Salvamento fraterno entre catrachos

MA
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8 de abril de 2021
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12:49 am
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Salvamento fraterno entre catrachos

Las mascarillas y otros trilemas

SEGISFREDO INFANTE

La sociedad hondureña es una sociedad “sin moral”. Esto significa que está “desmoralizada”. Para que nos entendamos con nuestros fieles lectores, los conceptos fraseológicos anteriores fueron utilizados por Ortega y Gasset, con precisión del lenguaje, con el propósito inmediato de aplicarlos al caso de la España de las primeras décadas del siglo veinte. Él nunca dijo (leamos bien cada palabra) que la sociedad española fuera “inmoral”, sino que era un país “sin moral”, o “desmoralizado”, es decir, desencantado, análogo al desencanto que según Augusto Serrano López le provocó al Quijote de la Mancha el choque entre la modernidad industriosa y desalmada, y el pasado idílico (medieval y antiguo) al cual Cervantes alude en sus páginas inmortales. El proceso de desencantamiento del Quijote produce sus efectos devastadores en el espíritu y en el organismo cuando el personaje recobra la lucidez y renuncia a “desfacer entuertos”, y se desentiende de las luchas humanísticas y humanitarias en defensa de los desvalidos de aquella memorable época. Poseo la convicción que la verdadera obra unificadora de España, se encuentra en esta novela holística del sefardita Miguel de Cervantes Saavedra, contando con el refuerzo de grandes poetas clásicos de la lengua “ladina”.

Nunca se ha volado muy alto. Pero en la actualidad el nivel de autoestima de los hondureños anda por los suelos; casi enfangado. Algunos de los orates aislados que pretenden dirigir el país se han encargado, en estos últimos años, de hundir la imagen de Honduras a nivel internacional, y de ennavajarnos a unos contra otros, lesionando severamente el tejido social. Hace unos veinte o quince años asistíamos varias personas, de diversas tendencias, a una misma “fiesta” en una misma casa, y a nadie se le ocurría hablar de política ni mucho menos lastimar al prójimo. Para evitar abstracciones me refiero a las reuniones inolvidables en la casita de Ramón Oquelí en la colonia Miraflores; en la residencia del Hatillo de Edgardo Paz Barnica; y una muy especial en la residencia de Max Velásquez Díaz (quien acaba de fallecer), en los alrededores de Comayagüela.

En mi caso personal he perseverado en salvaguardar las amistades, viejas y nuevas, a pesar de las confrontaciones y fricciones que han llegado a nuestros “patrios lares” desde lejanas tierras. Aquellos pocos que han dejado de hablarme, o que incluso me han difamado, ha sido por decisión unilateral de ellos, a pesar que en el pasado les he publicado sus textos y he redactado artículos en favor de ellos mismos. Esta afirmación, que la he reiterado en otras ocasiones, posee respaldo documental impreso. En caso que se pierda o destruya en Honduras, quedan los archivos de la “Biblioteca del Congreso en Washington” y en otros países insospechados. Queda constancia, además, aquí mismo en LA TRIBUNA, que fui de los primeros en criticar el narcotráfico en la década del noventa, cuando casi nadie hablaba de eso. Hasta ahora que se ha puesto de moda el tema, en detrimento de un país tan solitario y vulnerable como Honduras, cuyos individuos, en doscientos años de historia republicana, hemos sido incapaces de crear nuestro propio aparato económico autosostenible y bien relacionado, a pesar de las fuertes sugerencias de José Cecilio del Valle que cobran actualidad; y amén de los esfuerzos de algunos buenos estadistas como Ramón Rosa, Juan Manuel Gálvez y Ramón Villeda Morales; o de educadores agrarios como Pompilio Ortega; o de empresarios que han apoyado a los pequeños productores, sin hacer demasiado ruido, contrariando a los orates que gritan cada vez que pretenden articular palabras.

Me parece que una gran prioridad de los catrachos en este momento histórico, es encontrar y practicar todos los mecanismos que hagan posible el abrazo fraterno del mayor número de paisanos, de adentro y de afuera. Debemos elevar la moral patriótica a todo trance, sin caer en chauvinismos fastidiosos. Ninguna ideología política al uso podrá ayudarnos a salir del atascadero histórico. Mucho menos a recobrar la autoestima nacional. En este sentido preferimos la filosofía clásica, a fin de interiorizarla en el alma de los mejores hondureños de diversas tendencias y edades. Parejamente preferimos seguir las enseñanzas económicas, y enciclopédicas, de un pensador como José del Valle, y el modelo patriótico de un Froylán Turcios. Ambos personajes, desde sus perspectivas históricas individuales, anhelaban lo mejor para Centro América en general, y para Honduras en particular, pues trabajaban bajo las banderas de la paz, en contra de la anarquía y las guerras intestinas latinoamericanas, aludidas por J.L. Borges.

No debemos permitir que un solo hondureño muera de hambre por causa del desempleo. Mucho menos los niños y adultos mayores. Busquemos el mejor modo de neutralizar la violencia que arranca las vidas de tantos hondureños trabajadores, humildes y honestos. Debemos salvaguardar, a toda costa, las instituciones estatales permanentes, que son muy diferenciadas a las de los gobiernos de cada turno.

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