Corazón y razón

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18 de abril de 2021
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12:02 am
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Corazón y razón

Por: Segisfredo Infante

Se presume que Herófilo de Calcedonia fue el primer científico que estudió el cerebro humano, y que lo percibió como el verdadero centro de la inteligencia del “Hombre”, remplazando, en orden de importancia, al hígado y al corazón. Estas disecciones e investigaciones anatómicas ocurrieron alrededor del año trescientos antes de nuestra era, en los Centros de Investigación del “Museo y Biblioteca de Alejandría”. Erasístrato de Ceo, compañero de investigaciones del anterior, descubrió que el corazón era el centro de la red de circulación de la sangre. Ambos médicos pertenecieron a la primera comunidad (“súnodos”) de sabios y científicos que se instalaron en la ciudad greco-egipcia de Alejandría, cuando los Ptolomeos determinaron convertirse en “depositarios de todo el conocimiento humano”, por sugerencia de Demetrio de Falero, un exalumno aristotélico de la vieja Atenas. Aquí conviene recordar que previamente el filósofo Aristóteles había realizado estudios anatómicos minuciosos de los animales en general, en tanto que las ciencias particulares se cobijaban, en los comienzos, bajo el árbol frondoso de la “Filosofía Especulativa”.

Antes del siglo veinte de la era cristiana, en la contabilidad del pensamiento, son poquísimas las mujeres que destacan en la ciencia o en la filosofía. Es probable que el nombre más recordado sea el de Hipatia, matemática y filósofa, hija del profesor Teón. Al morir su padre ella se encargó de dirigir una escuela alejandrina de filosofía. Ella adoptó el “platonismo original”, bajo la influencia del discurso neoplatónico de Plotino. Sobre esta época en particular, hay muchas confusiones históricas; inclusive escamoteos recientes como los de Carl Sagan y los de la periodista británica “materialista” Catherine Nixey. En realidad, la gran Biblioteca de Alejandría había desaparecido ahí por el año 260 después de Cristo, en un largo proceso de saqueos y convulsiones políticas, más de cien años antes del florecimiento intelectual de Hipatia.

De hecho los sucesos que acabaron con la vida preciosa de Hipatia, se localizan en los comienzos del siglo quinto, es decir, por los años 414 ó 416 después de Cristo, cuando ya Agustín de Hipona había escrito, bajo la influencia de Platón y los neoplatónicos, su obra cumbre titulada “La Ciudad de Dios”. Esto significa que las fuertes fricciones entre Hipatia y el obispo Cirilo de Alejandría, no fueron en ningún momento filosóficas, sino que eminentemente políticas. Es más, la filósofa y matemática se relacionaba muy bien con el obispo anterior: Teófilo Primero, al grado que a la escuela de Hipatia asistían estudiantes tanto “paganos” como “cristianos”. Las confrontaciones estériles entre los seguidores de Hipatia y los posibles seguidores de Cirilo, llegaron al extremo de cegar la razón e imponer los pálpitos fanáticos del corazón. Una turba de supuestos cristianos encabezados por algunos monjes, terminó por linchar y desollar a la filósofa Hipatia.

Resulta obvio que en el presente texto hablo solamente de filósofas y científicas. No de las grandes poetas como Safo de Mitilene, Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Emily Dickinson, Carmen Conde y Wislawa Szymborska, para sólo mencionar a seis mujeres cultivadoras del buen verso a lo largo de la historia de la literatura. Hoy por hoy pretendo solamente subrayar el nombre de la científica Marie Curie, quien dedicó su vida entera a la investigación de la ciencia física y se expuso a peligrosas radiaciones. Luego debo añadir a cinco filósofas del siglo veinte: Simone Weil, María Zambrano, Edith Stein, Hannah Arendt y Elizabeth Kübler-Ross, cuyas personalidades han sido estudiadas por el médico, cirujano y filósofo español Iván López Casanova. El autor destaca que las filósofas mencionadas afrontaron los problemas de una modernidad que desembocó en la fatídica “Primera Gran Guerra”. Esta experiencia estremecedora tiró por los suelos los valores fundamentales de la civilización judeo-cristiana occidental, cuando menos en apariencia, al grado que los grandes filósofos europeos se vieron en la necesidad de retornar a los estudios minuciosos de los primeros filósofos griegos. Poco después sobrevino la demoledora “Segunda Guerra Mundial”, con alrededor de sesenta millones de muertos.

López Casanova sugiere que las cinco escritoras trataron de engarzar la razón con el corazón, caminando un poco más lejos de la vieja propuesta racionalista de Immanuel Kant, ligada a la autonomía moral y los imperativos categóricos, los cuales parecieran decaer frente a las morales individuales que al final irrespetan todo principio ético personal y universal, hundiéndose en un relativismo extremo, llamado también “libertinaje”. Es llamativo que Iván López Casanova haya excluido de su lista de filósofas del siglo veinte, a la existencialista francesa Simone de Beauvoir. Por algo la excluyó. En todo caso estas seis filósofas enriquecen la lista de aquellos otros filósofos (del sexo masculino) que han pensado y producido sus obras más emblemáticas bajo las terribles tormentas de sus propias circunstancias. Entre ellos Ernst Cassirer, Karl Jasper, Ortega y Gasset, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Xavier Zubiri, Julián Marías y Hans-Georg Gadamer.

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