FALENCIAS CULTURALES

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16 de mayo de 2021
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12:30 am
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FALENCIAS CULTURALES

LOS que todavía aman a Honduras, lógicamente se ocupan de interpretar, entre otras cosas, el comportamiento de la colectividad, en tanto que de la suma de las actitudes diarias de todos los individuos, se desprende el hecho que nos mantengamos atrapados en un atascadero cultural de diversas dimensiones. O, por el contrario, que en algún momento cercano o lejano de nuestra historia, despeguemos económica, política y espiritualmente, apuntando hacia la conversión de un país desarrollado.

Uno de nuestros próceres unionistas expresó que la importancia de un país no se mide por la extensión de su territorio, “sino por la grandeza de sus hijos”. En Europa y en el mundo entero existen países más pequeños que Honduras, como Suiza, Singapur, Taiwán, Dinamarca, Luxemburgo y Holanda, con unos índices de desarrollo humano que hoy en día son envidiables. Naturalmente que esos países pasaron por momentos de pobreza económica indescriptible y de grandes convulsiones políticas y sociales. Agregando las presiones directas o colaterales de las grandes conflagraciones bélicas.

Cuando se habla de “cultura” varios dirigentes entienden, en forma limitada, que se trata de danzas folclóricas, de exposiciones de pintura, de obras de teatro, de conciertos musicales, de marimbas, de “carambas” y de cosas por el estilo. Eso es parte de cualquier expresión cultural en diferentes regiones. Pero dejan por fuera, por regla general, la producción clave de libros; la investigación filosófica y científica; la arquitectura; el cine; la escultura; y la circulación de revistas, periódicos y otros quehaceres intelectuales básicos. Aquí conviene subrayar que el concepto antropológico de cultura es tan vasto que incluye “toda la producción de bienes materiales y espirituales” de una sociedad determinada. En nuestro caso el abordaje debiera comenzar por el conocimiento del idioma castellano, las costumbres diarias de las personas y, sobre todo, sus actitudes psicológicas frente a la economía real, la democracia y la diversidad de pensamientos, involucrando en esto el tema de la libertad religiosa, la cual se ha convertido en un derecho humano fundamental, poco después de los totalitarismos del siglo veinte.

La cultura se expresa mediante acciones y lenguajes positivos, negativos y ambiguos. Y aunque las tradiciones son parte de los valores morales de cada pueblo, en ciertos momentos cruciales se despliegan actitudes culturales extremadamente negativas que se convierten en auténticos obstáculos para el desarrollo integral. En Honduras hemos detectado actitudes individuales y colectivas que se oponen a todo aquello que huela a despegue económico y social. Hay dirigentes ideologizados hasta el tuétano, que prefieren que sus propias comunidades permanezcan empantanadas en una pobreza extrema permanente, que permitir la apertura de una nueva carretera o la creación de una empresa, que vendrían a coadyuvar al desarrollo comunitario, al abrirle las puertas al empleo y al comercio del mercado interno. Es más, se oponen a la construcción de embalses de agua dulce, los cuales ayudarían a los sistemas de riego de los pequeños productores, y a la mitigación de los desastres naturales.

Honduras ha poseído valores culturales altamente positivos que han comenzado a extinguirse, como “la palabra empeñada”; el respeto a los mayores; la admiración discreta de la belleza de las damas y damitas; el cariño a los niños y las reuniones familiares, con amigos en torno de los hogares iluminados en los atardeceres y las noches, en donde antes se relataban las leyendas y los refraneros de cada comunidad. Eso todavía subsiste en algunos pueblitos del interior del país. Sin embargo, las falencias culturales generalizadas son enormes en diversos segmentos de la sociedad. Especialmente en el sector del desarrollo económico integral; en la esfera sanitaria; en una parte de la educación formal ideologizada, en donde son desorientados los niños, los adolescentes y los mismos adultos, mismos que se vuelven expertos en el acto deplorable de esparcir veneno contra todo prójimo.

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