EL ARMISTICIO

MA
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9 de abril de 2021
/
12:25 am
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EL ARMISTICIO

TONCONTÍN tiene los días contados. Informa la PIA que las obras de construcción de Palmerola evidencian un adelanto del 75%. La mega estructura aeroportuaria se convertirá en el nuevo núcleo de vuelos nacionales e internacionales. Rodeado de centros comerciales y otras facilidades para viajeros, clientes y curiosos. Hay un plan maestro que contempla la “Ciudad Aeropuerto”. El buen negocio que promete ser el complejo aeroportuario a todo tipo de emprendimientos comerciales y turísticos complementarios, motivó la adquisición de las propiedades aledañas por parte de inversionistas y especuladores. Se agotaron las gangas. Aquellos montes pagaron jugosos réditos en plusvalía. Una vez que arranque, va a secar el flujo de entradas y salidas de vuelos internacionales que ahora se despachan por los otros aeródromos, incluyendo el de San Pedro Sula y, por supuesto, la abandonada reliquia capitalina.

Como no hubo autoridad influyente alguna abogando por ese valioso patrimonio de la capital, que durante años prestó invaluable servicio al país, una vez abra sus puertas al público el aeropuerto de Comayagua, Toncontín quedará relegado a los escasos vuelos nacionales. Una raquítica tarea poco merecedora a su ubicación como destino cercano a los vecinos de la capital. Cuando vean lo poco rentable de su limitado movimiento sin duda que lo cerrarán. La campaña de un grupo de empresarios pro Toncontín se apagó cuando topó en un muro de indiferencia. Los briosos defensores de ese activo estratégico de la ciudad se aburrieron de insistir. Aquí en este espacio editorial intentamos ventilar la brasa casi extinguida a ver si vivificábamos la llama. Pero todo fue inútil. Fracasó el proceso de combustión. Ni la Cámara de Comercio capitalina ni el grupo de aguerridos empresarios. Ninguno, ya agotados, resistió el menosprecio a su fenecida causa. No tardaron mucho en claudicar. A los días –ignorados por la autoridad– entregaron los filudos machetes que desafiantes blandían en chats y redes sociales. Pero que nunca fueron una amenaza al poder público. Allá no prestan atención ni pasan atentos de esas necedades del club de los fanáticos. Fatigados de las escaramuzas digitales en su imaginaria guerra de guerrillas, declararon un cese al fuego unilateral. Un tiempo prudencial para ir a votar a las primarias –en fila india– por los políticos de su predilección. Así que las líneas de este escrito ni por asomo pretenden revivir el mortecino interés de quienes derrotados suscribieron el armisticio.

Solo para que quede constancia escrita. Como queja de lo incómodo de madrugar para no perder el avión, transportarse kilómetros de distancia por una carretera atestada de vehículos en tráfico nutrido una vez que Palmerola entre en operación. Pagar peaje –el sablazo que incrementan todos los años– a la ida y regreso del vehículo en que se conduce el pasajero y llegar a tiempo de realizar todos los engorrosos trámites en la lejana y ocupada terminal. Las preocupaciones empresariales tomaron otro rumbo. Lidiar con la rehabilitación de sus agonizantes empresas –a ver si se generan empleos– y, de paso, traer vacunas ahora que hay oferta de los sobrantes, ya que, en lo atinente a la vacunación masiva al país lo dejaron en la cola de la cola. Ahora bien, si el Toncontín es fin sin retorno habría que resignarse a no perderse lo que nuevamente regresa. (A los que se perdieron los editoriales anteriores, valga la explicación: El Sisimite es un personaje autóctono de la leyenda hondureña que en agrestes montañas boscosas pernocta en las cavernas. “Una criatura de fuerza colosal; más alto y fornido que una persona normal, de pelaje oscuro, rostro humano con rasgos de simio”. Cuentan, en los pueblos, que ahora DC, después del coronavirus, ha vuelto a aparecer. Pero, vaya sorpresa, bastante juicioso, usando mascarilla para evitar el contagio. No como otros animales boca abiertas que andan con la jeta destapada. ¿Y alguno de ustedes, ya vio al Sisimite?).

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