Para construir una nación próspera

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17 de abril de 2021
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12:05 am
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Para construir una nación próspera

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

La mayoría de nuestros políticos no creen mucho en la democracia. De hecho, no les gusta. Piensan que con menos democracia se gobierna mejor porque las reglas del ejercicio democrático exigen transparencia y rendición de cuentas, condiciones que no les dejan demasiado espacio para la maniobrabilidad demagógica ni para emprender negocios personales a costa del Estado. Es lo que llamamos, con bastante propiedad, la “corrupción estatal”.

Cuando un gobierno rompe las reglas democráticas para afianzarse en el poder, cuando se estimula la corrupción, entonces las prioridades sociales de ese gobierno pasan a un segundo y tercer plano, por ejemplo, las inversiones sociales en educación y salud, o el desarrollo de un mercado que contribuya al crecimiento de la riqueza nacional. Sin crecimiento económico -como todo economista moderno sabe-, jamás podremos hablar de desarrollo o de equidad social.

Es casi imposible encontrar en la historia un gobierno corrupto con resultados halagadores en lo económico. Normalmente, las economías sanas y sostenibles están respaldadas por prácticas democráticas donde reina la rendición de cuentas de los funcionarios públicos, y los abusos son sancionados sin miramientos políticos de ninguna especie.

¿Qué es lo que ha fallado en el caso de Honduras, de tal manera que el sistema democrático se resquebraja y la pobreza se acentúa a medida que la corrupción se apodera de nuestras instituciones? Una de las grandes respuestas -sino la única-, radica en la manera en que hemos concebido el rol del Estado; y es ahí donde podremos encontrar la manera de acabar con la infamia de la corrupción y comenzar a cambiar el rumbo de nuestro atrasado país.

La misión del Estado se vino a pique porque se desnaturalizó la esencia de este. Cuando se concibe el papel del Estado como el motor fundamental del desarrollo, entonces los políticos – actuando de buena fe-, comenzaron a aplicar programas encaminados a satisfacer necesidades básicas en la medida en que el tesoro nacional se acrecentaba mediante los impuestos provenientes del sector privado. Con el pasar del tiempo se encargaron de repartir favores a grupos privilegiados, y, a partir de ese momento, comienzan a aflorar las prebendas de todo género y especie: la piñata de subsidios, regalías, exenciones y otras vainas, se convirtió en la apetencia piramidal, no solo de políticos, sino también de empresarios, sindicatos, gremios y asociaciones de toda suerte.

¿Cuál sería, entonces, la verdadera misión del Estado? ¿No hay para más? Sí hay para más: en principio, la corrupción nos ha desacreditado como nación, de modo que nos toca hacer una limpieza de la desaseada cara de nuestra democracia, puesto que la descalificación nos imposibilita atraer la inversión y ser elegibles frente a los organismos de desarrollo y a la cooperación de los países amigos. Nuestra prioridad -en este momento-, deberá ser enfocarnos en la asepsia funcional de los partidos políticos y en la depuración de las instituciones relacionadas con los mecanismos electorales. Sin la base ética no cabría hablar de un despegue económico, puesto que un Estado funcional es aquel que procura mantener un equilibrio entre una democracia de juego limpio, y un crecimiento económico sostenido que permita atender las necesidades sociales. No existe otra alternativa. Con gobiernos corruptos, ninguna buena intención de crecimiento y desarrollo económico será adoptada por los políticos, si en ella no se encuentran los intersticios para obtener réditos personales. Y ahí comienza el problema.

Una vez que hayamos saneado la política, entonces el rol del Estado se podrá enfocar en aquella misión en la que todos concordaríamos: ganar prestigio internacional, captar la inversión y establecer las reglas claras para que todos los agentes participen sin miedo a que una regla “chueca” o un burócrata desvergonzado intervenga para beneficiar a los compadres que se han saltado las trancas legales. Desde ese momento, la hacienda pública estará disponible, no para robar, sino para invertir en salud y educación, que son, al fin y al cabo, los pilares para construir una nación rica, próspera y desarrollada.

[email protected]
@Hector77473552

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