SENTIMIENTO DE TRISTEZA, PERO SENTIDO DEL HUMOR

ZV
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24 de mayo de 2021
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12:48 am
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SENTIMIENTO DE TRISTEZA, PERO SENTIDO DEL HUMOR

NO recordamos del todo cuándo fue que nos conocimos, –de eso pasa ya tanto tiempo como para precisar la fecha exacta– pero sí la forma de presentación: “Mire –más o menos así fue la introducción– este es “el Gato”, correligionario suyo. En realidad, por las características físicas, –blanco, alto, pelo rubio rizado, de ojos verdes saltados– el sobrenombre estaba bien puesto. Sin embargo, pocos pueden darse el taco de poseer una etiqueta corriente y hacerla famosa, llevarla a límites insospechados, retando la monotonía de lo estacionario. Trascender a los soberbios espacios metafísicos, más allá de las apariencias. Como bien dijo el inefable Heráclito “nada es todo fluye”, también con el correr de la vida, en ejercicio de responsabilidades y a la luz de oportunidades, el alias iba evolucionando: “Gato de Oro”, cuando fungía en la presidencia del Banco SOGERÍN –ganaba buenos honorarios– quiso que le vendiésemos una camioneta usada de nuestra propiedad que después anduvo hasta destartalarla del todo.

Para aquellos días Honduras no se recorría en helicóptero. La campaña era en vehículo –a alta velocidad aproximando lejanías– por esas zigzagueantes carreteras de la ubérrima geografía nacional. Por accidentados deslaves respirando hondo e implorando en voz silente, bajando santos del cielo, para no rodar al precipicio. Por estrechos caminos de herradura, donde uno respira polvo y va escupiendo ladrillos. Quien escribe estas líneas, al volante y él en el asiento contiguo, en pláticas largas y tendidas, de todo un poco, durante el trayecto. Desde tempranas horas de la madrugada hasta agotar la extenuante tarea del día a la media noche. Pronunciando discursos, estrechando manos, repartiendo abrazos. Gratificados con el sincero aliento de gente noble que acaricia con el regalo de una sonrisa, de cuyo hospitalario recibimiento se queda agradecido eternamente. Visitando aldeas y caseríos entre recovecos perdidos. Yendo a pueblos quedados en el tiempo y en la hermosura de los recuerdos. Vestidos para lucir en un desfile de casitas blancas de adobe, por el ondulante serpenteo de calles empedradas, situadas como bellísimas postales en los más remotos rincones de la patria. Don “Gato” –así bromeábamos sus amigos cuando fue nombrado ministro– también llegó a ser “Gato de mesa” gracias a María del Carmen Meza de Urbizo Panting. Siendo ministro de Economía velaba porque el intercambio de mercancías del país se enmarcase en el GATT. Entonces, de ser don “Gato” pasó a ser don “GATT”.

Hasta que llegó a la cancillería. Como “Gati-ller” supo mantener limpia la imagen nacional. Cuando ocupó en la ONU un asiento en el Consejo de Seguridad, pasó a ser “Gato de Angora”. En la Contraloría se desempeñó éticamente, ya que nadie pudo lograr ponerle el “cascabel al Gato”. Quiso ser ministro de Defensa, para que le apodaran “gatillo”. Al enterarnos que estaba hospitalizado por lo que resultó ser su fatal padecimiento, tuvimos esperanza en su restablecimiento, confiados en la sabiduría popular que reza: “Tiene más vidas que un gato”. Hablamos por la vía telefónica pero quisimos además, por intermedio de un amigo, enviarle un mensaje: “Mientras platicábamos te sentí la voz un poco bajada pero no el ánimo que siempre hay que mantener alto y enarbolado como la bandera. Tus amigos, a la distancia, pero a tu lado, deseándote pronta y total recuperación. Y esta amistad grande, fortalecida por el entrañable afecto de toda la familia, lleva ya mucho tiempo recorrido. La valía de las longevas y buenas amistades asemeja la bondad de los viejos robles frente a la inclemente naturaleza. Crecen con asombrosa resiliencia, se nutren de lo fecundo de tierra fértil, se bañan con las aguas cristalinas que caen de los cielos y se alumbran con la luz del sol que Dios manda desde sus infinitos confines. Azotados por la fuerza de vientos tormentosos, esos robles invencibles, crujen y gimen, pero no se quiebran”. El relato, más de humor que de dolor, con que despedimos a Delmer Urbizo a su viaje sin retorno, no enjuga las lágrimas de tristeza. Va, sin embargo, con la certeza que para nada le incomodaría que en estas líneas dedicatorias hagamos uso de la licencia de mucha confianza que la larga amistad de años confiere. Y a no dudarlo, de insondable cariño, para referirnos a su persona. Su característico buen sentido del humor –rara peculiaridad en un ambiente de gente tan quisquillosa– aceptaba la broma por lo que es, un recurso que vuelve afable el trato y la convivencia humana. Entre amigos que tienen la suficiente seguridad interna de saber que la valía de los hombres brilla por lo que son. Sin necesidad de pregonarlo o de tomarse tan en serio. Como también se dice que los “gatos”, caen parados, caminando hará su ingreso cuando le toque cruzar la ineludible frontera de lo ignoto. Con la frente en alto, portando credenciales de una fructuosa vida de decencia y de decoro, va de gira –ya no en campaña– a los designios divinos.

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