¡Que tire la primera piedra!

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26 de abril de 2021
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12:03 am
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¡Que tire la primera piedra!

Por: Edmundo Orellana

“Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, respondió Jesús cuando pretendieron tenderle una trampa quienes deseaban que violara las leyes de Moisés, en el pasaje bíblico de la mujer adúltera. Frase que, en estos días, en ocasión de las aproximaciones para las alianzas, se escucha a menudo.

A los que dicen que no se alían con corruptos les contestan que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El tema de las alianzas se convirtió en un problema ético no en un debate para discutir ideas o programas políticos. Los actores principales y secundarios de las alianzas emplean su tiempo en acusarse mutuamente de deshonestos, advirtiendo que quien no esté con su alianza está del lado de JOH. Los deshonestos, entonces, son los que están en otra alianza o no están en ninguna.

Así las cosas, nadie se escapa de la acusación de corrupción. Todos somos corruptos, sea que estemos o no en una alianza. Este es el resultado de esas acusaciones mutuas, cuya certeza no ponen en duda quienes están de uno u otro lado del debate. Los de la otra alianza son corruptos. Intercambio de acusaciones entre dirigentes y activistas opositores únicamente, porque los del gobierno se limitan a observar cómo los opositores se destruyen entre sí. La corrupción, entonces, es regla general.

Este es el sueño del gobernante hecho realidad. Logró que todos seamos iguales al gobierno. Todos somos corruptos. En esas condiciones, exigir castigo para el corrupto es exigirlo para sí mismo. En este contexto, ¿qué sentido tiene acusar al gobierno de corrupto? Genial estrategia de JOH cuyo gobierno concluirá con la certificación que necesita.

Por otra parte, el pasaje bíblico de la mujer adúltera no es aplicable al caso de maras. Pero sí el pasaje sobre los mercaderes del Templo contra quienes Jesús fue implacable. En este no hubo la comprensión que dispensó en aquel por la ofensa que en este se infirió al pueblo, quizá animado en la diferencia entre lo que es público y lo que es privado, que, posteriormente, sirvió para distinguir entre bienes públicos y privados, obligando al funcionario, que disponía de ellos, a rendir cuentas de los primeros y de los segundos, siendo que forman parte de su peculio personal, y hasta fecha reciente, únicamente de su origen. De ahí, la responsabilidad del funcionario en caso de contravenir las leyes en su manejo, exigible por cualquier persona.

Quien ha malversado su fortuna personal se perjudica a sí mismo y a sujetos determinados. El malversador de fondos públicos daña al pueblo. Los efectos de la malversación pública son incalculables porque se traducen en deficientes servicios de salud, educación, seguridad, etc., dañando la salud, la vida y el futuro de cientos de miles de hondureños.

Defender a quien, prevaliéndose de su cargo, aumenta su patrimonio, malversa fondos o lo sustrae para beneficio personal, es irresponsable porque, además de defender criminales, alienta en los nuevos funcionarios conductas corruptas.

Y si, además, propicia que conocidos corruptos o aquellos que tomaron decisiones para garantizarles impunidad, expulsando la MACCIH y aprobando leyes para protegerlos, regresen o lleguen al Congreso Nacional, se convierte en cómplice porque les confiere la potestad de preservar el sistema de impunidad, evitando que se deroguen las leyes que apuntalan este sistema, emitiendo nuevas para su protección y eligiendo, como magistrados de la Corte o Fiscal General, a quienes sean complacientes con la corrupción.

No se trata de un tema ético sino de realismo político. La ambición de poder que anima a los políticos es tan asombrosamente patética que ya no les importa con quienes se alían si sirven para capturar el poder, que confunden con la Presidencia de la República, olvidando que el poder que construye sistemas jurídicos es el Legislativo, al que aspiran regresar o llegar los que han contribuido en la construcción del sistema de impunidad, los que fueron investigados y acusados por la MACCIH y otros de igual jaez.

Quienes tengan de aliados a esos especímenes de la política no podrán ofrecer la construcción del Estado de derecho que jamás hemos tenido, ni luchar contra la corrupción y la impunidad, porque tendrá que promocionar al Congreso Nacional aquellos candidatos a diputados interesados en preservar el sistema de impunidad existente. Ya no importa, sin embargo, porque siendo todos corruptos a todos convendrá preservar el sistema de impunidad.

En estas condiciones, ser acusado de corrupto dejó de ser una ofensa. Por consiguiente, el nuevo gobierno, cualquiera que gane, nos representará fielmente. Es, pues, innecesario el ¡BASTA YA! y se confirma, una vez más, la sabiduría del héroe.

¡Bienvenida sea su majestad, la corrupción!

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