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29 de abril de 2021
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12:25 am
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Carolina Alduvín

Por: Carolina Alduvín

La semana recién pasada hubo dos conmemoraciones importantes: el Día de la Tierra, del que nos ocuparemos en otra entrega, y el Día Internacional del Libro, el 23 de abril, promovido por la UNESCO desde 1988, por ser una fecha simbólica para la literatura mundial, ya que en 1616, coincidieron en esa fecha los fallecimientos de Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega; también con la fecha de nacimiento o muerte de otros escritores como Vladimir Nabokov, William Wordsworth, Josep Pla, Maurice Druon, Haldor K. Laxness y Manuel Mejía Vallejo. La propuesta vino de la Unión Internacional de Editores, con el objetivo de fomentar la cultura y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor.

El libro como vehículo de entretenimiento y hasta de aprendizaje, cuenta en este siglo con toda clase de competidores entre el gran público: el cine, gran divulgador de muchos de los grandes libros de todos los tiempos, pero que no deja mutilar y hasta tergiversar grandes historias en aras de no sobrepasar tres horas de duración, la TV con su variada oferta de noticias, deportes, series para todos los gustos y edades, música, documentales, viajes, cultura, contenido para adultos, foros, concursos, realidades y un largo, etc. Revistas y otras publicaciones periódicas distraen la atención y la necesidad que muchos tienen de mantenerse informados, también son la selección de quienes gustan lectura ligera. Los juegos de vídeo, las computadoras, teléfonos inteligentes y con ellos, las redes sociales. Hasta los lectores más entusiastas suelen distraerse.

La tecnología, por su parte, ha hecho llegar la buena lectura a quienes no pueden o no quieren acceder a los libros en físico, cada vez es más sencillo descargar copias de todo tipo de obras, ejemplares de ediciones agotadas, la mayoría de las veces, sin mayor costo que el acceso a un aparato y una red. No es la misma sensación hojear un libro, dar vuelta a sus páginas, usar un separador cuando hay que interrumpir la lectura y continuar donde dejamos la marca, regresar si hemos olvidado algún detalle, o adelantar, que leer en una pantalla, casi sin poder cambiar de posición y con ciertas limitaciones para moverse a través de las diferentes secciones, es todavía más incómodo batallar con un teléfono para que no se oscurezca la pantalla cuando solo se mira. Para quienes disponen de poco tiempo, o se ven obligados a ocuparse de tareas mecánicas, han encontrado en los audiolibros una fuente de conocimientos y entretenimiento muy conveniente.

No todos aprecian los libros, algunos los tienen como parte de la decoración, a otros les parece de mal gusto exhibirlos, igual han leído muy pocos; por otra parte, hay lectores compulsivos, también compradores compulsivos que muchas veces no han logrado leer ni la décima parte de lo que hay en sus estantes, pero que no se resisten a las nuevas adquisiciones. A veces, aparecen pilas de libros, de todo tema y calidad, abandonados como basura, o a la intemperie, se sospecha de una japonesita que se ha hecho millonaria, aconsejando al público deshacerse de cuanto objeto no transmita felicidad a su dueño con solo verlo o tocarlo, los libros suelen ser las primeras víctimas de esta compulsión por el orden y el estilo de vida minimalista.

A veces, una biblioteca es el modesto legado de muchos a sus deudos; a veces, tales legados llegan a ser el corazón del acervo bibliográfico de una institución, o hasta de una nación. Puede que las nuevas tecnologías de comunicación y almacenaje de conocimientos estén haciendo pensar que algún día, los volúmenes de papel con tinta llegarán a ser objetos inservibles, piezas de museo, o anacronismos. Lo cierto es que, pese a la competencia, el negocio editorial sigue vivo y prosperando, las librerías, aunque pocas, han florecido en estos tiempos de quédate en casa, los productos se promocionan en la red, se entregan por mensajería y se pagan por transferencia. Quizás los maestros no fomenten la lectura entre los educandos como deberían, pero siempre hay formas de encausar a las nuevas generaciones a descubrir la buena literatura.

El soporte físico para almacenar datos ha venido cambiando a lo largo de las últimas décadas, los ordenadores han venido reduciendo su tamaño y el de sus dispositivos de memoria, todos susceptibles de deterioro o destrucción, los biotecnólogos han encontrado también la forma de almacenar información -no solo genética- dentro de células vivas, pero nada va a resultar tan práctico y accesible para recuperarla como los libros impresos.

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