El asalto a las elecciones

MA
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30 de marzo de 2021
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01:00 am
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El asalto a las elecciones

Rafael Delgado

Quien pretenda concluir sobre fortalezas y debilidades a partir de los resultados electorales del 14 de marzo incurrirá en un error grave. En el caso de alguien entendido en las interioridades de la política hondureña que intente hacer lo mismo, será peor ya que caerá en la lógica de los que violaron sistemáticamente la voluntad del ciudadano. Lastimosamente esa es la conclusión principal después de dos semanas de innumerables evidencias que han tirado la credibilidad del proceso y de los políticos “ganadores” por los suelos. El daño a la endeble democracia electoral está hecho.

Ciertamente no se trata de exageraciones, ni intenciones de desprestigiar lo que por sí solo se resquebraja por los abundantes testimonios de prácticas ilegales y de resultados electorales absurdos. Quienes en definitivamente sí están debilitando la ley y las instituciones, son los movimientos, corrientes y candidatos que se alinearon el día de las elecciones para controlar el proceso a su favor. Indudablemente que ese manoseo sistemático del proceso es indicativo de que mucho estaba en juego y quería evitarse un resultado que pusiera en precario el poder del partido gobernante, la impunidad de muchos políticos señalados por corrupción y un ascenso de candidatos que incomodaran.

Desde hace muchos años se conoce con cierto detalle sobre las ilegalidades que ocurren el día de las elecciones. Eso de la movilización de miles de personas para controlar el voto es antiguo. El manoseo de los resultados ha sido también una práctica, pero que ha quedado como una simple anécdota del proceso ante el control de la información. Pero esta vez se configura un panorama bastante exacto y deprimente a través de las evidencias que circulan por miles. Ya lo sabemos: hay actas con resultados abultados que suman más de lo permitido, sin firmas, con manchones, borrones, pero escaneadas y contabilizadas.

Sin duda que los chanchullos del candidato a diputado, alcalde o presidente que se preparó con anticipación para socavar la voluntad del votante, es algo que ha definido nuevamente los resultados. Y esto no solamente se vio en los departamentos rurales del país, ocurrió en las zonas urbanas de Francisco Morazán y Cortés. Por ello no es sorpresa que figuras de la peor calaña, sin ningún mérito más que los que se han inventado y con una cadena de descréditos marcados en sus frentes, a patadas se han abierto el camino para las elecciones generales.
No fue la simpatía ni la voluntad popular la que se ha expresado en esos abultados resultados. Fue el control antojadizo de las urnas que definió la cantidad de votos. ¡Ponete vivo! fue la expresión procaz que repitieron los que manejaron el proceso electoral. Con los incondicionales representantes en las mesas electorales, impulsados con esa orden, lograron abrir la tranca para que los peores delitos electorales pasaran. No tuvieron miedo en hacerlo ya que la institucionalidad y las leyes siguen secuestradas, entre ellos se tapan y no importa que se sepan los detalles del asalto ni el repudio expresado por diferentes sectores de la población.

La democracia no es solamente una forma de ejercer el poder público, es también el método de elección de los representantes de los ciudadanos. Que el ciudadano participe libremente y se pronuncie sobre quién debe representarlo y que la regla de la mayoría se respete, son principios fundamentales que deben defenderse en todo momento y en todo lugar. No hay mejor manera de garantizar estabilidad política y económica que un proceso limpio y transparente para escoger sus representantes. ¿Pícaros que andan allí sueltos irrespetando la voluntad ciudadana? Seguramente es más que eso. Se trata de la cultura del fraude a la que los de las cúpulas políticas están acostumbrados y siguen aplicando para no perder el control dentro de su partido y de la nación.

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