Una historia de esperanza con un trágico final

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14 de mayo de 2021
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12:04 am
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Una historia de esperanza con un trágico final

Por: Mario E. Fumero

Cierto día llegó a las oficinas del Proyecto Victoria (comunidad terapéutica para jóvenes con problemas de drogas y pandillas) un joven llamado Luis Enrique, de unos 16 años. Venía con tatuajes en sus manos y cuerpo, demacrado y desesperado. Quería salir de la mara y necesitaba desesperadamente ayuda. En la entrevista hecha por el personal técnico, vimos un patético cuadro de su vida infantil, llena de abandono y desprecio. Con un padre conocido, abandonado por su madre que emigró a los Estados Unidos y criado por unos parientes que le maltrataban. A los 10 años se fue de la casa a vivir con unos amigos que le ofrecieron apoyo, involucrándose así en drogas y maras. Durante este período se vio obligado a cumplir las misiones encomendadas por el grupo, y además consumir piedra (crack). Después de la evaluación se le concedió el ingreso.

Luis Enrique llegó al programa sin tener a nadie que lo respaldara. Durante un año y medio permaneció en el mismo, pues al terminar su rehabilitación, decidió seguir por un tiempo más apoyando a otros muchachos. Tomó varios cursos impartidos dentro del programa por el INFOP, con buenas notas. En su estadía colaboró en el liderato y tuvo una profunda experiencia con Dios. Llegó el día en que decidió reinsertarse en la sociedad. Trató de entrar a un centro de enseñanza para iniciar su ciclo común, pues solo cursó el sexto grado, pero por tener tatuajes, le fue negado el cupo. Trató de buscar trabajo, pero todas las puertas se le cerraron por el estigma del tatuaje. En su desesperación trató de entrar al Ejército, pero debido a los tatuajes fue rechazado. Angustiado por su situación, pidió ayuda a la iglesia que iba, pero esta no le escuchó y desesperado optó por viajar a Choluteca para buscar trabajo en las meloneras en donde le comentaron se podía ganar algún dinero para su sustento.

Emprendió el viaje en un bus de Choluteca. Al pasar por San Lorenzo se encontraba un control policial el cual abordó el bus. Un agente, al verle los tatuajes en la mano, lo bajó del transporte y le obligó a quitarse la camisa. Al ver las huellas de su pasado, fue tratado con palabras vulgares e introducido a la paila de una patrulla a empujones y llevado a Choluteca. En el camino le pegaron y le vejaron como si fuera un delincuente. Permaneció 78 horas en una celda, con otros mareros contrarios que le golpearon. Después, al comprobar que era menor de edad y cristiano el jefe lo soltó.

Deambuló por las calles en busca de una iglesia que le ayudase, pero le miraron con recelo y no le extendieron la mano. Al verse solo y no tener a dónde ir y qué comer, se fue a las afueras de la ciudad en donde se encontró con otros jóvenes de una mara que le ofrecieron hospedaje. Él pensó evangelizarlos, pero estos le hicieron ver que de la mara no se sale, que la sociedad nunca lo iba a aceptar, ni apoyar. Desesperado por esta realidad, vio frente a sí solo dos caminos: el suicidio o el retornar a vivir la vida loca de la mara. Días después apareció muerto en un matorral, a las afuera de la ciudad.

Esta trágica historia es una de las muchas que a lo largo de los años han marcado nuestro trabajo en la rehabilitación de jóvenes implicados en problemas de drogas o pandillas. Todo nuestro esfuerzo es estéril cuando la sociedad se vuelve cruel y despiadada con los que han tomado el mal camino, y en un momento de la vida, optan por no seguir hacia el abismo, pero para ellos no hay espacios. Es triste que después de tanto esfuerzo para regenerar una vida, les veamos frustrados frente a una realidad social y política que se vuelve injusta y despiadada. Analice usted los hechos y dígame ¿qué podemos hacer para que esta historia no se repita?

www.contralaapostasia.com
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