SEQUEDAD Y PROMISIÓN

ZV
/
11 de abril de 2021
/
12:42 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
SEQUEDAD Y PROMISIÓN

SIEMPRE que sea necesario es recomendable que las personas con sentido de hondureñidad, y con la visión peculiar de los verdaderos estadistas, se escapen por algunos días de Tegucigalpa, San Pedro Sula, Choloma, Puerto Cortés o La Ceiba, con el objetivo central de aproximarse a los pueblos del interior del país, a fin de que vean con sus propios ojos la realidad total de Honduras, y logren balancear, con un sentido racional, las posibilidades y limitaciones de los municipios y subregiones.

Cada año que comienza la estación seca de primavera y se extiende hasta buena parte del verano (el cual puede ser cálido y lluvioso), se habla de la escasez de granos y de otros víveres principalmente en el famoso “corredor seco”, que de hecho es una depresión tectónica más o menos costera, que abarca a los pueblos de Choluteca, Valle, La Paz e Intibucá, y una parte de El Paraíso y el sur de Francisco Morazán. Durante cuatro o cinco siglos los vecinos de Reitoca y Alubarén, para sólo mencionar dos pueblos, según documentos coloniales, republicanos y actuales, se han quejado de su pobreza, y han experimentado fenómenos que colindan con las hambrunas por ausencia de lluvias.

Pero el ejemplo clásico de esta depresión tectónica, hasta hace poco más de una década, ha sido el pueblo de “Guarampuque”, conocido actualmente como San Marcos de la Sierra, localizado en la cintura del departamento de Intibucá; municipio que ha sido descrito, por un organismo internacional, como el más pobre de Honduras, con la nota sorprendente que sus pobladores mestizos de origen lenca, católicos en su mayoría, nunca se han quejado de sus calamidades, pues han resistido con una especie sui generis de estoicismo, y quizás por eso casi nadie los recuerda o los menciona; exceptuando a los visitantes esporádicos y voluntariosos de la cooperación japonesa; y de algunos brigadistas multidisciplinarios impenitentes. También los reporteros de este periódico han llegado a escudriñar la cruda realidad de aquellos linderos. Aparentemente su alcalde por fin ha logrado negociar un pegue de tuberías de agua potable con el municipio de Yamaranguila, en tanto que San Marcos, durante muchas décadas, ha experimentado ausencia de lluvias y de agua dulce elemental, con varias enfermedades concomitantes.

Cuando se habla de “canal seco” y de “tierra de promisión”, es pertinente conjugar la realidad concreta, con los proyectos factibles y de vez en cuando utópicos. En todo caso, cuando disminuya la pandemia que todavía nos asfixia, algo tenemos que hacer, como individuos y como sociedad, en dirección a salir de la pobreza sempiterna y a movernos hacia la riqueza colectiva. Nadie más que los hondureños de corazón pueden estar interesados en superar el grado de atraso en que pernoctamos. En vez de “llorar sobre la leche derramada” como popularmente se dice, busquemos en cada barrio, colonia, aldea y caserío, las potencialidades del desarrollo, ya sea que se trate de zonas urbanas, rurales y semirrurales. O de pequeños segmentos poblacionales que viven y trabajan en las montañas, con tinglados de subsistencia.

En vez de pasar dando vueltas sobre alfombras mullidas, es recomendable el sendero de la reflexión y el camino concreto de la producción y de la productividad, que aunque parecen similares, son diferentes. Al país le conviene que nos movamos en medio de la hostilidad del paisaje de la depresión meridional de Honduras; o de los valles del centro y del oriente convertidos en zacatales pero que aún siguen siendo una promesa. De los bosques y cafetales del occidente. Y de las ricas llanuras costeras, sin dejar de mapear ningún rincón, con las anotaciones pertinentes del caso. No para seguir la vieja ruta trillada de engavetar los documentos; o de meterlos en los cajones del olvido; sino para debatirlos, consensuarlos, legislarlos y ejecutarlos. Casi siempre nos movemos como espectadores pasivos, sin opiniones propias, en las encrucijadas de los acontecimientos internacionales. Ahora tenemos que desplazarnos hacia las encrucijadas geográficas, para extraer el néctar de las riquezas potenciales que duermen ahí donde menos lo esperamos.

Más de Editorial
Lo Más Visto