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19 de mayo de 2021
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12:33 am
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Eduardo Enrique Fuentes Cálix
Máster en Gobierno & Administración Pública y catedrático universitario
Twitter: @eefuenteshn

El 3 de febrero y 1 de junio, ambos del 2019, igual que el 28 de febrero y 1 de mayo, las dos del 2021; son fechas que a simple vista se identifican aisladas y sin relación entre sí. Sin embargo, en el calendario político salvadoreño, constituyen fechas que han marcado momentos que sin duda alguna pueden romper paradigmas, no solo en la nación centroamericana, sino, en el continente entero.

El 3 de febrero del 2019, tras una histórica jornada electoral se anunciaba el triunfo de Nayib Bukele, como presidente de El Salvador, dinamitando así el bipartidismo que dirigió los destinos de esta nación centroamericana durante las últimas décadas.

El 1 de junio del 2019, tomó posesión Nayib Bukele, con 37 años de edad; convirtiéndose a la vez, en el presidente más joven de America Latina, marcando desde ese momento, el guion de lo que sería su particular gobierno y los mecanismos mediante los cuales administraría el ejercicio del poder.

El 28 de febrero del año 2021, poco más de dos años después del triunfo a nivel presidencial de Bukele, se celebran elecciones en El Salvador para elegir a sus representantes en la Asamblea Legislativa y en las corporaciones municipales; proceso electoral que ratificó la popularidad del joven mandatario, dado que su partido, Nuevas Ideas, se alzó con 56 de los 81 escaños en el Poder Legislativo y con la mayoría de alcaldías a nivel nacional.

El más reciente suceso tuvo lugar el pasado 1 de mayo del 2021, fecha en la que en El Salvador, se instaló la nueva Asamblea Legislativa, misma que como arriba se dijo, alcanzó una mayoría mecánica gracias a los excelentes resultados del partido oficialista en los comicios referidos. Con ello, logró alcanzar una mayoría calificada que le permite tomar decisiones sin recurrir a alianzas de ninguna naturaleza. Situación que no se hizo esperar, ya que, la primera decisión que tomó la Asamblea fue destituir a los magistrados que integraban la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y acto seguido, fue destituido el Fiscal General de la República.

La legislación salvadoreña, de alguna manera avala los dos hechos en mención. No obstante, estos criterios jurídicos no son del todo robustos, debido a que más allá de cualquier causal de separación, fue evidente el sesgo político que primó, tanto en la separación de los togados que integraban la Sala de lo Constitucional, como en la sustitución del Fiscal General. Este sesgo político se volvió a evidenciar con el nombramiento de sus sustitutos, todos afines a Bukele; situación que la mayoría obtenida en el Legislativo y el respaldo popular del presidente hicieron posible.

Si habláramos de la figura de Nayib Bukele en esta misma fecha, pero nueve años atrás, nos estaríamos refiriendo al alcalde de Nueva Cuscatlán, un municipio de aproximadamente siete mil habitantes. Hoy, hablamos del presidente de El Salvador, que después de ser expulsado de su partido político, fue electo como jefe de Estado. Seguido, generó adeptos que permitieron, dos años después de haber sido electo, ganara en las urnas una mayoría en la Asamblea Legislativa, suceso que ninguno de los dos partidos tradicionales en su máximo apogeo, lograron alcanzar; acontecimientos que sin lugar a dudas conducen al control de todos los poderes del Estado.

Todo esto convierte a Bukele en un fenómeno político de interés beligerante, viendo como su popularidad y personalidad, lo han convertido en una de las figuras políticas regionales de mayor relevancia. Sin duda alguna, existirán más fechas por marcar en el calendario histórico y político de El Salvador, y seremos los aficionados a analizar los acontecimientos políticos, quienes seguiremos estudiándolos.

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