LAS ALIANZAS Y EL BARRILETE

ZV
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10 de mayo de 2021
/
12:22 am
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LAS ALIANZAS Y EL BARRILETE

CASI anticipamos lo que iba a suceder. Por esa razón propusimos la segunda vuelta electoral, como mecanismo novedoso con que elevar la baja confianza de mucha gente descontenta, escéptica a las soluciones políticas. Darles algo adicional en que creer, como esperanza que el país se encamina al cambio verdadero que anhelan. No que hayamos inventado el balotaje en esta columna de opinión. Ni que la fórmula fuese la primera vez que se propone. Sin embargo, asumimos que, de mucho insistir, con vientos propicios de cola, el barrilete podría despegar y agarrar altura. Solo que eso era algo que, por obvias razones, no interesaba al oficialismo. Quizás –pensamos– con la presión suficiente. Pero tampoco la hubo. Aquí hay opositores, pero no hay oposición. Del CNE mandaron la iniciativa de reformas constitucionales cuando todavía había tiempo de hacerlas. Sin embargo, ni con el proyecto en la mano, hubo interés de las bancadas de oposición de presentarlo al pleno, siquiera para motivar el debate.

El oficialismo –sin mayores cismas entre sus movimientos– actúa con holgura y suficiencia. Si por las vísperas se conocen los santos, ¿qué no podría deducirse de esos ataques de voceros que mandan a dar alaridos a los foros, contra consejeros del CNE y líderes de otros partidos imprescindibles para la moderación y los consensos que Honduras demanda? Así que ahora, enterrada la segunda vuelta, solo quedan las alianzas. Para que haya contundencia en los resultados electorales. Y la posibilidad de gobiernos fuertes, hoy que el país, más que nunca, lo necesita para lidiar con los estragos en que queda después de la pandemia. No minorías que se imponen gracias a la división de los que se desparraman en pedazos. De lo contrario –“nunca se sabe”, como diría “Chelato”– si así de como andan las cosas de mal, y la crispación del ambiente, con gente contumeriosa de mírame pero no me toques, haya blindaje que asegure la estabilidad política y social de país. Hasta ahora el modesto avance logrado no da la suficiente garantía por las siguientes razones: Las elecciones primarias fueron una fiesta cívica. El CNE –desafiando los percances de la peste sanitaria, dependiente de remiendos a la ley que fueron sacando a retazos ya que los diputados nunca entregaron un ley electoral completa y definitiva; suplicando recursos presupuestarios que les dieron regateados y a cuentagotas; tolerando con franciscana paciencia ataques de políticos retobados de los mismos viejos resabios que no cambian– logró cumplir a cabalidad con el calendario electoral.

Tuteló –con el apoyo logístico brindado por los uniformados– un proceso eleccionario mucho más limpio que en otras ocasiones. Garantizó –resolviendo por la vía de listados adicionales el enredo domiciliario que, sin ese complemento, hubiesen quedado millares de ciudadanos sin ejercer su derecho al sufragio– comicios concurridos, sin incidencias lamentables. Dio resultados oficiales en tiempo y forma y emitió la declaratoria. También resistió la crítica de los que oyen, pero no escuchan ya que de previo la autoridad electoral anunció que la transmisión de resultados sería tardada. Lo que toca escanear, digitalizar y computar los datos de las actas originales remitidas de los centros de votación. El resultado oficial no difiere mucho de los números divulgados por la prensa, incluidas las televisoras que difundieron sus encuestas de boca de urna de empresas independientes que contrataron. El CNE emitió resoluciones sustentadas, con argumentos demoledores en su exposición de motivos, que botan el supuesto alegato de fraude argüido por perdedores y sus bocinas. Pocos medios las publicaron –ni para disimular el desequilibrio informativo– o dieron espacios mínimos para tapar el ojo al macho de la batería de críticas y ataques orquestado. El bien que se le hizo al país montando elecciones satisfactorias –ejemplares para los pobres estándares acostumbrados– tropezó, sepa Judas obedeciendo qué interés, con una campaña insidiosa de descrédito al proceso electoral y al sistema democrático. Lanzada para minar la única esperanza que queda para salir de la crisis. Como dudamos que vaya a haber cambio en ese comportamiento, rehacer lo deshecho es una gigantesca tarea cuesta arriba. Con la confianza de la sociedad tan lastimada solo queda una opción para que esto no acabe igual que la vez pasada. Impulsar las alianzas.

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