, vive en un mundo de fantasía, aunque creo que hay muchos hondureños que viven en esa fantasía, como aquel que prometió 90 hospitales y hasta el día de hoy las latas usadas por refugiados sirios no funcionan; en fin, al ver la imagen del señor con su hijo y los algodones me conmovió, y procedí a dar vuelta, me estacioné frente a ellos para poder preguntarles cuánto costaban los algodones, me dijeron 2 por 10 lempiras; le pregunté el nombre al señor, quien cortésmente me dijo Mario, y le pregunté por su hijo, me dijo que se llamaba Martin, cuántos años tenés, le dije, me dijo 11, igual edad que mi hijo menor; cualquiera que los viera, vería un señor en sus 50-55 años, con ropa humilde, su hijo de igual manera, pero con la dignidad en su rostro por querer hacer las cosas bien, con trabajo honesto y un padre teniendo la ayuda de un hijo menor de edad, con la idea de subsistir en un mundo que para muchos es cruel, el tener que buscar alternativas para poder comer una tortilla con frijoles y si alcanza un huevito; le pagué por 20 algodones, le dije, don Mario tenga, me llevaré 20, pero no me los llevaré, lo cual con una cara de asombro me dije, cómo así; me paga por 20 pero no se los va llevar; le dije sí, su rostro cambió y con una sonrisa noble y sincera me dijo, gracias, que Dios lo bendiga; y me fui a seguir con mis actividades; pero su imagen y la de su hijo me quedaron allí, marcadas.

Entiendo que no todos hemos tenido la bendición de tener padres que nos dieran educación, lo que nos ha permitido sobrellevar la vida, también sé que hay muchos que vienen al mundo sin pedirlo y hay otros que vienen a las ciudades creyendo que pueden mejorar sus condiciones de vida y al final no necesariamente es así. Don Mario emigró de Olancho para Tegucigalpa, la paga no le alcanzaba para poder alimentar 6 bocas, creo que aun hoy no le alcanza, porque vivir y comer en Teguz es un lujo; la canasta básica es una de las más altas de Centroamérica, y sumando otros factores hacen que vivir con 200 lempiras diarios, no es algo que pueda sostener a una familia; pero por otro lado, con todo y todo, don Mario está luchando, quizás tiene quien le haga los algodones o quizás los haga él mismo, lo cierto es que no anda asaltando o haciendo compras de hospitales y medicamentos, no anda vendiendo algodones porque le sobra el dinero, lo anda haciendo de forma honesta, para poder generar algo para comer y sobrevivir en un país, en el cual cinco dólares diarios no es nada; y como el caso de don Mario hay miles en la Honduras de acá, porque solo unos pocos pueden estar en la Honduras de allá, disfrutando de lo que hacen. Pues bien, casos como el de don Mario deberían de servir de ejemplo a todos, de que hay que luchar y enfrentar la vida porque hay que llevar la tortilla cada día a las casas; esa es la Honduras verdadera, donde los pequeños emprendimientos van caminado en medio de un país, cuya economía no genera más porque hay una inseguridad jurídica que no permite las inversiones extranjeras, y lo que es peor, con todo lo que circula en medios informativos mundiales, nadie querrá invertir aquí, porque el ambiente actualmente no es el propicio, lo que queda es esperar que pueda existir un cambio positivo en el país para poder obtener inversiones.

Don Mario y su Hijo Martín muy probablemente seguirán vendiendo algodones, pero lo harán con la dignidad que implica el trabajo honrado, la vestimenta de alguien no la hace más destacado, lo hace su forma de enfrentar la vida, y así hay miles de hondureños, cada día lo vemos con las señoras de las baleadas y el café, desde las 6:00 de la mañana. Créanme somos buenos, lo que pasa es que no nos dejan ser mejores.

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