Evocación en mayo de las madres ausentes

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14 de mayo de 2021
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12:05 am
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Evocación en mayo de las madres ausentes

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Habitan en el cálido cristal de los recuerdos, imágenes intemporales de nuestras madres cuando mucho necesitábamos de sus mimos, de sus cuidos, de sus consejos, nutridos estos algunas veces con la savia de un refrán: “recordá mijo, que el tiempo perdido los santos lo lloran”, o edulcorados con cariñosos diminutivos: “Betío, portate bien”; “Bellita, no andés descalza; “Adancito, ve no te caigas”…; mientras, la ocupada energía paterna acercaba el sustento a los hogares, antes, vale anotar, de que el siglo XX cursara la mitad de su bélico trayecto.

Alistarnos la merienda y conducirnos a las aulas escolares por empolvadas callejuelas, eran por lo general sus tempranos menesteres; acto continuo: arreglar el desorden, escobar la vivienda, despercudir las ropas -la mugre, verbigracia, de nuestros uniformes-, aguardar impaciente y más bien acompañar nuestro retorno de las aulas blanqueadas, servirnos el condumio de la cena y, luego de breves horas compartidas, escoltarnos a los aposentos en donde las “buenas noches” inducían al descanso, no así para quienes -abnegadamente incansables- tomaban otras faenas: planchar, zurcir, deshollinar…

En otra recordación: ¡ay! de los días y noches de hermética vigilia, cuando el moblaje de nuestros cuerpos acusaba accidentadas averías o indisposiciones orgánicas que implicaban caer en brazos de la almohada. Las santiguadas católicas arreciaban y los mejunjes prescritos aliviaban, aunque no dejaba de ser cierto que la amoldada consonancia de nuestros “viejos” era esencial para acortar la fase convaleciente.

Concluidos los años escolares, ¡qué de júbilo hogareño! ¡Qué bueno desasnarnos con el ELC de escribir, leer y contar! ¡Qué de afanosas correrías por procurarnos un cupo público colegial! Entonces, tres únicas rutas viables existían: bachillerato, comercio y magisterio, en orden optativo. Con determinada movilidad y relativa independencia decisoria de hijos adolescentes, el código materno mantenía, en firme insistencia, la letra de sus recomendaciones -en términos de prevenciones y amonestaciones-, producto, huelga decirlo, de experiencias habidas y advertidas, de un buen juicio y madurez y ante todo de la ternura extrema que desde el primer hálito ventral nos dispensaban.

Ya más grandecitos, hermanos y hermanas supimos de sus pareceres y exhortaciones al barruntar primaverales enamoriscamientos, escarceos que llegados porque sí eran a menudo causa de pasiones y recelos necios, en tiempos tabúes, en que la dichosa educación sexual yacía en los cerros de Úbeda y la ciencia no pensaba siquiera en la Internet, el dispositivo móvil y el resto de ingenios táctiles e indivisos que circundan la Tierra, con los cuales no hay ya secretos por descubrir. Huérfanos de todo esto, unos posiblemente tomaron consejo y alcanzaron a tientas salir librados de aquel mar de tentaciones; otros, los más propensos a los alfilerazos de la carne, conservan quizás en sus íntimos adentros las palabras -oídas como quien oye llover- tantas veces dimanadas de tantas voces progenitoras.

Formados en la academia, o en máxima cuantía acoplados a ocupaciones físicas diversas, fuimos tomando parejas y fecundando familias en las circunstancias del siglo que quedó atrás, no sin antes dejarnos -en contraste- sin la presencia material de nuestros ínclitos mayores, a más de un hijo, un hermano, un tío, un sobrino…

Adustos y afables -según las oscilaciones de la vida-, tiramos de nuestras vejeces orgullosos de la prole que, cerca o a distancia, nos lisojan ledamente, tanto como nos encalma la evocación de quienes arquitecturaron nuestro plano existencial y erigieron el techo de cal y canto, a cuya sombra alargaron sus años para desarrollarnos con amor y un rigor sabiamente administrado.

En este mayo, transido de letales desenlaces, no dejamos de lado a la legión de madres desesperanzadas, que tras sueños remotísimos caducaron en fosas irreconocibles; y a las otras: las que aguardan en la humildad de sus habitáculos al fruto o frutos de sus entrañas, acaso en esperas de sombríos resultados. A ellas nuestro recuerdo tatuado de indignación contra un sistema económico pródigo en desventuras.

Lector amable: no olvidemos que los pueblos y naciones tienen raíz uterina, brotan de la luz materna. La mano que mece la cuna -acuñó William Ross Wallace- es la mano que gobierna al mundo.

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