RESPONSABILIDAD SOCIAL

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2 de mayo de 2021
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12:08 am
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RESPONSABILIDAD SOCIAL

AYER se conmemoró el “Día Internacional del Trabajo”, que para unos se convierte en una trinchera anual; para otros en un motivo de recordaciones históricas o formales; y para la mayoría se trata de un suceso que genera indiferencia. Esto significa que mucha gente de diversos estratos sociales ignora, a profundidad, que las luchas obreras de comienzos del siglo diecinueve, y de fechas posteriores, fueron todo lo contrario de un mero deseo de figuración ideológica y política.

Las luchas de los obreros fabriles comenzaron, especialmente en Manchester, Inglaterra, por reducir las intensas jornadas de trabajo que a veces se prolongaban durante dieciocho horas, con la participación de la mano de obra de mujeres, hombres y niños de corta edad. Y aun cuando al comienzo nadie les prestó atención, y la misma legislación inglesa ignoraba el sufrimiento de la nueva clase social que recién había aparecido en el horizonte histórico, poco a poco los proletarios fabriles se fueron unificando y presentando fuertes demandas a los dueños de las empresas textileras, y a los mismos gobernantes del país. Además, aquellas luchas reivindicativas se expandieron hacia otros países con defensores teóricos originarios, de tendencia cooperativista, o mutualista, que por aquel momento nada tenían que ver con el marxismo. Al comienzo se logró, pues, la reducción de la jornada laboral a doce horas.

El caso de los mártires de Chicago ocurrido entre el primero y el cuatro de mayo de 1886, con graves secuelas judiciales posteriores, se focaliza en un contexto más o menos diferenciado respecto de las demandas eminentemente sindicales de los obreros fabriles de Inglaterra. Sin embargo, en la hoja de exigencias de los proletarios estadounidenses, se incluyó la jornada laboral de ocho horas, la cual fue aprobada y se mantiene vigente en la mayoría de los países del mundo hasta el día de hoy. Por este motivo el primero de mayo, de cada año, es el día internacional de todos los trabajadores del mundo. No sólo de los obreros fabriles y agrícolas, sino también de los artesanos individuales, de los campesinos y de los profesionistas de cualquier ramo.

Por causa de las luchas intensas de aquellos proletarios del siglo diecinueve, es que la mayoría de los pueblos cosechan, directa o indirectamente, ciertos beneficios laborales, que han venido menguando, ostensiblemente, en la misma proporción en que los ideólogos y los técnicos del neomonetarismo, parecieran haber triunfado durante la década del noventa del siglo pasado, y en los comienzos del siglo veintiuno, con los archiconocidos “ajustes estructurales de la economía”, hasta que la crisis financiera del 2008 puso al desnudo, a nivel mundial, las terribles falencias del submodelo privatizador con desregulaciones desbocadas.

Resulta llamativo que a pesar del fracaso estruendoso, a nivel mundial, del submodelo desregulatorio en que hicieron pedazos los fondos de pensiones y jubilaciones al invertirlos en capitales fraudulentos y en bienes raíces sobrevalorados, en algunos países tercermundistas como el nuestro, ciertos legisladores se empeñen en continuar con esas políticas desalmadas que tarde o temprano se demostrará que sólo es para hacerles daño a las personas humildes que trabajaron y cotizaron, durante décadas, con el fin de resguardar un seguro básico de vida.

Los pocos empresarios que han asimilado los principios de “seguridad social empresarial”, son conscientes que es indispensable resguardar el “pasivo laboral”, el cual es, o debiera ser, intocable. También son conscientes de las necesidades humanas y culturales de sus trabajadores, al grado que, en el valle de Sula, algunos empresarios han instalado escuelas para los hijos de los empleados, y clínicas internas en donde atienden las emergencias por accidentes, y asimismo otras enfermedades leves, con el propósito de evitarles las fastidiosas filas en los hospitales públicos, y la pérdida innecesaria de tiempo.

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