Puerto Cortés: la gran huelga

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28 de mayo de 2021
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12:03 am
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Puerto Cortés: la gran huelga

Por: Juan Ramón Martínez

Anteayer participé en un acto inolvidable en Puerto Cortés. Acompañado del viceministro de Trabajado, el gerente de la ENP, dirigentes sindicales de esa entidad, alcalde municipal del principal puerto del país, del líder de los maquiladores e invitados especiales, escuché una conferencia magistral dictada por el historiador Albany Flores Garca, sobre la huelga de 1954; firme como testigo de honor, el nuevo Contrato Colectivo del Sindicato de los Trabajadores de la Empresa Nacional Portuaria y coloqué la primera piedra del monumento conmemorativo, de la huelga que cambió para siempre, las relaciones del capital y el trabajo en Honduras. Como pueden imaginar, experimenté profundas emociones, reorganicé muchos de mis desordenados recuerdos y pasé revista a lo que hemos hecho los hondureños, en estos últimos 67 años.

En 1954, cuando ocurrió la gran huelga, cursaba el último año de primaria en la escuela “Modesto Chacón” de Olanchito. Aunque estábamos al final de la infancia, siendo hijo de un campeño que se ganaba la vida como peón en la finca “La Jigua” del municipio de Arenal, entendí lo que significaba el acto de rebeldía. Dos días después, más de mil huelguistas del sector de Coyoles Central, encabezados por Juan Díaz Cruz, se reunieron en el parque central de la ciudad, pronunciaron discursos sobre sus dolores, reclamos y exigencias. Y su líder repitió, en varios momentos, que tenía tres días sin dormir. Posteriormente como investigador, he tenido oportunidad de acceder a documentos, escuchar a los negociadores del conflicto y oír testimonios de participantes de primera línea como Céleo Gonzales, Raúl Edgardo Estrada y Benigno Gonzales. Y ahora, anteayer, todavía, con mayor interés, escuché, en el propio lugar en donde un trabajador del muelle, entró por la puerta de la historia diciendo que no, a un arrogante capataz que quería obligarle a él y a sus compañeros, a que trabajaran cargando fruta de la bananera, sin recibir paga doble, porque era un día domingo. Aquella discusión, que no tenía sentido, con alguna sensibilidad, pudo haber evitado uno de los acontecimientos más significativos de la historia nacional. Mismo que, produjo un antes y un después. Porque no solo modificó la composición de las élites nacionales, con el ingreso de los dirigentes laborales -ahora venimos a menos por su falta de compromiso con los altos intereses del país- a la masa crítica con la cual, durante algunos años, el país solucionó los graves problemas políticos de la década de los ochenta.

Ahora, las relaciones obrero patronales han cambiado. Los sindicatos no son los únicos medios para lograr conquistas sociales y económicas. Y los empresarios, con nuevas visiones, han atemperado las tensiones del pasado y logrado convertir a las empresas, en espacios laborales -como lo dijera el presidente del sindicato de la ENP- en espacios de diálogo, basado en que, lo que es bueno para la empresa, es bueno para sus trabajadores. Contar con la compañía de Mario Canahuati, que fraterno y amable como siempre, nos acompañó, me hizo pensar que de repente, el problema no es como antes de 1954, una lucha entre el capital y el trabajo, sino que la problemática se reduce a colocar al gobierno, al servicio del bien común. Y para ello, necesitamos construir ciudadanía, mejorar los sistemas educativos y crear una masa crítica que piense nuevamente en el país, de cara a sus dificultades actuales y frente a las exigencias de la cuarta revolución que ordena las actividades mundiales. Es decir que, aprendiendo de las lecciones de la gran huelga de 1954, necesitamos horizontalizar la operación de los partidos políticos, mejorar la sensibilidad de sus líderes y colocar al gobierno dentro del cuadro estricto de la ley, para que solo se mueva en dirección al mejoramiento de las condiciones que, mejoren el bien común y faciliten el desarrollo nacional.

Cada vez que recorro el país, escucho sus quejas, sus propuestas y sus dudas. Concluyo que atravesamos un momento difícil. Necesitamos que las élites políticas -como ya lo hicieron las élites económicas que, ahora, negocian fraternalmente con sus trabajadores- se coloquen humildemente al servicio del pueblo. Entendiendo que, no puede haber democracia, bienestar y desarrollo, sino es en un clima de fraterno respeto a la felicidad colectiva, obediencia a la ley y sacrificándose para entregar sus vidas al bienestar de los hondureños.

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